No es un miércoles cualquiera. No en la calle Estados Unidos al 500 de Roca, donde “Torito Freak” ensaya. Desde la vereda ya se alcanzan a escuchar algunos hits. Uno se apura a entrar hay una fiesta adentro ¡y me la estoy perdiendo! Por eso sorprende encontrar a un grupo de músicos concentrados en su rutina. Rostros serios. Aquí todavía nadie se desnudó arriba de una mesa ni perdió la cabeza en un riff. Esto es puro ensayo. “Torito Freak”, afila sus dientes para festejar su cumpleaños número 5.
Tantas cosas han pasado en medio. El álbum de fotografías está repleto. Torito Freak tiene una fantástica historia de idas y venidas, de desdoblamientos necesarios, de juntes y rejuntes que la hacen una banda digna de un himno a la libertad y a las ganas de hacer música.
Nació hace cinco años pero hubo un tiempo en que sus integrantes se dividieron, y mientras unos permanecieron en Roca, otros emigraron a España. Cada cual siguió haciendo el mismo repertorio, aunque con las influencias que les dejaba el medio. Más rocker aquí, más flamenco allá en la Madre Patria. Finalmente, un día, el grupo coincidió en un mismo territorio, el Alto Valle. Y aquí están.
En el entretiempo amigos y conocidos músicos dejaron su huella en este grupo que se caracteriza por absorver el color de los otros. Debe ser esa una de las razones por las cuales “Torito Freak” suena tan actual y al mismo tiempo tan setentas, con pizcas de los 80 y los 90. Tiene cinco años pero parecen más. “Torito Freak”, asume el ritmo funk como propio, y a ello le incorpora una pátina disco, otra jazzera y otra rocker, hasta conformar un exquisito cóctel que no es ni lo uno ni lo otro, pero que provoca un ritmo, una sensación acústica que ni te cuento las ganas que te dan de bailar.
La energía que ponen sobre el escenario coincide plenamente con el nombre de su primer CD “Desparrama alegría”. Cada una de sus actuaciones es una fiesta en la que abuelos y nietos, y hasta padres progres, pueden zapatear de lo lindo. “Comenzamos así tranqui y terminamos a toda velocidad”, apunta Renzo, vocalista. Nada más verdadero. Los cierres de Torito Freak, son desbordantes.
Para actualizar nombres e instrumentos digamos que “Torito Freak” está hoy mismo compuesto por: Renzo Alvarez (voz), Fernanda Archanco (coros), Cuky Alvarez (guitarra,coros y composición), Martín Zárraga (guitarra), Mauricio Lusardi (teclados), Gustavo Giannini (bajo) y Diego de la Vega (batería). El viernes a la 23, los chicos de “Torito Freak” estará en Mal de Amores, a fin de compartir con el público que no ha dejado de apoyarlos. Será un encuentro informal de charlas y alguna copa, antes de que la fiesta empiece. Ahora sí, y como suele decirse, hasta que las velas no ardan.
El cartel decía algo así como: “todos los muebles que un dormitorio necesita excepto la chica”. Y así nació el nombre tan original y sugerente: “Everything But The Girl”.
El dúo compuesto por Tracey Thorn y Ben Watt, nació en 1982 en Inglaterra en el ámbito universitario. Aunque ninguno de los dos registra grandes estudios musicales es obvio que tenían algo en común: apertura y buen gusto. Sus composiciones, sus versiones, sus ideas compositivas son un verdadero logro de la música de fin de milenio. Es tecno, en esencia, sí, pero también una búsqueda de otras expresiones. De otras formas sensuales. Por eso “Everythign...” es un poco bossa, bastante balada electrónica y otros géneros que no alcanzan el grosor suficiente para terminar clasificados.
Cada vez que los escucho me transporto a alguna noche. Las calles son anchas y voy solo. Veo luces, lo urbano, los cafés abiertos. La inquieta civilización que inventamos juntos.
Versión acústica de uno de sus grandes éxitos: "Driving"
Hubo un tiempo, inmemorial, en que los artistas tenían muy pero muy pocas oportunidades de mantener su música en el éter. Fue durante la era digital cuando el espacio físico parecía la única forma de mantenernos en contacto con la totalidad de un espectáculo.
Rara vez conservábamos el video de un recital. Acaso un casete, un CD, "en vivo", algunas fotografías recortadas de una revista, o tomadas a las apuradas el día en que sucedió un show.
