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Diario Río Negro
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Claudio Andrade
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  15 » Jun 2012
Los amigos de mi abuelo
  Los amigos de mi abuelo nos daban dinero.
Corríamos desaforados sobre la vereda de su casa. Ya era de noche y ellos estaban borrachos. Cada tanto salían a la puerta a tomar aire y nosotros les pedíamos plata para comprar Coca Colas. Andaban sueltos de billetes porque habían bajado del campo ese mismo día. Llevaban 4, 5 horas tomando vino blanco. Sin parar.
Primero pedía mi prima. Después yo. Y así. Eran un buen grupo. Las Coca colas pasaban de nuestros labios a la panza con inusual vértigo. El truco consistía en pedir, comprar y tomar a todo vértigo. Nada podía detenernos y nos reíamos a carcajadas cada vez que un de estos hombres nos llenaban las manos de pequeños billetes. Se llamaban escudos entonces.
Los “viejos”, como les decíamos, se veían efectivamente viejos pero el más grande era mi propio abuelo que tenía apenas 50. Había cambiado el campo por el pueblo porque se estaba quedando ciego. Cuando sus rondas a caballo por la estancia comenzaron a dejarle la cara marcada de llagas que se hacía contra las ramas de los árboles, alguien le dijo, tal vez su mujer, que era hora de cambiar de trabajo.
Eran gente del sur, gente de curtida, los que hoy nos divertían con divague alcohólico. Gauchos, ovejeros, esquiladores, puesteros, ayudantes de puesteros y esquiladores, domadores, cocineros y ayudantes de cocina, cazadores de zorros, cazadores de pumas, puesteros cuatreros, cuatreros a secas, borrachos sin ocupación definida, jugadores de truco profesionales, vendedores de objetos que nadie necesitaría jamás, vendedores de humo.
Su vida no fue fácil pero administrar ciego una humilde residencial para profesores que llegaban de todo el país a Puerto Natales, motivados por un sueldo apenas un poco más alto que la media, no era nada en comparación con arriar vacas y ovejas, a 17 grados bajo cero, en sombras, a veces perdido en el centro de miles de hectáreas confiado en que su caballo lo guiaría de regreso.
Una residencial donde tenía que limpiar el piso, hacer la cama y lavar y planchar la ropa interior de algunas profesoras era una tarea menor en el largo estilete de su carrera como gaucho.
Su vida no fue fácil. Tampoco de la sus hijas que contra toda opinión de sus mejores amigos, partieron a estudiar profesorado básico a Santiago. Título te van a traer. La panza llena de huesos, guaso güeón, le gritaban en medio de la jornada.
Las chicas se fueron, se recibieron, tuvieron sus hijos, sobrevivieron a sus propias penurias y criaron sus hijos. Esos hijos que ahora están en la calle Valdivia, con diez años, un día de verano de 1980, juntando billetes obtenidos con esfuerzos títanicos, quitados a empellones a la nada más rotunda que puedas imaginarte.
Pensarás que aquí acaba el cuento. Que esto es todo y final feliz. Pero no, nosotros, los chicos que fuimos, también penamos. Tres generaciones de trabajadores sacrificados no alcanza para salvarse de la pobreza ni de las carencias. Nosotros transcurrimos nuestro camino de espinas y resultó más duro de lo que creíamos.
Aprendimos, mi prima y yo a aceptar que el camino es cruel, y que aunque no lo queramos aceptar, se trata del camino, no del lugar al cual pensábamos llegar.
Con los años, ella fue y vino, hasta transformarse en Trabajadora Social. Yo me fui, volví y volví a irme para convertirme en un vendedor de humo. Una de las tantos oficios que ejercían los amigos de mi abuelo.
 
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  25 » Jan 2011
Capítulos del sentido de todo
  (Adelanto del Mediomundo que sale el jueves en "Río Negro")

Jazz de la vida. El músico no sabe exactamente hacia donde se dirige pero lo intuye. Es capaz de jugarse la vida por esa amalgama prodigiosa que provocan sus dedos y su inspiración. La vida no suele ser más sencilla que una partitura no escrita. Que digo, la vida es la partitura de Dios en eterno proceso de imaginación. Las notas son como hojas verdes distribuidas sobre el agua, flores de loto colocadas con ternura pero con desquicio en una manantial que fluye y se estanca, fluye y se estanca, fluye y se estanca. El músico, el artista, posa su pies sobre esta superficie frágil y pristina. La siguiente nota, la próxima escala, el diálogo futuro que emprenderan armonías divergentes pero al final hermanas, están, permanecen, existen en un limbo de galáctico, como estrellas que esperan su turno para caer y convertirse en sonido.

