Medio Mundo
15 » May 2024
Diario Río Negro
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Claudio Andrade
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  19 » Jul 2009
Entrevista con Alfredo Jaramillo
 


Cada época engendra sus poetas malditos. Además de provocar revoluciones en las entrañas de la tradición, su imagen en llamas inspira el nacimiento de otros escritores que no necesariamente guardan el deseo de tirarse de cabeza al precipicio. Eso dejémoselo a Baudeliare, Sade o Rimbaud, que ya bastante han sufrido por el resto de la tropa literaria. De todos modos, Alfredo Jaramillo difícilmente podría pasar un poeta de la corte. Un hecho que podemos comprobar en su nuevo libro "Grunge" (Editorial Funesiana). Su poesía es una descarga eléctrica. Un rap entre furioso, descarnado y sarcástico. Un conjuro que busca tanto la caricia como la sangre de su oponente. Y desde ese lugar, su propia figura tiene algo de maldita, de creador en los bordes, de inventor desquiciado que procura hacer algo con la nada.
Aunque Jaramillo posee un rico historial desde el cual partir. Su tierra, su sur despojado, sus noches en vela, sus conversaciones entre lobos. Como tantos ha migrado y su cambio de aires ha resultado en una combinación explosiva. Ahora su poesía es la síntesis del desierto arañando las paredes de lo urbano. Bienvenida sea esta contradicción, de ella se nutre el poeta y a ella acudimos sus lectores para refrescarnos el alma. Queda explícito acá, Jaramillo es uno de los mejores de su generación de quien aun podemos esperar mucho más. Que su maldición nos involucre a todos.

La entrevista completa en "Río Negro"
Grunge, la experiencia poeta
 
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  15 » Jul 2009
El diario íntimo
 


Ya está en las librerías el diario íntimo en donde la directora de Crepúsculo hizo anotaciones durante todo el rodaje de la película basada en el exitoso libro de Stephenie Meyer. Según cuenta la editorial Alfaguara hay fotos, detalles del vestuario, viñetas del storyboard y muchos comentarios, en un libro para que los fans se enteren de todo lo que pasó detrás de escena.
Cuesta 49 pesos.

LA AUTORA

Catherine Hardwicke nació al Sur de Texas, en la ciudad fronteriza de Mc Allen. Estudió arte en México y obtuvo un título en arquitectura por la University of Texas en Austin. Después se matriculó en UCLA's Film School, tomó varios cursos y terminó su primer cortometraje de animación con personajes en vivo, que ganó el premio Nissan Focus Award y estuvo de gira con el programa de cine Landmark como el “Mejor de UCLA”. Hardwicke ha dirigido varios cortometrajes y ha diseñado la producción de más de 20 de ellos.
Fue galardonada con el prestigioso premio Director's Award en el Festival de Cine Sundance de 2003 por Thirteen, que marcó su debut como directora de un largometraje y como guionista. “Thirteen” continuó ganando el Jury Prize en los Festivales de Cine de Locarno y Deaville, una mención especial del National Board of Review, el Premio a Mejor Guión en el Festival de Cine de Nantucket, tres nominaciones al Independent Spirit Award (Nikki Reed ganó por Mejor Actuación Debutante) y apareció en el número treinta y nueve de las listas de los mejores de la crítica de 2004, incluyendo al Washington Post y el New York Times.
 
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  03 » Jul 2009
Confieso que he bebido
 


Un excelente columna de Juan Forn en Página/12

El gigante de mostacho e impermeable que acompaña a Kurt Vonnegut en la foto responde al nombre de Serguei Dovlatov y es el responsable del evidente estado de ebriedad en que se encuentran ambos, todo a causa de una carta enviada una semana antes por el autor de Matadero Cinco. La carta decía: “Querido Dovlatov: a pesar de que nací en este país y he vivido en él toda mi vida (incluso defendí su bandera en una guerra), nunca he logrado colocar un cuento en The New Yorker. Tú, en cambio, lo has hecho a sólo dos años de llegar. ¿Pretendes romperme el corazón? Espero mucho de tu pluma. No dejes que este país de lunáticos desperdicie tu talento y ven cuando quieras a visitarme (si traes una botella de buen vodka)”.

