Pablo Perantuono, periodista del diario "Crítica", escribió en la revista dominical de este matutino, un artículo dedicado a personas que han partido en búsqueda de diversos proyectos. Tuvo la gentileza de incluir a mi familia y a mi en este lote de aventureros. El artículo, como es su sello, está impecablemente bien escrito y resulta entretenido. Les dejo el línk de la revista que puede bajarse en PDF. La página es la 56, donde hay una fotografía de mis nenas. Además, publico el texto original que me pidió Pablo para la nota y que le envie en formado de relato-carta. A él nuevamente gracias.
Hace tiempo ya que mi esposa, Gabriela, y yo dejamos el hábito de la planificación. Nos gusta pensar que aquello que deseamos, de un modo inexplicable, se encuentra escrito en las estrellas o en algún sitio semejante. Por eso, nos mandamos, y por eso, imagino, no tenemos miedo. No mucho.
Días antes de que partiéramos desde General Roca, Río Negro a Puerto Natales, Chile, ella acudió a una vidente que vive en El Bolsón. “Necesito confirmar algo”, me dijo.
Nací hace 37 años en Puerto Natales, extremo sur de Chile. A los 17 agarré un bolso y de la mano de un tío argentino, me marché a Buenos Aires. ¿Por qué un habitante de la soledad se traslada a una metrópolis? Esa es otra historia. En la capital conocí a Gabriela, quien llegaba de Roca. Después de 10 años nos mudamos a su ciudad natal donde continuamos con nuestras profesiones: ella, musicoterapeuta y yo, periodista.
Hasta que decidimos torcer el rumbo, los de Roca habían sido años hermosos -otros diez- en los que tuvimos tres hijos y ganamos experiencia y un estilo de vida cómodo. La siguiente parada estaba a 2500 kilómetros. Derechito para abajo.
Parte de 2005 y 2006, nos pasamos 6 de cada 7 noches, discutiendo acerca de la posibilidad del cambio. De mis ganas de emprender un proyecto propio. De su deseo de lanzar los dados una vez más. El periodismo y su actividad con niños discapacitados estaban bien pero no alcanzaban a cubrir nuestra vocación por vivir intensamente. El fin del mundo, reconvertido en epicentro del turismo europeo, se vislumbraba como una idea razonable.
No era casual. Hacía unos 6 años que con el apoyo de mi madre que aun vive allí, que estábamos invirtiendo en un hotel boutique. Primero, con bastante suerte, compramos a bajo precio un terreno en el centro de Puerto Natales. Luego fuimos construyendo por etapas. Las reglas cambiaron desde entonces. Mi pueblo se encuentra a hora y media de Torres del Paine, y a tres horas El Calafate. En los últimos años la zona se transformó en un boom y esto hizo que el mercado inmobiliario terminara pareciéndose al de Costa Rica o las Canarias.
La lectura de la vidente resultó una maravillosa historia de reencarnaciones y buenas “vibras”. A Gabriela la convenció el veredicto. Entonces comenzamos el éxodo a un lugar donde antes los mapas sólo indicaban serpientes. Bastó una cadena de mails para cancelar nuestros muebles y electrodomésticos. Semanas después hicimos lo mismo con la camioneta que era como un segundo hogar. Eso dolió.
Nuestros tres hijos -dos nenas de, ahora, 11 y 8 y un varón de 6- asistieron desconcertados al proceso. Por supuesto, una locura como esta tiene su cuota de adrenalina que entusiasma a cualquier chico. Cuando hubimos pagado las deudas nos subimos al bus.
El hotel que diseñamos no fue pensado para albergar una familia. De hecho, las personas que originalmente lo atendían ocupaban un Altillo. Pasamos las noches en aquel refugio: Gabriela y Morena en una cama de una plaza. Mercedes en el suelo en una cama cucheta. Yo a los pies sobre un colchón inflable. Iván, el más flaquito, ¡adentro del ropero!. Vivir con tus hijos en un hotel requiere de un manual que aun no ha sido escrito.
Un espacio de este tipo requiere atención 24 horas por día. Como humanamente esto es imposible, uno va más allá de lo normal. No haces 24 pero si 18. Recibes a decenas de personas de todos los lugares del planeta y les hablas en idiomas que ni siquiera dominas bien (“¿en qué dije lo que le dije a este japonés de Queens?”).
En los pocos momentos de sociego, chatéabamos con los amigos y familiares o mirábamos las calles de Roca en el Google Earth. Poco a poco comenzamos a sentir el peso de haber dejado los lazos afectivos. Junto a nuestros hijos caminábamos por la impactante costa de Puerto Natales, ubicada frente a montañas y glaciares, pensando en “volver a volver”.
Del mismo modo en que nos fuimos de Roca, dos años más tarde decidimos levantar campamento. No dimos demasiadas explicaciones. Una prima recién llegada de Estados Unidos se encargará esta temporada y veremos. En el interín uno más se sumó al equipo, Santino: un mes de vida.
No empezamos de cero. Gabriela retomó su trabajo y yo el mío en el diario “Río Negro”. Los chicos son felices y cada tanto preguntan ¿cuándo volvemos a Chile?
Paciencia, las estrellas dirán.
Me fascinó tu historia y la de los demás. Claro que para llegar a
concretar tales sueños, es importante encontrar en la vida la companía ideal
y creo, que ademas de tener una hermosa familia, tenes una "gran, gran
compañera" que sabe caminar y compartir a tu lado, algo tan simple y
tan complicado a la vez como es: la vida.
Y es verdad, coincido con lo que escribieron por algun rincón de la
nota:
"Hay que aferrarse muy fuerte a un horizonte para mitigar la
distancia,
y achicar el vacío". Pienso igual.
Alguien con quien caminar
