El libro del futuro ya ha comenzado a hacerse un espacio en el presente. Los flamantes formatos digitales cambiarán no sólo el cuerpo del tradicional objeto que nos ha acompañado por 500 años sino también la forma de leer. Aquí una entrevista con uno de los protagonistas de este cambio cultural:
Octavio Kulesz, fundador de Libros del Zorzal y de la moderna Teseo, que entre otras experiencias está incursionando en el “Print on demand” y en las plataformas digitales diseñadas para difundir textos académicos.
Esto va a sonar feo. Pero hay que decirlo: estamos asistiendo al final de la era del libro tal y cual lo conocemos. En otras palabras: su ocaso es una discusión bizantina. Y discutir no es lo que haremos aquí.
A millones de amantes de sus cuerpos predecibles y tradicionales, más bien rectangulares de, por lo general, más de 100 hojas, de tipos negros sobre fondo blanco, nos puede parecer un verdadero sacrilegio que venga un entendido de la otra era, la digital, y nos advierta su desaparición.
Sin embargo, una nueva generación de lectores está naciendo y con ellos también una forma de lectura distinta. Para quienes hemos sido criados en la lectura del texto lineal, las flamantes estructuras linkeadas, intercaladas y atravesadas por la imagen, el sonido y en breve por la textura y el aroma, nos resultan en el mejor de los casos sorprendentes y en el peor incómodas.
Hasta hace unos pocos años, la lectura tenía el sesgo de lo invisible y lo silencioso. Un cine personal en el que las imágenes se proyectaban puertas adentro y se sucedían a nuestro placer, en convulsionadas olas que se movían al ritmo de una composición literaria hija de saberes secretos y caprichosos. Pues bien, no más.
El libro del futuro viene con banda de sonido, equipo de iluminación y director de fotografía. El paradigma de la lectura se ha transformado en algo muy emocionante pero que dejará atrás viejos y maravillosos usos. A no preocuparse, ese porvenir tiene guardas excitantes sorpresas. Lectura bilingüe, trilingüe, lectura en acción, en colores, en formato táctil, lectura enlazada hacia nuevas dimensiones de placer. Lectura de ida y vuelta, lectura colectiva, obsesiva, erudita, lectura expansiva y expandida a un nivel que jamás de los jamases hemos imaginado.
El libro, del modo en que hoy subsiste malamente en las librerías, ha iniciado su mutuación. En menos de 10 años las tabletas de lectura electrónica se habrán vuelto masivas y no pocos se sentirán cómodos con el formato plásmico y táctil. En rigor, los dispositivos de pantalla luminosa y capaces de albergar cientos de títulos, además de diarios y revistas por subscripción, ya se están vendiendo a buen ritmo.
Bienvenidos al futuro. Porque el futuro es hoy.
Octavio Kulesz, fundó hace ya casi 10 años Libros del Zorzal, una muy interesante experiencia dedicada a publicar libros de temáticas originales aunque de un bajo perfil mediático. Por estos días está al frente de un nuevo proyecto: Teseo. Esta editorial se haya orientada a los libros académicos integrando en este propósito avanzadas tecnologías como la impresión bajo demanda y la distribución digital de libros físicos, entre otras. El es uno de los principales actores del nuevo escenario editorial.
-Uno de los grandes temas que rondan la salud del libro es el formato. El cuerpo físico del libro que parece no tener un competidor. ¿Piensas que finalmente se masificará la utilización de los formatos electrónicos hasta un punto en que recordemos con nostalgia al libro tal cual lo conocemos?
-Me animaría a decir que sí. Con los últimos dispositivos de tinta electrónica, que se iluminan con luz ambiente, la experiencia de lectura es asombrosa. Pienso por ejemplo en el Sony Reader o en el Amazon Kindle, que pueden almacenar centenares de libros, consumen muy poca batería y permiten hacer anotaciones sobre los textos que quedan grabadas, pueden compartirse, etc. Otro competidor serio del libro será seguramente el Apple Tablet, anunciado para principios de 2010: se trata de una laptop con pantalla táctil y sin teclado analógico, que al ser rotada verticalmente puede convertirse en un libro digital perfecto. Hay bastante escepticismo en el sector editorial sobre un eventual reemplazo del formato tradicional por estos nuevos dispositivos. Pero es fundamental recordar que el libro tal como lo conocemos hoy tuvo su nacimiento, luego su período de esplendor, y perfectamente puede entrar en decadencia si otros formatos más prácticos le hacen frente. El libro tradicional es heredero del códice medieval: son hojas (de papel ahora, de pergamino durante buena parte de la Edad Media) encuadernadas y con una cubierta de protección. Como dispositivo de lectura, el libro tuvo antecesores, a los que destronó; me refiero en particular al formato rollo, que prevaleció en el Mediterráneo hasta alrededor del siglo III d.C. Cualquier formato que resulte más conveniente y mejor adaptado a las prácticas cotidianas de los lectores actuales puede llegar a reemplazar al libro físico, así como éste reemplazó al rollo hace 1800 años, por esas mismas razones. Y efectivamente, tal vez un día recordemos con nostalgia al libro impreso, del mismo modo que hoy miramos con fascinación un rollo antiguo. Lo seguro es que muchos de nosotros ya leemos y escribimos más en pantalla (mails, documentos, diarios online, chats, blogs, Facebook, Twitter, etc.) que en papel, y eso marca la tendencia. Uno de los signos visibles de esta transformación es que prácticamente desapareció la carta manuscrita, un formato incluso más antiguo que el libro.
