Medio Mundo
20 » Apr 2024
Diario Río Negro
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Editor Responsable
Claudio Andrade
Chic Money!
 
  11 » Dec 2008
Cambiar
  Fugarse. Agarrar un bolso y comprar un pasaje hasta un pueblo perdido. Mejor aun si es una pequeña villa junto al mar donde conjurar todos los demonios que dejamos atrás. Estar solo. Sola. Ésa es y ha sido la idea de muchos.

Es uno de los sueños más tentadores que conozco. Después de un domingo tortuoso, día bendito si los hay, en el que se juntan en comisión deliberante pasado, presente y proyección de futuro, el deseo del exilio voluntario se vuelve más poderoso. Grita más alto.

Del mismo modo en que Peter Pan cree en las hadas, y por ese solo hecho se vuelven realidad, yo creo en las fugas. En la migración de las almas. Pensar en el cambio despojado de fantasías irrealizables es una manera de darles cuerpo a mis deseos. De ofrecerles una oportunidad en el plano de lo concreto.

Por otro lado, debido a un sello de nacimiento, he vivido en algunos pueblos que dan al mar y sé que ninguna huida es para siempre.

Ser capaces de modificarnos es una virtud que se encuentra en la matriz de nuestro espíritu. Y darle una vuelta de tuerca a nuestra existencia, tal cual es hoy, un acto de inteligencia. La meta sólo es justificable mediante el viaje que debemos emprender para obtenerla. La vida es transcurrir.

Hay existencias que parecen signadas por la desgracia, la locura y la desfachatez. Recuerdo la de Horacio Quiroga, en el increíble periplo de Tenzin Choedrak, médico del Dalai Lama (de quien acabo de comprarme un libro y el hombre que inspiró estas líneas), en Jorge Semprún y sus años cautiverio y luego de clandestinidad, en Jack Kerouac, en Jack London, en las casas que hipotecó Francis Ford Coppola para hacer cada una de sus obras maestras, también en los relatos de un anarquista que conocí hace unos años y que estuvo en las asambleas que se hicieron en la Patagonia, en un amigo que fue carpintero en Estados Unidos y en un millonario que conoció la geografía más bella del planeta en su último viaje en velero.

Vidas. Biografías. Maravillosas síntesis de la historia de la humanidad. Hombres y mujeres como estrellas, seres luminosos que inspiran a otros a iniciar la travesía. A cruzar el Atlántico o conducir hasta que los mapas se acaben.

Es que, al fin, no se trata de casarse sino de amar, ni de tener hijos sino de criarlos, o de ir a China sino de aprender mandarín, o de pintar un cuadro sino de mancharse los dedos, o de ser estrella de rock sino de tocar la guitarra para alguien que te quiere. Hablo de vivir para sumar vida.
 
