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15 » Jun 2009 |
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Adiós, Hemingway |
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Adiós, Hemingway (versión digital)
Un asesinato cometido hace cuarenta años ha sido revelado en la actualidad y el autor tal vez sea el mismísimo Ernest Hemingway. De esta manera se podría sintetizar el argumento de “Adiós, Hemingway” (Tusquets) del Leonardo Padura. Se trata de un libro entretenido, ocurrente y muy bien escrito. Sin embargo, antes que destacar su faceta exclusivamente ficcional, habría que entender esta obra del cubano, también autor de otros títulos destacados donde el protagonista es su detective Conde, como un retrato biográfico de excepción.
Quien ha seguido la vida y la obra del escritor norteamericano no puede sino estar agradecido. Tantas cosas se dijeron del Gran Papá que llega un momento en que una suerte interpretación gráfica, un dibujo en colores de quien fue, no importa si en sus años finales o al principio de la gloria, resultan de gran ayuda y consuelo. Padura se ocupa de su ocaso, justo antes de Hemingway dejar la isla de Cuba para terminar, como todos ya sabemos, con tiro en la cabeza.
Ahí donde aun no ha estado el cine, Padura ofrece un espléndido retrato cinematográfico. Casi casi que podemos vislumbrar con nitidez digital el rostro cansado de Hemingway, su mirada vacía, su cuerpo grande y fofo, harto ya de su propia fama y de un pasado poblado de anécdotas que ahora pensan como el demonio.
Creo que un párrafo de Padura sirve para sostener lo que estoy diciendo con tanto entusiasmo: “Con la botella de Chianti bajo el brazo y la copa en la mano caminó hasta la ventana de la sala y miró hacia el jardín y hacia la noche. Esforzó los ojos, casi hasta sentir dolor, tratando de ver en la oscuridad, como los felinos africanos. Algo debía existir, más allá de lo previsible, más allá de lo evidente, capaz de poner algún encanto a los años finales de su vida: todo no podía ser el horror de las prohibiciones y los medicamentos, de los olvidos y los cansancios, de los dolores y la rutina. De lo contrario la vida lo habría vencido, destrozándolo sin piedad, precisamente a él, que había proclamado que el hombre puede ser destruido, pero jamás derrotado. Pura mierda: retórica y mentira, pensó, y sirvió otra copa de vino.”
Brillante. El libro de Padura continúa avanzando entre dos escenarios separados en el tiempo: el de un Hemingway torturado por la decrepitud, y el de Conde, un detective que alguna vez lo admiró y ahora se encuentra a cargo de una insólita policial: investigar si el escritor es el autor de un crimen que ocurrió en Cuba hace tantos a la fecha.
Una vez más Hemingway emerge de entre las palabras como un ídolo complejo y poderoso. Una vez más, el autor de “Fiesta”, de “El viejo y el mar”, y tantos otros clásicos de la literatura, se manifiesta como el fantasma imposible: basto, solidario, exótico y único. Eso si, Padura da un paso hacia un lugar poco explorado: la leyenda a la cual todo bohemio ha querido aspirar -la suma de los elementos: el intelecto y el vigor físico- es desnudada por una proza inteligente y definitiva. Un gran escritor sepulta en parte la mentira de otro. No es un hecho común en la literatura de estos años on line. |
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03 » Jun 2009 |
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La revancha anónima |
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El libro "Alta Rotación", de Laura Meradi, indaga en las vidas asfixiantes de los jóvenes que realizan trabajos temporarios. Empleos sin destino, con horarios caprichosos y rutinas obsesivas, a cargo de seres que viajan entre la urgencia, la necesidad, la precariedad y el vacío.
Entrevista a la autora
Comentario de "Alta Rotación"
Todas las vidas de Laura
No pocas de las historias de vida que atraviesan el continente de “Alta Rotación” (Editorial Tusquets) podrían convertirse en un novela cabal. El libro, en rigor, no lo es. Por el contrario es un sobresaliente ejercicio de no-ficción en el que se entrelazan datos precisos con visiones generacionales escritas en un tono nada conformista. El escritor participa de una historia que, al menos al principio, no le resulta propia pero tiene voz y, en algún sentido, en el que le otorga el hecho de estar a cargo de la construcción de un libro, voto.
Laura Meradi es joven y, vista la fotografía, luce incluso menor de lo que marca su año de nacimiento, un truco que usó alguna vez mientras buscaba trabajo para realizar esta investigación: cuanto más joven y más disponible (es decir, bien lejos de las aulas), mejor para el sistema laboral. Su escritura es entretenida, zarpada, rocanrolera y de ratos lírica. Poesía nacida en baños pasados a pis. A la mitad de una hamburguesa mal calentada en un local de comida rápida. Poesía parida en la calle pero concebida por una personalidad sensible.