-Por otro lado, no sólo hablamos de formatos, también de un cambio de paradigma en el acto de lectura, puesto que cada vez se vuelve menos cotidiano leer linealmente. El texto corto pero explosivo, el texto linkeado, el texto con imagen y sonido están ocupando un terreno indiscutible en la cultura contemporánea. ¿No morirá o al menos desfallecerá también esta manera de leer tan especial que heredamos y a la que nos impulsa una novela o un libro de historia, en el transcurso de la cual debemos imaginarnos por nosotros mismos una serie de elementos? O dicho de otro modo, ¿estamos ante el final de un método utilizado para darle cuerpo al texto lineal, y ante el nacimiento del otro, donde determinados elementos -color, sonido- ya vienen preestablecidos en la lectura?
-Exactamente. Creo que el cambio en los formatos lleva necesariamente a un nuevo paradigma de lectura. Del texto estandarizado, que se lee en soledad y en silencio, se pasa a una lectura colaborativa y multimedial. Para muchos esto implica un retroceso, pero es difícil decirlo. De hecho, también al libro impreso se le formularon en su momento tremendas críticas. Es muy interesante estudiar las reacciones de eruditos de los siglos XVI y XVII contra el eventual embrutecimiento y arrogancia que la técnica de copia masiva de textos podía despertar en lectores vanidosos. Según un autor como McLuhan, la lectura silenciosa e individualista que caracteriza a la cultura moderna no constituye algo innato, sino que surgió con la imprenta. La lectura medieval y antigua, por contraste, se sostenía en valores muy diferentes, como la oralidad, la preponderancia de la palabra hablada por sobre la escrita: hay un testimonio curiosísimo de San Agustín refiriéndose a Ambrosio, que leía en silencio, ¡y todo el mundo se acercaba para observar el prodigio! De la misma forma que el libro impreso modificó los hábitos de lectura, el libro digital dejará una huella indeleble que nosotros, la generación de transición, veremos con una mezcla de curiosidad y nostalgia. La lectura digital estará (y de hecho ya lo está) más integrada con otros formatos multimedia, como audio, fotos y videos. Y habrá que ver qué nuevas modalidades irá introduciendo el uso mismo, cosas que por ahora no podemos prever. Por ejemplo: ¿se mantendrá el esquema de páginas enfrentadas (par/impar) que tienen los textos tradicionales? Incluso, ¿se seguirá hablando de “páginas”, si existen métodos de anotación y búsqueda directa que nos permiten marcar y localizar expresiones sin necesidad de hacerlo manualmente, hoja por hoja? ¿Y seguiremos haciendo “libros” o más bien textos fragmentarios pero hipervinculados?
-¿Podrías establecer un imaginario paralelo entre un lector (y cuando digo lector, me refiero a alguien que compra y lee libros) de la actualidad y uno del futuro que tendrá a su alcance una variedad de tecnologías?
-El lector tradicional se mueve en un ámbito analógico: lee reseñas en la prensa gráfica, escucha comentarios de amigos sobre algún título particular, luego pasea por librerías físicas de su barrio, consulta con el librero, hojea diferentes ejemplares que descansan en las mesas del local y eventualmente compra alguno. El lector digital extremo opera en otro “universo”: recibe en su mail novedades de blogs, comparte opiniones en foros de su interés, visita revistas literarias online, averigua precios en librerías virtuales y finalmente compra el libro que buscaba, en el formato que prefiere: versión en papel (impresa a pedido) o electrónica (ebook), para leer en su Reader o en su celular. La experiencia de lectura es sin dudas tan diferente como la de compra. El lector tradicional de libros físicos suele seguir adelante con la lectura a pesar de encontrarse con temas que no conoce. Y si llega a recurrir a un diccionario o enciclopedia, regresa ni bien puede al texto original. Por su parte, el lector digital seguramente tendrá la tentación de consultar Wikipedia, Google Maps o YouTube en numerosas ocasiones, y la visita de esos sitios en el mismo dispositivo de lectura lo llevará por sendas desconocidas de las que quizás tarde bastante en regresar al texto inicial.