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  17 » Nov 2008
La vida secreta de las palabras
  La frase no me pertenece aunque la pronuncié, como si fuera la primera vez, ignorando que otros ya la habían hecho suya: “Tengo miedo de ponerme a llorar y llorar hasta que todo se inunde”. Palabras más, palabras menos, se la escuché a una amiga y hace unas horas al personaje de una película maravillosa: “La vida secreta de las palabras”.
Son las palabras que negamos al aire aquellas capaces de desatar el llanto infinito. Vivir para llorar. Llorar viviendo. Salida del personaje del filme dirigido por Isabel Coixet, su significación no está enteramente revestida de amargura. También hay detrás un ingrediente de esperanza y de búsqueda. La clave del enigma se resuelve al saber que la chica, Hanna, se las dirige a un hombre. Su declaración es un reto. Un desafío amoroso que no puede esbozarse de un modo distinto. Tómalo o déjalo. Si lloro te ahogas vos y yo. ¿Me quieres aun?
¿Qué sucedería si dijéramos todo lo que tenemos guardado en la punta de la lengua o incluso más abajo, en el pecho, en los intestinos? Si nos rebeláramos de nuestra condición de seres pudorosos veríamos crecer las aguas. Y la aguas serían producto de las lágrimas.
Cada sensación, cada experiencia vivida imprime una palabra en nuestra psiquis al tiempo que un acertijo en nuestro corazón que debemos resolver. Somos hijos de los deseos y los sueños de otros y portamos estandartes, medallas y obsesiones que no siempre nos identifican. Hasta que nos llega el turno de mover las fichas sobre el tablero. El problema radica en que no conocemos realmente el juego y tardamos demasiado en entender que cada movimiento implica una serie de otros movimientos y que esa energía que se desdobla y triplica en la fricción, que se expande y crea colores, finalmente volverá a nosotros con la potencia suficiente para herirnos o iluminarnos.
Vivir es decir y ser dicho. Llorar es la erupción de un lenguaje contenido. La lava de las emociones. Llorar como una reacción, como un efecto que nos devuelve a un espacio natural: somos seres amantes y buscamos calor. Cuando niños, berreamos por leche y besos. En eso estamos, aun si la adultez nos ha agarrado de las solapas.
No son necesarias miles de experiencias para provocar una grieta en el alma de cualquier persona. Basta una. Un momento. Un paisaje. Una línea sobre la tela blanca y poblada de manchas que nos refleja para que lo cotidiano tiemble. Por lo general, no somos capaces de decir qué es exactamente “eso”. Lo soslayamos. Le pasamos por el costado. Lo vestimos de seda o con harapos y nos hacemos los que no tenemos la más remota idea de quién o qué es aquel espantapájaros. ¿Lo conozco, señor dolor? No, de ningún sitio.
Las palabras siguen vertiéndose sobre la herida. Unas arribas de las otras. Un número de circo en el que los malabaristas usan como punto de apoyo los hombros y los antebrazos de sus compañeros. Al final, después de muchos años de callar, se hace obvia una escena ridículamente peligrosa: miles de tipos subidos a dos ruedas famélicas. Una troup que se sostiene por obra y gracia de un milagro. A punto de desplomarse. Entonces, la frase: siento que si lloro ya no voy a parar jamás.
Luego, sólo queda llorar y ver que pasa.



Acerca de la película "La vida secreta de las palabras"
 
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  11 » Nov 2008
La cura para la resaca
  Un extenso artículo publicado hace unas semanas en la prestigiosa revista "The New Yorker", que no leí completo, daba cuenta de la imposiblidad científica de curar tanto el resfrío como la resaca. Por supuesto, mi atención se centró en esta segunda y grave enfermedad. No diré que la resaca se ha convertido de mi parte en un denodado objeto de estudio, pero casi. De modo que me alegró la aparición de esta nota que hacía referencia a lo poco que se progresó en el tratamiento de las secuelas, profundamente dolorosas, de una buena borrachera. El artículo de "The New Yorker", concluye que no hay más remedio para este mal que ¡no beber en lo absoluto!. Una verdadera blasfemia para quien tiene en las bebidas espirituosas, justamente, ínvolucrado parte de su espíritu.
Hace unos años leí en uno de los tantos libros del filósofo Antonio Escohotado, dedicados al uso y abuso de las drogas, que la resaca no tiene cura pero si un tratamiento que puede aminorar sus efectos: dormir. Y luego de dormir, dormir incluso con la ayuda de una píldora que sirva a tan nobles propósitos. Su fórmula anti-resaca también incluía beber entre dos y tres litros de agua antes y después de la parranda.
Años de experiencia en el rubro y de sesuda investigación filosófica, que ha tenido mi propio cuerpo como conejillo de indias, me permiten asegurar que la resaca es todavía materia oscura. Un laberinto sin salida incluso para los bebedores más avezados y audaces. Entre los cuales no puedo incluirme. No aun. No faltará oportunidad.
Mi propio manual de uso frente al mal de la resaca es realmente básico. Si he bebido de más, duermo de más también. Y abandono todo deseo de alimentación luego del sueño. Es decir, prescribo sueño abundante y mucha agua y ni siquiera el pétalo de una rosa para acallar los rugidos del estómago. Cualquier fracción de carne, arroz y/o fruta no hará más que recordarle al aparato digestivo el trance por el cual está pasando, con las consecuencias revolucionarias que todo esto puede desencadenar en el baño.
Olvidensé del viejo lema que indica que una buena borrachera se apasigua tomando una cuota extra de alcohol. Una cerveza, por ejemplo. Patrañas. Una cama, silencio y meditación horizontal son la clave de la resurrección.
Jack Kerouac en "Los vagabundos del Darma", acuñó el término: "perfectamente borrachos". Cuando eso ocurre, cuando uno está, por ejemplo, en un bar charlando acerca de -oh paradoja- la imposiblidad de hablar del amor, pues se sabe que al otro día, la maldita resaca pasará a cobrar la factura que ha quedado impaga. El placer llevado al paroxismo siempre nos cobra honorarios usureros. Esta es la refutación definitiva e inclaudicable a la doctrina hedonista.
En su "Diccionario del diablo", Ambrose Bierce (traducido al español por Rodolfo Walsh) definió beber: "Echar un trago, ponerse en curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder".
A lo largo del camino beodo, he ido coleccionando frases que profundizan en el tópico. Una de Thomas Hobbes dice: "La embriaguez es simplemente una demencia voluntaria.". Yo agregaría: la embriaguez es sumar demencia a la demencia cotidiana.
"Desconfío de la gente que no bebe", solía comentar el gran Humphrey Bogart.
Ún diálogo genial que encontré en "Hijo de Satanás" de Charles Bukowski, dice:
-¿Qué haces, Harry?
-Estoy esperando a que llueva
-¿Te apetece una cerveza?
-Estoy esperando a que llueve cerveza, Monk. Gracias.
Cuentan que fue Plinio el que dijo: "En el vino está la verdad". No en mi caso.
Buscando en la biblioteca infinita que imaginó Borges (o sea, internet) encontré un par de frases que apuntalan el vicio. Una dice: "Two beer, or not two beer". Una maravillosa resignificación de la obra literaria de William Shakespeare. la otra: "La realidad es una alucinación producida por la falta de alcohol".
La resaca es el extremo opuesto de aquella espléndida sensación que nos produjo el primer trago de cerveza y les remito a un libro que habla de esto, llamado, por supuesto, "El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida" de Philippe Delerm. Una vez que el líquido frío cruzó tu humanidad de manera inaugural, ya todo ha sido dicho. El libro mágico no tiene otros secretos para esa noche. Quienes bebemos, somos concientes de ello. Pero humanos al fin, perseveramos en el error.
 