Confieso que he bebido
 
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  03 » Jul 2009
Adelanto: Alfredo Jaramillo
 


Hace unas horas entrevisté al destacado poeta y periodista Alfredo Jaramillo. La entrevista saldrá publicada en los próximos días en el "Río Negro". Les dejo un adelanto y algunos poemas de su muy recomendable libro "Grunge".


Seattle

Vas caminando por la calle y se te mojan
los zapatos. Mirás hacia arriba y hay edificios
levantándose, pero ninguno se parece
a la Space Needle. No importa. No dejes
que te desanimen. Seguí tres cuadras más,
justo cuando se abra la plaza. Parate ahí y
mirá el horizonte. Del otro lado del río:
la última barda. Recordá esa canción, esa
canción, y ahora levantá tu cara al cielo
y dejá que las gotas caigan dentro de tu
boca. Volvé a tu casa. Sacá del cajón esa
vieja camisa leñadora que nunca te volviste
a poner. Escribí una canción triste que
hable de vos. Y escribile otra a una mujer
que perdiste. Acurrucate en la cama. Llegaste
a Seattle.


La Bilis Negra

De qué parte
de qué penumbra nació tu mano
de qué asilo se largó
para venir justo aquí
a esta luz diminuta
al rayo de la tierra atravesada
a pedir unos versos
por un paisaje
por nada.