-¿Cómo ha evolucionado el negocio del "Impresión on demand" y cómo defines su mercado?
-La impresión bajo demanda está evolucionando a un ritmo asombroso en todo el mundo. Los costos vienen bajando y la calidad ya es óptima. Actualmente, se pueden producir alrededor de 400 ejemplares al mismo costo que en Offset, la tecnología tradicional. Esto permite disminuir los stocks de las editoriales y las librerías, que se encuentran terriblemente saturadas. El mercado del libro impreso bajo demanda es por ahora sólo el de nichos (por ejemplo el académico, que es el que desarrollamos en la editorial Teseo) pero pronto pasará a otros segmentos masivos. Todavía estamos esperando que las librerías en nuestro país den el gran paso y comiencen a imprimir los libros que venden, tal como hace Blackwell en Inglaterra, en convenio con las editoriales que proveen los archivos. Así, las editoriales chicas y grandes tendrán las mismas oportunidades de distribución, y las ciudades más pequeñas podrán contar con la misma diversidad de oferta que las capitales.
-¿Como editor qué le dices a un autor que tiene en sus manos un original sobre ciencia e investigación y que quiere darlo a conocer y, tal vez, obtener algún tipo de lógico beneficio monetario?
-Lo alentaría a ponerse en contacto con un editor especializado, para evaluar qué posibilidades tiene la obra de publicarse, difundirse y distribuirse. Con las nuevas tecnologías, estas posibilidades son mucho más altas, porque los costos son menores que en el pasado. Sin embargo, hoy más que nunca, justamente por la mayor facilidad de publicación, es necesario contar con editores que puedan trabajar de cerca con los autores, de modo de potenciar el lanzamiento del libro. Para el autor es fundamental que su obra tenga la protección legal necesaria y le permita ganar regalías por ventas, en los diferentes formatos que el lector elija.
-¿Y qué le dirías a un joven novelista con sueños de gloria?
-También le diría que busque el contacto de un editor. Es enorme la cantidad de obras maestras que quedaron a la deriva por falta de una difusión profesional. En el mejor de los casos, esos textos llegaron tardíamente a manos de un editor que se hizo cargo de su publicación décadas más tarde; y en el peor de los casos, quedaron escondidos, dejándoles el protagonismo a otros.
-El mercado tradicional se muestra poco dinámico, como alguien que una vez tuvo su momento de gloria y nunca se interesó demasiado en continuar investigando acerca de cómo acrecentar el negocio (y esto ya me recuerda a las discográficas). Y digo esto porque, por ejemplo, salvo excepciones cuando un libro sale al mercado son muy pocas las editoriales que hacen un verdadero esfuerzo por dar a conocer a sus autores. También me lo han dicho inclusive autores que son best seller y que no tienen un vínculo muy fuerte con sus editoras. La indolencia es uno de sus males. ¿Estarán condenadas las editoriales tradicionales a una suerte de monoproducto "best seller" y a olvidarse de propuestas originales y creativas que quedarán en manos de otras empresas o simplemente dejaremos de ver y leer libros que no representen al mainstream?
-La descripción es totalmente acertada. Muchos editores (en particular los grupos más grandes) se confiaron en que nunca les iba a ocurrir lo que a las discográficas. Según ellos, la industria de la música impuso diferentes formatos (disco, cassette, CD, DVD) a una misma generación, que estaba así acostumbrada a los cambios y, por lo tanto, podía aceptar más fácil un nuevo salto, el del MP3; los editores creyeron entonces que con un formato como el libro impreso, de más de 500 años de edad, no ocurriría el mismo problema. De esta forma, las editoriales tendieron a repetir una y otra vez las mismas estrategias de producción, promoción y venta, sin tener en cuenta los cambios fenomenales en los modos de leer. En mi opinión, esta ceguera o resistencia les costará muy caro a las editoriales más grandes, que ya no tienen la posibilidad de reconvertirse rápido sin sacrificar buena parte de su poder logístico y comercial. Ese lugar será ocupado necesariamente por otros jugadores de mayor dinamismo, que ofrecerán las propuestas más originales y creativas.
-¿Me cuentas algunos de tus sueños como editor?