“Alta Rotación” posee momentos simpáticos, otros muy divertidos y otros tantos que reflejan de un modo crudo un puñado de vidas patéticas. Las historias están dividas por los trabajos que Meradi fue consiguiendo pero hacia el final todo comienza a confluir y es la propia cronista la que se termina preguntando acerca de su papel en la sociedad. ¿No está ella misma cerca de convertirse en un asalariado más que no puede escapar a un círculo de fuego? ¿Es la literatura su espada, su redención o el trampolín a la historia siguiente? Algunas de estas preguntas son respondidas en el libro. Otras quedan en puntos suspensivos. Y nosotros, lectores al fin, sólo podemos esperar a que luego de ellos vengan más líneas. Otros libros. Otras vidas interpretadas por Laura Meradi. |
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29 » Apr 2009 |
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Papeles inesperados |
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A 25 años de la muerte de Julio Cortázar, un volumen de más de 400 páginas que reúnen sus textos inéditos.
Una colección de textos inéditos escritos por Cortázar a lo largo de su vida:
· Nuevas historias de Cronopios y Famas.
· Episodios desconocidos de Un tal Lucas.
· Ensayos, crónicas, cuentos, poemas y otros textos |
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24 » Apr 2009 |
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Moby Dick |
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Todo el asunto, el secreto, es acerca de adónde te lleva el relato. A qué paisajes, a qué aventuras y con qué motivos. Cuales son esas palabras que sirven a modo pócima. De infalible seducción.
Es de noche y tirado en mi flamanete colchón que ahora llamo cama, me entretengo leyendo “Moby Dick”. Si, “Moby Dick”, la obra maestra de Herman Melville.
Me subo a su barco. Me hago arponero. Me siento al lado de ese enorme negro que fuma desde la punta de su arpón. Soy un soñador inexperto. Un cobarde y un pretencioso despojado de malicia. Un loco. Un buscador de horizontes perdidos. Un aventurero.
Se hace tarde, mis ojos inyectados se cierran. Recuerdo al pasar que Melville es pariente de Moby. Pero no sé donde tengo los buenos discos de ese músico extraño y calvo.
Cierro “Moby Dick”, le beso los pies. Nos vemos en otra madrugada, le dijo al libro. Mientras me duermo, lo añoro. Siento nostalgia del sabor de la sal del océano y el viento en mi cara.
El libro Google Books |
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12 » Feb 2009 |
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Lo bello y lo triste, de Yasunari Kawabata (reseña) |
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Por Alejo Stopansky
En esta novela Kawabata (P. Nobel en 1968) nos insinúa —o desafía— a comprobar una cualidad y un sentimiento comunes a otro. Un indicio puede hallarse en el mito de Narciso y, según mi módico parecer, en la versión que Oscar Wilde barruntó para luego escribir esta mustia prosopopeya: luego de la muerte de Narciso, la laguna, ahora de aguas saladas, musitó a las oréades el porqué de sus lágrimas: “—Pero yo amaba a Narciso porque, cuando se sentaba junto a mis orillas y miraba mis aguas, en el espejo de sus ojos yo veía reflejada mi propia belleza’”.
Tal vez ignoramos si buscamos en otros lo que éstos han encontrado en nosotros. Son los desaciertos de los enceres con que contamos.
En poco más de una tríada de héroes, cuyos progenitores, de algunos, han pasado a otro mundo, el autor nos confía que por venturas del amor esas cualidades trascienden lo mere personal e insuflan de sentido las otras vidas. “Este tipo de ficción es inspirado por el amor”, explica el narrador por boca de uno de ellos.
No son indiferentes las geografías e incoloros los ritos en que el relato es desenvuelto (el té, por ejemplo, rito que el autor siempre convoca); bien nos aporta un ataviado cariz de un lienzo nipón que a lo largo de sus títulos —de esa índole— nos dejará entrever la obra concluida. También las partes inconclusas. Mantengo la sospecha de que el último es el más bello (“El lago”).
Quienes protagonizan el relato están ligados a la literatura y a las artes plásticas. Ensayan cómo el artista construye y destruye, ferazmente, los caracteres psicológicos de sus personajes y los estampa en su paramento; análogamente para el papel o el cuadro, cosas inanimadas que cobran vida aunque mantengan una umbilicada relación con sus causantes. El final de este libro es tan logrado como el óleo de Waterhouse (1849-1917), “Eco y Narciso”. Desconozco si Kawabata observó la referida pintura prerrafaelista. Quedará al lector y espectador escudriñar tamaños vértices de esta simetría y hasta puede ser anacrónico en sendas actividades. Quizá coincida en que uno de los pechos de Eco aún se mantiene virgen. No sé la razón de esa parcial discriminación estética. |
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