Era tarde y me dispuse a disfrutar de la última película de la noche: “El jinete pálido”. Se fue volando. Un flash. Se trata de un argumento básico que además no amerita mayores complicaciones. Cualquier intervención filosófica sería ruido en la línea. Un grupo de buscadores de oro son acosados por un rico terrateniente.
Cuando gran parte del rico mineral se ha agotado en las tierras cercanas, ellos encuentran un filón de enormes posibilidades.
Los malos de turno son capaces de cualquier cosa, mucho más ahora que se ven apremiados por la avaricia. En el peor momento, cuando hasta los perros han sido atravesados por una bala, una hermosa joven le pide un milagro a Dios. Es cuando aparece “El jinete pálido” o mejor conocido como “Clint Eastwood”.
El filme dirigido por el gran director americano conserva todos los componentes necesarios para hacer un buen western y por supuesto lo consigue. El viejo Clint ha demostrado a lo largo de su carrera que conoce el fondo y la forma de los clásicos del Lejano Oeste.
Su rostro duro, la inocencia de quienes confían en el personaje central, la descarnada crueldad de quienes funcionan como sicarios, la soledad, la solidaridad y los sueños por una vida mejor de los pobladores de una villa olvidada de la civilización, constituyen el “laberinto de pasiones” que luego estalla en la pantalla.
El jinete al final se va andando en un caballo que resbala en la nieve. La chica, Sydney Penny, le alcanza a gritar: “Todos te amamos”. La leyenda continúa y ese no ha sido el menor de los logros de este gran director y actor, que también le puso alma y cuerpo a “Por un puñado de dólares”, “Los imperdonables”, “El bueno, el malo y el feo”, entre otros.
Dos documentales que me han dejado discutiendo largas horas:
“Capturando a los Friedman”, de Andrew Jarecki y “¿Quién diablos es Jackson Pollock”?
En ambos las verdades a medias, los grises y los oscuros de la información y los puntos de vista terminan haciendo la gran diferencia. Uno no encuentra estas fantásticas producciones en la parte alta del exhibidor, hay que buscar más abajo. Algo que ocurre también con algunos buenos vinos, los que figuran anónimos, en los confines de los supermercados.
Después de verlos, las definiciones que aquí se plantean los dejarán en funcionamiento. Como una máquina que no consigue apagar su motor.
Porque después de todo, detrás de algunas de las afirmaciones más furiosas, hay un montón de papeles sueltos, de explicaciones nunca dichas, de negaciones y obviedades tapadas con un dedo flaco.
Un monstruo ha llegado a la ciudad. Las lecturas acerca de la nueva generación de bichos gigantes que invaden ciudades producidos por Hollywood, entre otras industrias, son múltiples y apasionantes. El punto es que lo filmes están allí y revelan tanto una creatividad en marcha, como el sentimiento colectivo del terror por venir, hijo de un hecho real y estremecedor como el de los atentados terroristas. He visto “The Host”, por ejemplo, y es definitivamente un filme de alto vuelo. Hay más para decir al respecto, de modo que estoy preparando un informe sobre el tema. Allá vamos.
Se las conoce por sus trabajos en la industria del cine, pero poco a poco, las divas empiezan a ocupar su espacio en el mundo de la música. Julie Delpy, Scarlett Johansson y María de Medeiros, entre otras, además de actuar también cantan y no desafinan.
Fue Marilyn Monroe quien, sin saberlo, inauguró la singular saga de las dulces estrellas cantantes de Hollywood. Su iniciación no pasó desapercibida puesto que tampoco se trató de cualquier canción ni de cualquier momento en la historia del cine. En un tono tan sensual y bobo como para erizar los pelos de un presidente de los Estados Unidos, Marilyn le cantó el “Cumpleaños feliz” a JFK.
Ahí empieza el cuento. O quizás antes pero ¿cómo hace uno para soslayar el esfuerzo vocal de la rubia más famosa que haya pisado la tierra?
Después la larga saga de eslabones que constituye Hollywood tuvo sus postales aunque no todas corresponden a actrices devenidas intérpretes.