-¿Cual es el deseo de un poeta creado, criado en el sur y luego marchado a la gran ciudad?
-Bueno, en mi caso la poesía quizá no haya tenido que ver tan directa ni frontalmente con la decisión de venirme a Buenos Aires. Yo vivía en un monoambiente a media cuadra del FONAVI, donde intentaba encontrar una identidad profesional como joven becario, con un sueldo magro y sin demasiadas garantías de encontrar un trabajo que anudara las arritmias que movilizan a un chico de 24, recibido hace dos años y sobreestimulado por las expectativas de los demás (las instituciones, tu familia, los amigos, las estrechas posibilidades existenciales que en un momento parece brindar Neuquén). Así que irte lejos de las cosas que hasta entonces sostenían la estabilidad del mundo -después de haber leído algo de literatura, escuchado mucha música y ensayado bastante periodismo- era una opción arriesgada y divertida. Digamos que en Neuquén no había muchas posibilidades de encontrar ni un buen trabajo, ni muchos interlocutores, ni mucho “ambiente”, en el sentido que la gente que da vueltas en esta ciudad le confiere tácitamente a la palabra: muchas salidas, muchos lugares, mucho reviente; conocés gente que escribe y habla mejor que vos, y de repente descubrís la posibilidad de hacerte amigo de ellos y meterte en una nueva sintonía de destrucción, más acorde a tu propia mitología que a los símbolos mediáticos y parciales que habían mediado tus fantasías. Aunque claro, yo había viajado algunas veces, conocido gente de la narrativa en primera instancia, y eso me ayudó a establecerme con menos de grados de separación con respecto a las personas con las que terminás compartiendo un cierto viaje generacional alrededor del arte.
-¿Cómo caracterizarías tu escritura? o bien ¿Cómo se la contarías a los niños?
-Introspección y disturbio (bueno, eso no es mucho para los nenes pero sí una definición sintética de lo que me pasa cuando escribo). Si me aproximo a un código más abierto diría “música del interior”, en el sentido literal: música que viene de adentro tuyo. Es una definición bastante estúpida y obvia, pero pega cien por ciento ahí: en la música que te dicta un poema, en la simbolización de las cosas que tenés adentro y un día te van a matar. Claro que después (y esto lo aprendí hablando con un montón de poetas que conocí acá) viene el barniz del género, es decir, una especie de acople que empieza a hacer tu lengua con el canon y la tradición. Digo esto y me parece un horror, claro, porque lo que te hace escribir en un principio no es un molde (aunque está claro que es imposible hablar por afuera de un género, aún por afuera de una lengua), sino el corazón. Pero después te das cuenta que estás en el mismo negocio que un montón de gente, y que es necesario volverse comprensible para sonar en el oído del otro. No hay que olvidar que esto también es una basura, porque si estás muy pendiente de los otros te olvidás de vos, y estoy seguro que los grandes poetas (esos que ayer y hoy hicieron y están haciendo nacer cosas que nadie vio) se concentraron en lo suyo y el cielo se cubrió de estrellas. En este momento me inclino más a pensar que el sentido colectivo de lo que es poesía importa poco y nada; hay que darle.
-Sos un referente generacional ¿me cuentas como es esa generación de la que saliste y que aglutina a gente del Alto Valle?
-Hace unos meses estaba más convencido de lo que significaba formar parte y creer en la existencia de una generación, así, en general; hoy soy un poco más escéptico porque, a fin y al cabo, ¿qué es una generación? ¿una camada? ¿un cierto aire común respirado entre nosotros? ¿el efecto que la época tiene en nuestras mentes, y los resultados dispares que provocan en cada uno? No lo sé, pero si tuviera que pensar en los términos de una generación, circunscripta a un tiempo (imposible pensar en un lugar, hoy, donde todos damos vueltas por internet como quien pasea su moto alrededor del monumento a San Martín), diría que pertenezco a un grupo de pibes infectados por la televisión y la tierra de la barda, que empezó a encontrar el camino de la liberación en las salidas clandestinas a La Colina a los 15 años; el 7mo regimiento dulce fue nuestro ponche de ácido lisérgico, ahí, en medio de un ambiente donde empezó a gestarse una mitología que puede ser recuperada intacta hoy: los matones juveniles, los chicos que empezaban a drogarse en la Plaza de la Amistad, los recitales de punk californiano en el colegio de Don Bosco y en otros CPEM de la ciudad, la jerga oscura que trajeron los chicos del oeste a los barrios del centro, todo eso, creo, recién ahora está empezando a aflorar en mi poesía, no tanto como tema sino como fibra de enunciación, es decir, me sale escribir como situado aún en esa atmósfera.
-¿Cuales son tus referentes culturales, tus fuentes artísticas de inspiración, tus nombres sagrados que atesoras o guardas en forma de música o libros o películas?
-Uf, qué decirte, son muchas cosas que operan en un nivel inconciente también, ¿no? Más allá de lo que uno pueda filtrar específicamente como influencias, hay cosas que están ahí atrás que supongo con los años podés establecer una filiación más clara. Igual tengo mi propia meca: Norman Mailer, y el periodismo norteamericano de los setenta, ese palo: ahí descubrí la luz, en las clases de periodismo de la facultad, esa fue mi primera literatura seria, ja, el periodismo. Claro que después vino la militancia y la fascinación por otras formas de realismo, conocer a María Esther Gilio y sus historias de los Tupamaros, Rodolfo Walsh, las biografías de Santucho y todo el bardo de la guerrilla, leí bastante de eso también, aunque si tuviera que señalar una referencia tremenda, de esas con las que tenés que lidiar de un modo en el que resulta difícil transferirla al campo de la poesía, diría la música, el rock que me transmitieron mis hermanos Luis y Juan, la estética de bandas como Marilyn Manson (nos pasamos casi todo primer año del Colegio Don Bosco escuchando Anticrist Superstar, usando corbatita y pasando metal industrial en la radio que armábamos en los recreos). Los videoclips que empezamos a ver más masivamente a mediados de los noventa por MTV; recuerdo quedarme a dormir a la casa de Santi Dominguez (que en la adolescencia armó Macachafa, una banda de punk legendaria para Neuquén) y pasar la noche entera mirando videos que él grababa en VHS. Las revistas de rock como Madhouse y la Kerrang, que conseguías a diez pesos en el kiosco Corsa. Más acá en el tiempo, cuando empecé a meterme más en la poesía, los poemas de Damián Ríos, Fabián Casas, Mariano Blatt, Héctor Kalamicoy, cosas que te rompen la cabeza porque es un lenguaje muy personal y ves cómo cada uno se armo su barco para atravesar la tormenta. Para ser justo también tendría que señalar lecturas más “universitarias”, cosas que me ayudaron a pensar y a recortar el mundo del lenguaje y la manera de pensar las políticas de representación: Gramsci, Barthes, Raymond Williams, los documentos internos del PCR...
-Te digo poeta en el nuevo milenio ¿qué me respondes?
-Bah, se siente igual que en el anterior, ¿no? Igual hay que meterle y ponerse a decir todo lo que haya para decir porque parece que en el 2012 afinan la Máquina de Dios y nos vamos todos a la mierda. Los mayas también dicen eso, que el mundo termina ese año, así que no habría que escatimar recursos a la hora de agitar.
 
