Libros sueltos. Como en un río. Salmones en el río de la vida. A la pesca del mejor. El más sabroso. El más esquivo. El corazón late. Preciente la verdad y la mentira. Los sueños dan trabajo. No hay camino fácil, sólo círculos por romper. Cartas desde Islandia. Eco de voces mudas. Es parte del equilibrio, la búsqueda, el destino y la pérdida. Demasiado temprano para comenzar, a veces es tarde, de noche y nunca. Frases anotadas en papelitos. Ocultos en el interior de un sombrero de copa negro. ¿A ver qué dice el que acabas de sacar? Dice: un gato negro presagia buena suerte. Y le creo. El gato es mio.
El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre emancipación intelectual
Jacques Rancière
En 1818, Joseph Jacotot, revolucionario exiliado y profesor de literatura francesa en la Universidad de Louvain, Bélgica, comenzó a sembrar el pánico en la Europa sabia. Lejos de conformarse con haber enseñado francés a estudiantes flamencos sin impartirles ninguna lección, encaró la enseñanza de aquello que ignoraba y a proclamar la emancipación intelectual: todos los hombres tienen una inteligencia igual.
Este libro no trata de pedagogía divertida sino de filosofía y de política. Jacques Rancière nos ofrece, a través de este personaje sorprendente, una reflexión filosófica original acerca de la educación. La gran lección de Jacotot es que la instrucción es como la libertad: no se da, se toma.
Jacques Rancière es Profesor Emérito en el departamento de Filosofía de la Universidad de París VIII. Es autor de numerosos libros entre los que se cuentan La Nuit des prolétaires (1981), La Mésentente. Politique et philosophie (1995), Aux bords du politique (1998), Le Partage sensible. Esthétique et politique (2000).
Como el rojo Adán del Paraíso. Ensayo de Antropología Filosófica
Cristina Bulacio
La gravitación de la palabra en la constitución del universo humano se revela en textos muy antiguos, como los bíblicos. ¿Qué poder y qué yugo esconde el lenguaje? ¿Se tiene lenguaje o se está en el lenguaje? ¿Es posible escapar a las redes del lenguaje? ¿“Lenguaje” es lo mismo que “representación”? ¿Los límites del lenguaje son los límites de mi mundo, como lo sostuvo Wittgenstein? ¿Sólo se vive en el lenguaje? Entonces, La muerte: ¿es un puro silencio para el hombre? Estas y otras cuestiones constituyen en este libro una incitación a pensar quién es el hombre –desde la antropología filosófica– e incursiona en la complejidad del fenómeno humano, priorizando el tema del lenguaje.
“Entre el lenguaje como límite y la muerte como silencio, el texto de Cristina Bulacio toma una posición decidida con relación a la palabra. Así es como brinda una escritura poco frecuente en la que deja de lado las circunstancias conceptuales más lineales para crear un dispositivo que se muestra singular y preciso para revelar algunas paradojas del sujeto” (del prólogo de Carlos Brück).
El presente libro tiene su origen en un ensayo breve con el mismo título, que obtuvo el Premio de Ensayo Accesit Lucia n Freud 2006.
Cristina Bulacio es doctora en Filosofía y profesora titular de Antropología Filosófica en la Facultad de Filosofía y Letras y en la de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán. Investigadora, ensayista, docente de posgrado, ha dictado conferencias y seminarios en el país y en el extranjero. Ha publicado artículos en revistas especializadas y varios libros sobre estos temas. Investigadora de la obra de Jorge Luis Borges desde la perspectiva filosófica, tiene tres libros sobre el autor argentino y otros en preparación.
Esquizohistoria
Gonzalo de Amézola
¿Pueden niños y jóvenes comprender un pasado remoto? ¿Quiénes son los protagonistas de la Historia y cómo se los puede estudiar en el aula? ¿Podemos enseñar a nuestros alumnos a pensar críticamente? ¿Por qué es tan difícil cambiar la historia escolar? Este libro plantea una discusión sobre estas y otras preguntas, proponiendo una reflexión que tenga en cuenta las formas en que se ha estudiado pasado en la escuela, la eficacia con la que esa visión se instaló en alumnos, profesores y en toda la sociedad, y los aportes que pueden realizar hoy los historiadores para modificar ese estado de cosas.