Sarita Montiel apurando unas rimas cursis en una película de vaqueros, Madonna correteada en la pantalla por un felino en guiones sin sentido, Bjork, metida a cantar, bailar y llorar en un drama digno de Víctor Hugo, aunque denominado “Bailarina en la oscuridad“. Nicole Kidman, herida de tuberculosis y al borde del colapso, que al igual que el gorrión de Wilde, daba su nota más alta antes de morir. Michelle Pfeiffer retozando sobre un piano mientras melancólicas baladas se fugan de su boca para luego perderse en el olvido.
La voz de las divas
Lo dicho, postales. Y ahora estamos frente a una nueva era. Una en la que las divas pretenden dar aun más brillo a su luminosidad. A algunas de ellas el complejo arte de las actuaciones ya no les alcanza para cerrar el círculo de fuego que rodea su figura. Tal vez sea un signo de los tiempos o una señal de lo estrecha que puede volverse una industria como la del cine en materia de expresión.
De igual modo, actuación y canción componen una reconocida hermandad. Una es capaz de completar a la otra. Un espacio negro se abre bajo nuestros pies de espectadores cuando el perfecto actor no es capaz de tomar la guitarra o sentarse al piano. Algo falta para completar el cuadro.
Por años este tipo de ausencia se cubrieron con poses de macho o femme fatal, con golpes de puño y sillas rotas, vestidos desgarrados y largas piernas al desnudo.
Si la diva no alcanzaba un MI, al menos podía mostrar la mitad de sus senos. Si el héroe de turno desconocía los misterios de un lindo bolero al piano siempre se reservaba la alternativa de matar de un tiro a alguien.
Hoy bellezas diferentes como Julie Delpy, Scarlett Johansson, María de Medeiros y Jennifer López han venido a establecer nuevas reglas en el universo de las divinas.
Se podría argumentar que hasta hace pocos años bastaba con que una chica de Hollywood supiera poner rostro de sirena y moverse con cierto equilibrio sobre el set para que nadie le recriminara las demás ausencias de su performance.
Las exigencias se volvieron mayores con la aparición de toda una generación de cantantes adolescentes que cuando había que bailar o realizar algún guiño a la cámara, no lo hacían tan condenadamente mal. Madonna sabe de esto, que duda cabe.
¿Qué sucede cuando la chica de la portada, la que estudió en el Actor´s Studios, o en las escuelas de Arte Dramático de Londres o París, también es capaz de enamorarnos con el conjuro de su voz? Esto es justamente lo que se encuentran haciendo algunas de las divas del cine.
La voluptuosa Jennifer
En materia de éxitos de taquilla López ha sido un personaje ambivalente. La suculenta artista demostró, desde su aparición junto a Sean Penn en “Giro al infierno”, que es capaz de protagonizar bodrios tanto como piezas de alta intensidad.
Su paso de la pantalla al escenario fue un tanto extraño en su momento pero sólo hasta que comenzó a hacer dinero con su proyecto coral. Jennifer, bailarina, diseñadora y, como no, empresaria de sí misma, vendió con sus primeros discos 30 millones de copias.
La artista de orígenes mexicanos podría ser considerada el primer escalón de la actual saga de actrices cantantes.
Su imagen está fuertemente impregnada de una energía sexual latina y desbordada. Verla haciendo pasitos eróticos junto a bailarines un poco grotescos en diez posiciones sacadas del Kama Sutra ya no sorprende a nadie, pero cotiza en alza. Su logro fue usar como trampolín un escenario para imponerse en el siguiente. Una Jennifer López inspirada más que matarnos de ternura lo que hace es invitarnos al infarto.
La dulce Julie
Existe una distancia sideral entre la dulce voz, como fugada del otoño, de Julie Delpy y la electricidad curva de López. De la bella actriz francesa era conocida su capacidad de transformación. Su talento le permitió trabajar con algunos de los mejores directores europeos del siglo pasado hasta que un día hizo las valijas con destino a Hollywood. Allí ha tenido suerte adversa. Pero su innata capacidad para mostrarse hermosa, delicada y carismática no ha perdido vigor, aun cuando ande tras la pista de un hombre lobo.
El papel que la volvió un icono generacional en “Antes del amanecer” y, en su continuación 10 años más tarde, “Antes del atardecer” que protagonizó junto a Ethan Hawke, le permitió mostrar sus cualidades como cantante y compositora. La canción que el joven enamorado de la historia escucha un poco sorprendido hacia el final de la segunda película forma parte del disco que lleva su nombre y que fue escrito por la actriz en 2000 y grabado en 2003. La escena revela el momento más íntimo entre la chica idealista y el novel escritor.