De experiencias como asistir a un recital de Sting, Luis Alberto Spinetta, B-52, Paralamas, Fito Páez, Wynton Marsalis, sólo me quedan fragmentos perdidos en mi cabeza.
La red lo ha cambiado todo. Pensar en un músico, es pensar en un círculo por el que navegan imagen en movimiento, sonido digital, palabras, enlaces a otros espacios. Para un chico de hoy, escuchar música es ver la música. Incluso significa acceder a contenidos que antes resultaban preciosos: declaraciones en vivo, bromas, pequeños acontecimientos detrás del escenario.
Recuerdo, uf, hace 10 años, cuando iba a escuchar a mi estimado y admirado, Luis Andrade. Esperaba con alegre ansiedad el día de su presentación. Entonces, lo hacía una vez por mes. De sus shows nos quedaban apuntes verbales que compartíamos en la redacción con Alejandro Merino. "¿Viste qué bueno que estuvo?" "¿Escuchaste el arreglo de ese tema...?". Y así, su música se perpetuaba. Era lindo, pero insuficiente.
Luego, Luis partió a Europa con María Laura Balmaceda, su compañera y sobresaliente bailarina, y nos dejó un poco solos a quien disfrutábamos con tal grado de devoción aquellas noches de folclore, fusión y quien sabe que más que él solía protagonizar. Su primer disco siempre prometido aunque pospuesto, era aun un proyecto.
Tres años después, Luis regreso. No fue en vano su ausencia, se lo notaba más maduro, no sólo en edad, se entiende. En un sentido espiritual del término. En algún rincón de las valijas que volvieron con él, entre las partituras que garabateó en España y Bélgica, Luis trajo guardada la génesis de su disco. Le faltaba la forma definitiva, pero estaba.
Un día, después de mucho trabajo y de obsesiva vocación por el sonido exacto que lo representara, Luis Andrade editó "Palmieri Bech". Gran nombre. Gran disco.
No viene a cuento pero yo también me fui. Por lo cual cometí el peor de los pecados: no ser parte de las noches en que Luis presentó a sala llena el producto de sus sueños. Como consuelo me llegó el CD y me sorprendió. Me encantó el diseño, la onda y finalmente, la consistencia de cada uno de los temas. Trabajados con tanta pasión y profesionalismo. Una gota de agua en un universo seco. Una frase que completa el destino de un hombre.
Al menos 5 de cada 7 noches puse su música en un apartado rincón del mundo que poseo. En noches frías, con el fuego encendido, gente de Estados Unidos y Europa, se expuso a sus canciones. Entonces, lo melómanos internacionales, me preguntaban ¿quién es ese artista? No sin una cuota de orgullo, les contaba que el tipo era amigo mío. Entonces veía la sorpresa breve en sus ojos y en mi boca se dibujaba una sonrisa de beneplácito papal. Me sentía orgulloso de decir la verdad.
Todo esto viene a colación, porque Luis Andrade, tiene un nuevo espacio en la web. Un myspace donde recorre su carrera y sus composiciones. Hay fotografías muy bonitas, apuntes biográficos y, lo imprescindible, algunas de las canciones de "Palmieri Bech".
Hay una sección en la que anuncia sus próximos conciertos. El 13 de noviembre lo hará en Mal de Amores, General Roca, y el 30 en Donato de Neuquén.
Mientras tanto, pues desde aquí los invito matar la espera en: www.myspace.com/luisnegritoandrade
Marlango es Leonor Watling. Okey, convengamos en que es dos personas más: Alejandro Pelayo y Óscar Ybarra. Pero sin ella, Marlango, el proyecto, no es.
No tiene sentido elaborar una teoría acerca de Marlango como materia musical. Como estrategia.
Es un grupo, una persona, una voz, una idea romántica, un flash. Es tecno músic y música de cabaret. Es también un poquito de sonido de cámara y de modulación femenina de los 80. Entre Grace Jones y Annie Lennox. Es mucho más también porque contra toda regla de marketing, este trío no deja de experimentar en cada disco. Diría en cada canción. Su percepción del gusto ajeno no parece errada y los números los acompañan.
Escucho Marlango con un dejo de nostalgia. Con el innegable deseo de que algo pase. De que cruja la tierra bajo mis pies. Porque Marlango es un conjuro. Un encuentro de brujas. Un recipiente lleno donde presente y futuro se cocinan.