Gonzalo de Amézola es profesor en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional de General Sarmiento, instituciones donde dirige investigaciones sobre problemas de enseñanza de la Historia. Ha publicado libros, capítulos de libros y numerosos artículos en el país y el exterior sobre temas de historia argentina reciente y didáctica de la Historia. Durante más de dos décadas ha dictado clases en distintas escuelas medias. En los últimos años ha sido Director de Actualización Docente de la UNLP donde se desempeña como Secretario Académico y Director del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades.
Enseñanza de la Historia y textos escolares
Rafael Valls
Los manuales escolares, a pesar de su importancia en la configuración del imaginario social, no han sido objeto de atención hasta tiempos muy recientes por considerárselos creaciones de escasa relevancia. Esa percepción ha comenzado a cambiar y los estudios actuales muestran los avances realizados en este campo. Esta obra se ocupa de tres temas. El capítulo inicial constituye una aproximación a los actuales criterios de valoración de los manuales de historia. En el segundo, se ofrece una breve historia de la historiografía escolar española de los siglos XIX y XX. El capítulo final presenta el tratamiento en los actuales manuales españoles de los procesos independentistas iberoamericanos.
Rafael Valls es Profesor-Catedrático en el Departamento de Didáctica de las Ciencias Sociales de la Universidad de Valencia. Sus investigaciones se han dedicado al estudio de la enseñanza de la Historia en los niveles educativos pre-universitarios. Ha dirigido y participado en distintos proyectos de investigación impulsados por distintas instituciones europeas e iberoamericanas. También ha colaborado, en diversas ocasiones y a través del Georg-Eckert-Institut de Braunschweig, en las investigaciones que sobre la enseñanza de la historia ha impulsado el Consejo de Europa. Forma parte del grupo de investigadores integrantes del Proyecto MANES, dedicado al estudio de los manuales escolares iberoamericanos.
El fuego, el agua y la Historia. La Dictadura en los escenarios educativos: memorias y desmemoriasCarolina Kaufmann
“En este libro la autora se ocupa, una vez más, de la memoria. Sistematiza producciones, archivos, obras, las incorpora a un listado en el que consigna sentidos y lugares donde cualquiera puede ir a buscar aquellos trozos de historia que permiten recomponer un traumático rompecabezas. Si alguien intenta ubicar partes, piezas, rostros y nombres de un tiempo cercano y doloroso encontrará, en cada capítulo, no sólo un “ayuda memoria”, sino un mapa y un guión conceptual para no extraviarse, preguntas para seguir indagando y teorías que justifican la oferta del inventario de lugares y de otros memoriosos. Todo está destinado a sujetos, instituciones y políticas que no admiten que la censura se instale borrando existencias, confundiendo tiempos, propiciando equívocos, o auspiciando totalitarismos que hagan del pensar un territorio a dominar o una propiedad privada” (del prólogo de Graciela Frigerio).
Carolina Kaufmann es Licenciada y Profesora en Filosofía (UNR), Magíster en Educación con Orientación en Historia y Prospectiva (UNER) y Doctora en Educación por la Universidad de Valladolid, España. Es Profesora Titular regular de Historia Social de la Educación, en la Facultad de Ciencias de la Educación, de la Universidad Nacional de Entre Ríos y Profesora Titular regular del Núcleo Histórico-Epistemológico de la Educación en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Dirige el Grupo TIPHREA (Tendencias ideológico/pedagógicas en la historia reciente de la educación argentina).
“La próxima vez que fallen en atraparlos, en lugar de disparales a ellos, primero los mataré a ustedes, inútiles.”
Este es apenas un botón de muestra de los muchos y oscuros diálogos que tienen lugar en el transcurso de “La Pandilla Salvaje”, de Sam Peckinpah.
Hay otro: “Puedo montar, Pike, puedo montar, pero no puedo ver. ¡Mátame!”. Luego se escucha el disparo.
Se dice que “La pandilla salvaje” marcó el definitivo final de la era del western. Años después vendrían los llamados western crepusculares como el clásico “Los imperdonables” y, la muy reciente, “La proposición”, sin embargo, la vitalidad del género habría dado su canto de cisne con esta obra maestra del autor de “Perros de Paja”.
