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28 » Apr 2009 |
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Un cometa |
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Se nos hizo tarde en la ruta. No era lo que queríamos pero pasó. Siempre pasa cuando emprendes travesías por el sur de más de 2 mil kilómetros: quieres volver a casa cuanto antes aunque hayas dejado tu casa atrás.
Yo no manejo de modo que Gabriela tenía ya unas cuantas horas al volante. La música comenzaba a resultar empalagosa y nuestros temas de conversación, siempre tan extensos y detallados, iban perdiendo color. Entonces lo escuché: un sonido como el que hacen los fuegos artificiales en Año Nuevo (pequeñas explosiones persiguiendo un fogonazo) y, entonces, Gabriela lo vio. Entre ambos compusimos la fotografía del todo. Cometa, meteorito de vuelo rasante, satélite descarriado de la ex URRS, piedra lanzada por Zeus, marciano en llamas, no sé de qué manera bautizar lo que presenciamos justo en el medio de la nada, en algún paraje entre Santa Cruz y Chubut.
Sólo puedo decir que fuimos testigos de una escena típica, una de esas postales que se observan en las tarjetas de saludos más cursis. Este núcleo de fuego pasó tan cerca que lo sentimos vibrar en la piel.
Estoy seguro de que ninguno de los dos pidió un deseo. Los chicos dormían en los asientos traseros lo que fue un alivio puesto que nos habrían cubierto con toneladas de preguntas sin respuesta. Cinco o seis segundos se esfumaron en el más puro de los silencio. Aun recuerdo mis primeras sensaciones: debe ser un fuego artificial, la primera. La segunda: estamos en el culo del mundo acá no hay nadie y si lo hubiera dudo mucho de que estuviera tirando cohetes chinos al cielo. La tercera, ahora cae aquí cerca y su radiación nos hace polvo ¿Así llegaba un día el fin del mundo?
Luego entendí que estába asustado. Seguimos viaje y a los 10 minutos, ahora si, pedí un deseo. El deseo acostumbrado, uno que jamás guardo en secreto: que pasen cosas buenas.
Al final tuvimos suerte y Gabriela perseveró en su talento para manejar. Llegamos sanos y salvos. La vida siguió su curso. Hablamos de la escuela de los pibes. De cambiar. De viajar. De separarnos. De ser amigos. De ver una película que ya vimos. Y, por mi cuenta, hablé y hablé y hablé: de poner un negocio. De viajar a Manhattan. De organizar un festival de jazz. Del disco de María Suárez. De un montón de libros que voy a leer. De envejecer. De no morir. Y fui al bar, donde filosofé con El Negro hasta quedarme completamente vacío. Gabriela hizo lo propio con sus amigas.
Ambos creemos que Dios es una de las formas que toma el infinito y que cada tanto, o puede que siempre, nos explica cosas. Nos muestra un camino o dos. Tampoco lo tengo muy claro. Vaya uno a saber que dice. No me da la cabeza para tanto. Soy incapaz de traducir sus maravillosas señales. Dios sabe, o debe saber, que tenemos que levantarnos a la mañana, criar, cocinar, criar, trabajar, criar, emborracharnos y perseguir nuestros sueños. Criar.
Tal vez, y no quiero sonar petulante puesto que lo soy pero no justo en este momento, lo que vimos sea una respuesta. Cada vez que salgo para el trabajo, cada vez que cruzo el sur, cada vez que emprendo algo. Cada vez que tiro los dados, digo: Padre sol, Madre tierra, guíame. Hazme fuerte.
Si, quizás sea el cometa. |
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09 » Apr 2009 |
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Fragilidad y aventura |
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La vida, ese extraño e indescifrable lugar.
Recibo el mail de un querido amigo donde me cuenta que se ha ido a vivir con su pareja. Se lo escucha alegre. Lleno. Poco después converso con otro amigo quien me da la noticia de que se ha separado. Pero todo bien: nos hemos reinventado, me aclara. Una mujer muy simpática, a quien no conozco en persona, me escribe preguntándome dónde estoy, que si me he perdido. Entonces me doy cuenta de que yo no tengo la menor idea de donde se encuentra ella ni cual es su rostro o su tono de voz.
Acabo de empezar un libro de Haruki Murakami (“Kafka en la orilla”) con la seguridad de que alguien ha terminado justo hoy el suyo en algún lejano rincón del planeta. Mientras observo en sueños el fuego de mi chimenea un completo desconocido con el cual nos debemos una charla apura una fogata al pie de las montañas. Una cachetada producto del desamor resulta la antesalada de un beso apasionado.
La muerte es el simbolismo de una existencia que recién despierta a la luz con ojos asustados. Un castillo de naipes derumbándose nos habla de todos los proyectos con los que estamos en deuda y que debemos construir. La caricia fría del océano explica el calor de los brazos de una madre. La velocidad ultrasónica de un jet, el andar centenario de la tortuga y del anciano.
Somos porque vamos en procura de no ser nunca más esto que somos. Seremos pero distintos. Nos fugamos para encontrarnos en el camino. Olvidamos para comenzar a digerir nuevos recuerdos.
No estamos realmente destinados a la desaparición. Tampoco al descenso a los infiernos. Probablemente el Paraíso tampoco exista. Transcurrimos. Vos y yo, como agua que un día será tierra, como partículas dentro de partículas dentro de partículas.