La lista del sentido de todo. Mi madre nos leía a mi prima Paola y a mi cuentos de la selva (no exactamente los de Quiroga sino cuentos, si, de la selva) en noches mágicas que transcurrían en los campos solitarios e inmensos del sur. La literatura llevó al viaje y el viaje a más literatura. Y mi hija Mercedes lee, como puede, como le sale, entre la ansiedad y la imprudencia, “Entrevista con el vampiro” de Anne Rice. El shock eléctrico, poderoso, hipnótico y espiritual de asistir a un concierto de Wynton Marsalis. Una lluviosa tarde de primavera, caminar por un pasaje improbable de Londres que conduce a un viejo club de jazz vacío. Y volver soñarlos al club y al empedrado mojado, siempre. Juramentos bajo el cielo negro, sagrado, de la Patagonia. Besos. Miles de besos. La piel contra la piel. La búsqueda sin fin porque sabes que hay un final. Y al final, el sentido de todo no ha sido otra cosa que sentir. Dejarse atravesar por los cuatro elementos: el agua de unos labios, el fuego del corazón, la tierra de tus manos y el aire de tus sueños.
 
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  18 » Jan 2011
El arte de conquistar chicas
  Adelanto del Mediomundo del jueves en "Río Negro"

Nadie sabe que tan lejos puede llegar un hombre o una mujer por conquistar a esa persona de quien se ha enamorado. Lo único cierto es que lejos siempre es lejos.
Patrick Moberg, por ejemplo, en 2007 vio (apenas eso, “vio”) en el populoso metro de Nueva York a la chica de sus sueños y desde entonces no ahorró esfuerzos para conocerla. Pero ¿quién era la chica en cuestión? ¿Dónde vivía? ¿Tenía novio? ¿Volvería alguna vez a usar el metro a esa hora o se trataba de un mero paréntesis en su agenda cotidiana?
Patrick comenzó (imagino que con cierta premura y ansiedad) a colgar creativos identikits de la piba con la frase: “I saw the girl of my dreams on the subway tonight”, por toda la Gran Manzana, incluyendo al pie su teléfono y su mail. Existía la posibilidad de que ella misma o alguien la reconociera en el pastiche. Patrick incluso replicó el dibujo en una página web en la que se los ve a él y a ella en su versión cómics, con una serie de datos anexos que podrían ayudar en la pesquisa de un eventual detective del amor.
La historia tuvo un final digno de la realidad pero indigno de los cuentos de hadas: Patrick encontró a la chica y le avisó a todo el mundo, a través de su web, que ya estaba, que muchas gracias por los numerosos signos de apoyo que recibió. En el sitio hoy en día aun se puede leer: “Found Her!”. El resto es una incognita. Patrick prefirió dejar el relato amoroso justo en el capítulo en el que él y la chica zarpaban hacia tierras desconocidas.
 
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  06 » Jan 2011
Aquel momento
  Unos tras otros, los momentos abandonan el escenario de los hechos.
Pasan corriendo como niños que juegan a la mancha y nosotros, demasiado viejos para alcanzarlos o demasiado tontos para entenderlos, los vemos perderse por el fondo a la derecha o a la izquierda.
Inexorablemente se irán.
Aunque estén aquí y ahora frente a nuestras narices, en breve, no estarán.
Tenemos el triste consuelo de volvernos conscientes de lo significativa que era tal o cual persona o situación cuando ésta ha desaparecido de nuestro mundo.
Cuando es un recuerdo.

Aquí el artículo completo
 
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  23 » Dec 2010
Sobrevalorada
  La realidad está sobrevalorada.
Mis cuentas, mis números personales, indican un amplio margen de irrealidad por día. 8-9-10 horas de sueño reparador. 3-4-5 horas de lecturas varias. 1-2 de ensoñaciones sin orden ni destino. Y el resto, la realidad real. Este lugar. Este escritorio. Estas calles bajo este sol.
No es difícil imaginar a otras tantas personas con cifras similares aunque, tal vez, con actividades distintas.
Pero la verdad es que el tiempo de plena conciencia, con los dientes mordiendo la piel del "aquí y ahora", es acotado.
Me pregunto –porque en serio me lo pregunto, no es pura retórica–, si no deberíamos instruir a nuestros hijos en los quehaceres y los laberintos del universo virtual, el delicado y dinámico territorio de lo onírico, antes que en los quehaceres y los laberintos de todo aquello que definimos como "realidad".

El artículo completo en "Río Negro"
 
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