-Pocas veces como ahora ha existido una posibilidad tan real de cambiar el statu quo editorial, gracias a las nuevas tecnologías. Me gustaría aprovechar al máximo esta oportunidad única de transformación, en conjunto con los demás actores de la cadena del libro: los autores, las imprentas, las librerías y los lectores. En el caso del libro académico, que es el nicho de Teseo, me interesa especialmente trabajar de cerca con las instituciones (universidades y centros de investigación) para que puedan acceder a este universo nuevo, muchísimo más vasto y dinámico que la galaxia Gutenberg.
Un joven editor
Editorial Teseo está dirigida por Octavio Kulesz. Licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires. En 1999 fundó Libros del Zorzal, junto con su hermano Leopoldo. En 2007 fue elegido presidente del International Young Publisher of the Year Network, red global que nuclea a decenas de editores jóvenes, con centro en Londres. Teseo resultó ganadora del concurso IncuBA (2007), dependiente de la Dirección General de Industrias Creativas de la Ciudad de Buenos Aires, y desde esa fecha funciona en el Centro Metropolitano de Diseño.
Apenas terminó el programa de televisión me puse a escribir algo. Llevaba media página pero el texto no me terminaba de cerrar. Me quedé reflexionando y, sin llegar a una conclusión sobre el asunto, observé cómo una de las sillas se acercaba hacia mí. Supuse que el cansancio me hacía ver todo más extraño que de costumbre. De pronto oí una voz más grave que la mía:
―¿Sabés quién soy? —preguntó.
No quise contestarle nada. Tal vez eso hizo que se molestara porque la voz empezó a tomar cuerpo, mi misma forma, salvo que su perfil era similar a la que muestra el descascarado espejo del baño.
―No te asustés ―irrumpió casi pegado a un costado― soy el corrector.
Me quedé en silencio, algo turbado. El corrector se interesó en lo que yo había escrito, a pesar de las sabias lecciones del mundo que me aconsejaban desairar palabras disonantes.
―Entiendo que no me quieras hablar ―reaccionó―. ¿No te enojás si llamo a otro?
Lo miré a los ojos y le contesté:
―Hacé lo que quieras.
Sin demorar nada, apareció otro hombre más, digamos que un parónimo del corrector. Este último me explicó que no iba a leer el borrador porque para eso estaba el lector.
―¿El lector? ―pregunté.
―Sí ―afirmó―. Veo que cambiaste en algo. Dejale el lugar a él ―indicó con una seña del tipo «salí de la silla».
El lector era más pausado. En voz alta se dispuso a leer el bosquejo que yo había hecho:
Diatriba contra Pedro de Santabárbaras
He oído a un hombre que, arrogándose dotes de hierofante, enaltecía cierta doctrina epicúrea. Fue truncado en su vano intento de exponer ante el selectísimo ateneo en donde descuellan los estudiosos de las novelas socráticas ―albergo la esperanza de ojear alguna― aún a estudio de nuestros más distinguidos mistagogos.
»Mas como no quiero ponerme gárrulo con mis muy poquísimos leedores, penuria que atribuyo a la sabiduría doméstica, arremeteré con lo que este secuaz pretende enredarnos: tres apotegmas que no merecen llamarse aforismos, pues ya se sabe que están reservados a los cultos de veras.
El cenobita ha alzado vuelo tras inmiscuirse en fugaces crónicas delictivas, sitio que le valió para hacerse llamar «Pedro de Santabárbaras» o parecida cosa. Es paladina la afinidad que pretende tener con Tales de Mileto, Empédocles de Agrigento o Josezno de Segur.
Valiéndose de la celebérrima postura del príncipe dinamarqués, aunque sosteniendo una copa, el apóstata de las reglas de la salud bramó: “Prepárate para entrar en mi cuerpo”. No hace falta hesitar el más elemental razonamiento para afirmar que en verdad desea, con tamaños ambages, arrastrarnos a los espantosos designios de Dionisio, allí donde presiden el frenesí y las protervas conjuras contra la concupiscencia.
Con su habitual tono lascivo espetó: “Bebe de mi copa y serás inmortal”. Ciertamente que un beodo jamás vuelve de esa extravagancia. No es más que otro modo de incitarnos a sucumbir a los placeres mundanales. Y, por fin, cuando le preguntaron si no tenía miedo de que alguien robase sus pertenencias, contestó: “Nada pueden quitarme”. Hubo allí un larvado elogio a Diógenes, sí, al cínico, que rechazó el ofrecimiento de Alejandro cuando a pregunta de análoga factura respondió: «que te corras del sol». Para peor, parece que el señor Santabárbaras ya cuenta con un cenáculo fundado por él mismo. Me temo que pronto vindicarán los notables y esa fundación será fundición».