En varios niveles “La Pandilla Salvaje” no es un western característico. Tiene varios elementos propios del spaguetti pero de ahí en más toma un viraje que lo deja en un lugar insospechado. Así como es insospechado su principio y su final, dos mini obras conceptuales parte de una poderosa obra mayor.
Recordemos el principio: la primera escena abre con un grupo de militares perfectamente uniformados entrando al pueblo de San Rafael. Los señores, con una elegancia que derrite fronteras, ayudan a cruzar la calle a una dulce señora. Luego entran al banco del lugar, lo asaltan y descubren que han caido en una trampa. Da igual. Salen a los tiros y entre los suyos y los de los cazarecompenzas que los esperan, matan, literalmente, a medio pueblo.
El segundo momento del filme es cuando deciden vengar la muerte de uno de sus amigos a manos de un general revolucionario, ambicioso y borracho (no en ese orden). Sin mayores preámbulos, lo atacan en su fiesta privada y se debaten a los tiros contra unos 200 soldados quienes tardan un buen rato en matarlos. Esta última escena representa un hecho cinematográfico sin precedentes que nunca más se volvió a presenciar en la historia del género.
“La pandilla salvaje” puede sostener una extensa gama de percepciones. Su director defendió la violencia implícita apuntando con el dedo hacia el asesinato de JFK y la guerra de Vietnam. No es casual, después de todo fue filmada a fines de los 60 (post revolución de las flores), y ambientada en 1913 (el principio de la producción en serie). Otros simplemente vieron el gérmen de una violencia gratuita que se reproduciría en muchas otras películas de los años 80.
En materia de estética cinenatográfica, el filme de Peckinpah, dejó un huella que hasta hoy no se ha borrado. El director utilizó todos los recursos que llegaron hasta sus manos con la idea de transmitir mediante la flexibilidad de la imagen una estructura narrativa válida por sí misma. O sea, por un lado va el guíón: un grupo de pandilleros que viaja de pueblo en pueblo asaltando lo que se les cruza. Por el otro, la búsqueda visual: escenas en relento con el propósito de subrayar pasajes, y fracciones y más fracciones de cuadros que componen un fastuoso rompecabezas traducido en un western atípico pero respetuoso de la tradición.
Un lectura más profunda aun da cuenta de la caída del forajido en un nuevo contexto social donde el automovil reemplazará al caballo, las metralletas a los revólveres y los rifles, y la codicia por el poder, al deseo por las cosas simples de la vida que pueden procurar un par de miles dólares, tales como whisky, mujeres, y más whisky. Por supuesto, no nos olvidemos de las puestas de sol y los caballos.
O, como canta Ricky Nelson, en “Río Bravo”: “my rifle, my pony and me”.
Otro diálogo para el recuerdo pone a dos de los protagonistas en una cómica encrucijada laboral.
Pike, el jefe de la la pandilla, le dice a Dutch, su amigo: “Este iba a ser mi último asalto, luego pensaba en retirarme”. A lo que Ducth responde: “¿A dónde van a retirarse unos tipos como nosotros?”.
No muy tarde ambos encontrarían la respuesta tan esperada.
Es apenas un flash. Como un flash noticioso, es cierto, aunque positivo. Lo siento venir. Una alegría de quién sabe donde, un entusiasmo propio de cierto tipo de locos, un cóctel de prozac, aire fresco en una mañana limpia. Por ahí anda la cosa. Cuando era un niño, este tipo de instantes iban y venían con alguna periodicidad. Pero a medida que fui creciendo, el flash, se fue volviendo escaso. Una piedra preciosa perdida en un flujo perpetuo. No es que no haya luchado por mi felicidad, es que la felicidad se manifiesta incluso ajena a ciertas conclusiones. Es no más. Por ella misma. Por ella sola. Hace rato tuve mi epifanía. Mi personal iluminación. Sucedió en medio del cumpleaños de mi hija. Hay tanto por hacer. Y quién sabe. Nadie sabe. Sólo estimamos los caminos. Planificamos películas por ver, y libros por leer. Ahora mismo un amigo ha llamado desde lejos y tenemos reservadas unas cuantas horas de conversación para cuando el reencuentro. Si algo queda en la agenda, las cosas empiezan a tener sentido. Me pregunto si el flash es la prueba de que vivo en una callada amargura. O una prueba de que mi esperanza es un espíritu que no descansa.
Cualquiera de las dos cosas resulta inquietante.