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  03 » Jul 2009
Para olvidar mejor
 


Hoy escribí para ESC un artículo acerca del libro "Tokio ya no nos quiere". Aquí les dejo una versión más extensa.

En un futuro no muy lejano la vida es un constante deja vú inducido por la química. Un vendedor transcurre a lo largo y ancho del planeta sólo para alentar esta absurda hipótesis. Sus clientes están dispuestos a pagar cuantiosas sumas por el privilegio de olvidar selectivamente. El dolor es un trabajo a tiempo completo y hay ciertos dolores que mejor dejar atrás. El, un buen agente pero humano al fin de cuentas, también se deja llevar por el poderoso elixir que transporta en su portafolio. De modo que todas las caras y todos los lugares le resultan extrañamente familiares. Al parecer el ha estado ahí, con tal o cual. Nunca se puede estar seguro, concluye.
“Tokio ya no nos quiere” (Alfaguara), es una de las más inteligentes novelas escritas por Ray Loriga. Fue publicada originalmente en 1999 y ahora vuelve a la librerías por otra editorial y en una encuadernación distinta. Aunque, claro, se trata del mismo libro. Uno no puede más que dejar escapar una sonrisa irónica: acaso la gente de la editorial o el mismo Loriga se tomaron la pastilla del argumento y ya olvidaron que “Tokio ya no nos quiere” no es una novela flamante con deja vú incluido sino una reedición a secas.
Hay razones de peso para que volviera a la imprenta: en su momento aunque fue aclamada (hay que aclarar que algunos la catalogaron de vacía) no recibió la merecida atención. No es exagerado afirmar que estuvo adelantada a su época.
La historia fue premonitoria de una serie de películas que llegarían después al cine. Una de ellas “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” que cuenta la vida de dos jóvenes quienes, después de una relación intensa, deciden olvidarse el uno al otro.
Es de suponer que Loriga imaginó sus propia versión cinematográfica bastante más torcida que la protagonizada por Jim Carrey. Ya llegará.
“Tokio ya no nos quiere” es una novela de amor desquiciado y libertino. También una historia de ciencia ficción que hace pensar un poco en las ocurrencias de William Gibson y sus cowboys de la super red virtual de “Neuromancer”. Por supuesto, Loriga probablemente leyó a Borges y algo del viejo sabio hay en esta su cosecha de principio de milenio.
La calidad literaria y estilística de Loriga son indudables. Una y otra vez juega con el maravilloso talento que posee para establecer comparaciones alocadas entre dos objetos tan distantes como la Tierra de una estrella (como cuando compara el final de una dosis de droga con el quedarse en una bañera vacía).
Su libro está poblado de esas frases brillantes que se suelen marcar o, posmodernidad mediante, subir a un blog. Ejemplos sobran: “Para alguien que ni siquiera sabe conducir, un parking es un sitio muy triste”, “La gente habla sin pensar, sobretodo cuando come”, "La memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier otra cosa" y muchas otras.
Loriga fue hace unos años el joven y rebelde representante de una generación de escritores disconformes y creativos. Su vocación por mantener el tipo lo hizo subirse a una moto (y rodar), hacerse tatuajes y dar entrevistas cerveza en mano. Todo aquello ha pasado ya, ahora Loriga luce distinto, un poco más intelectual, algo más frágil. Su prosa, bienvenida sea cuando sea, siempre ha permanecido por encima del personaje.
Lejos de olvidarla “Tokio ya no nos quiere”, persevera en la memoria como un sueño recurrente. Quién sabe, tal vez ya la hemos leído y no nos acordamos. Nunca se puede estar seguro.
 
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