El corrector subrayó todas las palabras en desuso. Me preguntó por qué había puesto «hierofante». Yo le contesté que mi personaje se creía un «maestro de nociones recónditas». Con una palabra podía expresar más de una cosa. Él fustigó mi forma escritura porque era de otro tiempo, inverosímil y hasta rebuscada. Las fue sustituyendo por otras.
Cuando terminó su trabajo, el lector abordó nuevamente su tarea pero sugirió otras voces que, según él, le daban calidad sonora. Para mí prescindían de mis preciadas figuras retóricas.
Los dos intrusos comenzaron a discutir fuertemente en si usar tal o cual vocablo, sobre si el sustantivo tenía que preceder o no a los adjetivos —¿habrán desconocían los epítetos?—, cosas de ese tipo. Yo tomé más distancia. La discusión llegó a un punto en no pude distinguir quién era quién. Al parecer, mi opinión no les importaba en absoluto. Me pregunté qué podía hacer para terciar en esa disputa, hasta que llego mi autor, me tomó del brazo y me invitó a dar un paseo para que «estos forasteros» —dijo, con énfasis— se las arreglasen entre ellos.
Arriba, el trailer del filme basado en "Seda", el libro de Alessandro Baricco. Dirigido por François Girard ("El violín rojo"); con Michael Pitt y Keira Knightley.
Ya ha sido dicho: hay libros, como personas, inexplicablemente adictivos. Los encuentras por ahí, los lees y ya no puedes dejarlos atrás. Por supuesto, eso también ocurre con ciertas canciones y con algunas películas, pero el caso es que me encuentro pensando en “Seda” de Alessandro Baricco. Alguien me lo prestó años atrás y me advirtió que tendría sus consecuencias. Las tuvo. Devolví el libro a regañadientes hasta que hace poco lo encontré en una librería y lo compré: “Seda”. Por fin solos.
Iba a explicar que se trata de una historia simple. ¿Lo es? Hervé Joncour se dedica a un particular oficio: compra huevos de seda a lo largo de Europa que luego vende en su pequeño pueblo, una villa francesa dedicada a su producción. En el siglo XIX, el negocio le termina siendo muy lucrativo.
Plácida y sin conflictos transcurre su existencia hasta que una epidemia que afectan a los gusanos locales le impulsa a viajar a Japón. En el país del Sol Naciente conoce por segunda vez el amor y el delicado y casi invisible arte de comprender lo frágil. Tras su aventura, se vuelve rico. Y eso sería todo.
Dicho de este modo no suena muy alentador. Sin embargo, puedo asegurarles que “Seda” es una obra intensa, despojada y escrita con un sentido de la vacuidad que la acerca a la perfección. Baricco dice con menos elementos y con menos palabras lo que la mayoría de los escritores conocidos no ha dicho con enciclopedias enteras. ¿Y qué cuenta Baricco además de la historia de un rico emprendedor? Pues, que la vida es un río. Que las cosas van y vienen ante nuestros ojos testigos. Que aun si tenemos las certeza y la sabiduría de esperar y de actuar en el momento correcto y de la manera correcta, tarde o temprano nos veremos abrumados por la pasión y el deseo, y que eso, al fin de cuentas, también forma parte del ciclo vital. Que ser persona es una de las tantas metáforas de la osadía.
En “Seda” su autor recupera en las líneas de texto el sabor de la libertad. Su personaje principal ha nacido iluminado como un Buda que no se deja llevar del todo por la certeza de su talento. Sin esperarlo se enamora. Sin desearlo con furia se vuelve rico. Habita un mundo convulsionado con una mirada ausente pero cuando después de la sangre y el dolor, la tensión y la ruptura, se hace necesaria una acción definitiva, es él quien la ejecuta.
A medida que transcurrimos por “Seda”, como ese río del cual hablaba, nuestro ánimo también tiene la oportundidad de caer en un auténtico éxtasis. Como Hervé Joncour gozamos de un placer único: leer sobre el agua.
Porque al leer construimos puentes entre el deseo y el misterio. Perdiéndonos, una y otra vez como ondas marinas, nos volvemos luminarias, objetos únicos en un universo desolado.
“Quiero decir que en vez de supeditar mis deseos a mis medios, decidido a pagar su precio, me parecía preferible crearme los medios de mis deseos...partir del deseo para multiplicar la vida, en vez de ajustar los deseos limitándolos al dato de la vida. Para eso tenía que haber aprendido que el objeto del deseo no es satisfacer la carencia, sino que, por el contrario, la carencia es causa del deseo.
Sabiéndolo, ¿por qué no tratar de vivirlo?”