La fragilidad de esto que llamamos vida antes que una advertencia es un consejo. Podemos acceder a la alegría porque reconocemos la desgracia cuando esta se hace presente. Reimos aprendiendo a llorar. Porque amamos dejamos fluir la innata capacidad de odiar.
Vivimos a corto plazo. Somos poemas breves. La siguiente página del libro. La letra. La tinta. El primer gesto del autor.
Esta insólita paradoja es una invitación a la aventura. De un modo muy poco solemne se nos ha otorgado el pasaporte para atravesar la frontera del espejo. |
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29 » Jan 2009 |
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Lluvia púrpura |
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8 minutos, 41 segundos. Es lo que perdura en el éter "Purple Rain", un poderoso clásico dentro de un disco poblado de grandes temas. Y en muchos sentidos, ese tiempo elástico, el que vive por fuera del que marca con frialdad un reloj digital, se nos hace insuficiente.
Algo pasa, algo se tuerce mientras escuchamos la voz de Prince y luego sus guitarras distorsionadas y después las armonías ambivalentes de sus teclados. Una especie de incorrección en la geometría del espacio. Un "esto no debería estar sucediendo". Pero sucede y el tema termina.
Entonces lo ponemos de nuevo. Sólo para entrar en trance con la voz de Prince casi en susurros despechados: "I never meant to cause you any sorrow/ I never meant to cause you any pain/ I only wanted to one time see you laughing/ I only wanted to see you laughing in the purple rain".
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07 » Jan 2009 |
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Realidades secretas |
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Sobre el plano de la realidad que conocemos, se tejen otras realidades secretas. No son especialmente parecidas a esta que aparece frente a nuestros ojos. No tienen los mismos colores, ni las mismas texturas. Deambulan por los rincones oscuros de nuestra conciencia. Sin ser capaces de sentirlas, las presentimos.
Sabemos que existen puesto que cada tanto se muestran de maneras obvias. Los más incrédulos denominan a estos hechos revelatorios una simple casualidad. Yo pienso en ellos como en fugas de energía. Son rayos luminosos que atraviesan la tela herida que divide este universo de los restantes.
El arte es un emergente de las geografías superpuestas. Es accionar sobre una materia que nos resulta a medias conocida y a medias incomprensible. Pero no se requiere ser cineasta o poeta para encontrar pruebas de que existimos en un laberinto ilusorio.
Una canción, por ejemplo, tiene la rara virtud de trasladarnos hacia sitios desconocidos para luego reconocerlos como familiares. Alguien ha escrito una línea que nos identifica plenamente (¿nos conoce su autor?). No necesitamos componer el tema o la frase. Basta con escucharla, con pronunciarla.
De pronto, un movimiento, un sonido, la forma en que el sol ilumina un objeto, nos despierta. Nos abre la puerta hacia el vecindario que linda con nuestra rutina.
Un persona que nos cruzamos en un supermercado dice al pasar dos palabras en las que hemos estado pensando la noche anterior. En medio de una reunión a alguien se le cae un vaso de agua y ese acto pueril nos conduce a tomar un decisión que se aguardaba entre puntos suspensivos. Un perro ladra y suponemos que es un koan.
Quisieramos que la vida fuese un recorrido mucho más simple. Y no lo es.
Pequeños y grandes detalles esculpen el día a día. No hay suerte. No azar. No hay destino. Somos nosotros leyendo la realidad y siendo infinitamente leídos por ella.
¿Cómo sabemos que tal o cual persona puede marcar la diferencia en nuestra vida? ¿Que aquel no es el trabajo que deberíamos asumir? ¿Por qué si todo indica que lloverá, estamos convencidos de que no caerá una tonta gota?
Los sueños no son la elaboración sofisticada de un deseo sino la sospecha muy personal de lo que somos capaces de hacer si nos lo proponemos. Por ser este un acto íntimo, es que se vuelve incomprensible. El hombre más débil intenta la mayor de las proezas. El enamorado se tirá de una chimenea. El poeta se emborracha de versos en alemán. El loco escribe un método. El planificador se confunde y el caótico se encuentra.
Recibimos mensajes desde el cielo. Saber que tenemos oídos para escucharlos es tan perturbador como gratificante. |
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18 » Dec 2008 |
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Pequeñas teorías sobre el amor |
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El deseo del otro. Aquel sobre el que depositamos nuestro deseo siempre desea a otro. Es una ironía de las tantas a las que nos tiene acostumbrados la vida. Ese alguien sobre el que mantenemos firme la mirada hace exactamente lo mismo pero con alguien más. Miramos pero no somos mirados por quien miramos. No somos nunca enteramente correspondidos. Hay ocasiones, raras, en que dos desconocidos terminan mirándose entre sí. Y sostienen esa posición por un tiempo hasta que la energía decae. Se agota. Entonces, nuevamente iniciamos una búsqueda. Somos amantes obsesivos de seres que no pretenden devolver el gesto. No tienen porqué. Esto tiene un explicación: este sistema doloroso hace fluir el amor, el deseo, la ansiedad de la piel ajena, como quieran llamarlos. Es un llamado superior que nos induce a prolongarnos. De otra manera estaríamos encerrados en un círculo y, al fin de cuentas, perdidos.
Más teorías |
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