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  06 » Nov 2008
Buscar amor
  No recuerdo los pormenores. Tal vez era una de esas típicas fiestas de pueblo que se prolongaban hasta el amanecer y que amenizaba un pequeño grupo de malos músicos. Guitarra, acordeón, cucharas (sí, cucharas como complemento rítmico) y voz. Y la gente. Mucha gente apretada en una humilde casa de madera a la mitad de un cerro.

Ignoro cómo llegamos. Pero allí estábamos, mi madre y yo, en medio del jolgorio. Estaban mis tíos y creo que algunos parientes lejanos. Intenté varias veces que mi madre bailara conmigo una de las tantas cumbias que seguramente interpretó este selecto grupo de amateurs. No hubo caso. A mi lado las parejas bailaban y reían. El vino tinto hacía su parte. ¿Quiénes eran? ¿Por qué nos habían invitado?

Ignoro cuánto tiempo transcurrió entre mi intento de convencer a mi madre y el momento en que tomó mi mano y me sacó volando del lugar. Era apenas un chico, no tenía más de 8 años. Mi alegría infantil me había impedido comprender que mi madre estaba triste. Ella no podía bailar. Sin dar explicaciones me llevó por las calles de tierra de mi pueblo. Cuando le reproché: "Mamá yo quería bailar". Me respondió con una frase que también escapaba a mi realidad: "No tenemos nada que hacer ahí, no tenemos nada que ver con esa gente".

El artículo completo en "Río Negro"
 
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  29 » Oct 2008
Miguel o la libertad
 

Adelanto del Mediomundo del jueves.