El tema está a todas luces dedicada a él, Jesse, y tan es así que en un momento Cecile, debe pronunciar su nombre, “Jesse”, como parte de la letra. Al final de “A walts for a night”, Jesse pregunta, “¿Y cada vez que se la cantas a un chico la cambias en esa parte por su nombre?”. El filme contiene tres canciones de su álbum: "A waltz for a night", "An ocean apart" and "Je t'aime tant". Sobre la respuesta de ella para Jesse, pues, era no. Y la historia de ambos continúa por un camino incierto.
Un disco para Tom Waits
En una película extraña “Perdidos en Tokio”, Scarlett Johansson, hace algo inesperado. Casi fuera de libreto: canta.
Es indiscutible que es un hecho menor, se trata de un karaoke en el medio de una ciudad superpoblada, pero no suena mal. Por encima de la música, la mirada de Bill Murray (que también canta, y regular), delata el particular deseo que crece entre ambos.
Ya se sabía de las aptitudes vocales de Johansson, y bastó que susurrara “voy a seducirte usando mi estilo, mi imaginación” para que la industria comenzara a sacar sus conclusiones.
La hermosa rubia grabó el tema “Summertime”, de Gershwin que forma parte del disco “Unexpected Dreams: Songs from the Stars”.
Luego vinieron los anuncios como que iba a protagonizar un musical en Broadway.
En un terreno más forma, la cadena de noticias Fox, aseguró que Johansson, iba a grabar un disco llamado “Scarlett sings Tom Waits”. Lo que significaría un osado primer paso en el mundo de la música.
Sea como sea, la actriz siempre ha permanecido cerca los márgenes de la música. Por ejemplo, apareció en dos video clips, uno de Bob Dylan, “When the Deal Goes Down”, y en otro de Justin Timberlake, “What Goes Around”. También en abril de este año cantó junto a la banda escocesa “The Jesus and Mary Chain” en el festival de Coachella.
Dicho sea de paso, Scarlett tendría que sonar muy desafinada para que un hombre se preocupe al respecto.
María, del cine al blues
María de Medeiros es la dulce mujercita que reposa junto a Bruce Willis en la sobresaliente película de Quentin Tarantino, “Pulp Ficcion”.
Antes de todo eso, y del glamour que significa pasar a tener un nombre en la industria del cine norteamericana, la actriz ya era considerada una de las más destacadas artistas de Portugal.
María es una profesional de amplio prestigio y que no explota su lado más sexy en su trabajo cinematográfico si no más bien, la expresión, el gesto desnudo y la sinceridad.
Su incursión musical es una prolongación de lo que venía ocurriendo en su seno familiar. Su madre es periodista y su padre pianista, compositor, director de orquesta e historiador de la música. En rigor, De Medeiros, vivió toda su infancia en Viena, centro y eje de la música europea.
La actriz ha cantado en muchas ocasiones a lo largo de su carrera tanto en musicales cómo en filmes.
Este año grabó su primer disco bautizado “A little more blue”, una recopilación de canciones de resistencia a la dictadura militar brasileña, con autores como Chico Buarque, Caetano Veloso y Gilberto Gil.
Con este trabajo se ha presentado en Teatros de Francia y Portugal. Y el mes próximo lo hará en el Festival Jazz Madrid.
¿Seguirán el ejemplo las demás divas de Hollywood?
Es probable que estas actrices marquen una tendencia sana en un negocio que las prefiere rubias y silenciosas.
Isabella Rossellini es la mujer, sensual y desesperada, que protagoniza (y electrifica) "Terciopelo Azul". La modelo. El rostro perfecto de una campaña anti edad. La actriz de innumerables filmes que van de lo predecible a lo experimental pasando por una que otra obra maestra. La entrevistó Deborah Solomon para "The New York Times".
Una de sus respuestas dice: "Amé modelar. Absolutamente. Fui feliz cuando llegué a la tapa de Vogue, 23 veces. Conservo cada una de esas copias. Hice más dinero modelando que como actriz. En términos monetarios, la belleza paga mejor que cualquier otra cosa".