Miguel atravesó este invierno del mismo modo que los últimos 5: cazando liebres. Es la temporada del frío el momento ideal para atraparlas. Desde hace unos años, Miguel va de un lado al otro de la frontera con sus trampas. Los estancieros no le ponen reparos a su trabajo y él gana el dinero suficiente para transcurrir un año sin sobresaltos vendiéndole la piel a los exportadores.
Aunque en la escuela nunca fue un alumno ejemplar Miguel tiene notables habilidades para cualquier tarea que a uno pueda ocurrírsele: ha cazado liebres, cierto, pero también pumas, cuando estos han atacado los rebaños de ovejas después de una parición. Es el único mecánico autorizado de su auto, un Land Rover de la década del 50, que alguien trajo de las Isla Malvinas y, finalmente y después de mucho rodar, quedó convertido en chatarra. Fierros perdidos que adquirió por unos 1000 dólares. El se encargó de rearmar el vehículo igual que a un juguete.
Buena parte de agosto lo dedica a pasear por ahí y mirar el cielo como si fuera el techo de su casa. Cuando le asaltan las ganas, agarra su mochila, su carpa iglú, un poco de comida, y sale despedido en la veterana 4x4. Bebe poco. No fuma. Su verdadero placer radica en acampar, charlar y visitar a los amigos. Como hacían los hombres y las mujeres de mi pueblo hace ya muchos años, se deja caer por casa (o el rancho) sólo para decir hola y matar el tiempo.
Más allá de la tradición, Miguel tiene estilo propio. Le gusta la buena ropa de montaña, los zapatos de trekking, y ama su sombrero vaquero que buscó con tesón hasta el encontrar uno que era perfecto para él. Siempre le digo que le falta el laso y el caballo. Pero es una obviedad aclarar que quien tiene un Land Rover modelo 50, no necesita cuatro patas. De igual modo, no le hace asco al galope. En la época en que se organizan las fiestas criollas de doma y folclore, se atreve a subirse a un caballo salvaje y trata, ya que no de domarlo, de mantenerse arriba por al menos un minuto sin perder la dignidad. Hace un tiempo una revista de turismo quiso ponerlo en su tapa. Les respondió con una sonrisa incrédula y un no gracias.
Septiembre marca el inicio de la Temporada Alta en la Patagonia Austral, entonces es cuando empieza el verdadero ajetreo. Miguel es el guía de una empresa internacional de tours y el encargado de llevar a buen puerto a distintos grupos de extranjeros que se adentran en las montañas y los glaciares. A veces sus viajes son un auténtico paseo. A veces una odisea. De cada cosa hay en la vida de un guía. Su condición física y experiencia se han transformado en un comentario general entre quienes se dedican al rubro en espacios tan salvajes y maravillosos como el Parque Nacional Torres del Paine o la zona de glaciar Perito Moreno.
Cada vez que nos encontramos disfruto de sus conversaciones. Son dosis concentradas de filosofía natural que transmiten orgullo y seguridad. Miguel ha nacido donde quería nacer. Estoy persuadido de que si alguna vez tuvo la oportunidad de elegir una geografía, acaso en un plano que desconocemos, en una sobrevida que se nos escapa a la percepción ordinaria, pues, Miguel hizo su opción. Puso un dedo en el mapa y el dedo lo ubicó en el extremo. Toda su persona respira armonía.
A pesar de que su tarea cotidiana es ardua, Miguel tiene planes. Quiere conocer el mundo, mirar otros paisajes, descubrir la emoción cotidiana, no afectada, en los rostros de personas que nacieron a miles kilómetros de su mundo. A sus 23 años, no sólo carga mochilas y carpas, también lleva consigo la idea de volverse rico. Nadie puede culparlo de pecar de ambición desmedida a su edad. El fue quien me enseñó que la libertad no se hereda si no que se obtiene después de un arduo trabajo. Y que si no has empezado, empieza ya. Fue la persona que me hizo entender que esa bella y controversial palabra tiene un precio. Supongo que Miguel aprendió la lección producto de una paradoja que se desarrolla en su trabajo como guía: al pie de las montañas, avanza observando los picos nevados, pero cuando vuelve la cabeza hacia atrás ve un montón de profesionales americanos o europeos que han pagado con tarjeta su derecho a conocer tierras vírgenes en la Patagonia. Su ticket a la aventura. En ese trayecto, en cierta forma, Miguel acepta estar preso para después tejer su propio camino.
Hemos soñado juntos en muchas ocasiones. En cuestión de minutos elaboramos perfectos planes de negocios que un día nos permitirán fumar los más selectos habanos cubanos. Yo hablo de Shakespeare. El de refundar el mundo en el sur. Soñar es el ejercicio de la poesía, y la poesía, libertad.

 
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