No tengo una canción, baby.
Apenas el recuerdo de unos ojos en llamas
en la noche después del amor.
Nací donde el satanás perdió el aliento.
Nací desnudo. Y así vuelvo mi rostro al viento.
No tengo una canción, baby. Tengo gotas de tu sudor.
Y en el pecho, tu ardor.
Mi abuelo y yo arreábamos vacas al amanecer.
Vivíamos a nuestro aire, no sabíamos lo que era perder.
En las noches del sur, los viejos contaban fantasmas en los dedos de sus pies.
Yo, que tenía 5, contaba hasta diez.
El sabor de la hierba del campo
anticipó el de tus labios diablos.
Nunca entendí tan poco y me dieron tanto.
No tengo una canción, nena.
Apenas si de artista agito la vena.
Con una camisa en la mochila dejé mi tierra
En las librerías de una ciudad poblada aprendí a escribir como si fuera nada
entonces leí: “el que no se equivoca, erra”.
Yo no tengo una canción, baby.
Dibujo los contornos de un cuerpo sensual
a la orilla del frío mar.
Ahora que soy grande, recuerdo cuando fui salvaje.
Con todo este vagage
Con tanto teje y maneje
me convertí en un cowboy, un cowboy de juguete.
Ando con paso lento
Sombrero, jeans y pensamiento.
Dices que el dolor me precede
Que el dolor
te habla de mi
que ahora que sabes que y quien fui
me entiendes
que las cicatrices no explican su sentido
el sentido llega con las palabras
Dices que el dolor
anticipa el placer
y lo precede como la calma a la tormenta
y la tormenta es el deseo
corriendo de un lado al otro
como un conejo asustado
Ahora ya sabes donde voy
Ahora ya sabes donde estoy
y es demasiado tarde
Dibujas sobre el piano una canción
que habla de mi
detrás la montaña
en los perfiles ocultos de los valles
donde los ríos trazan serpientes
me dibujas ahí
y la melodía se expande
como el estallido de una galaxia
y no hay mentiras
ni risas de compromiso
no hay fantasmas
sólo el aire frío de la mañana
dices que el dolor
tiene un nombre
y mi nombre está escrito en la arena
y mi nombre está escrito en la arena
y mi nombre está escrito en la arena.
Los hechos más dolorosos tienen una rara forma de impunidad.
Simplemente son.
No se disculpan.
Cruzan tu pecho con la potencia de un rayo.
No hay un destello.
Sólo la voz que arrasa tu oídos.
De todo a nada.
Y las lágrimas.
Tus lágrimas.
Cómo resucitas,
Cómo es que surges de donde no estabas
Cómo encuentras pasajes secretos
en un laberinto oscuro.
Cada cual tiene su salida de emergencia.
O no la tiene en lo absoluto.
Que cruja lo que corresponda.
Es la cima desde la cual miramos nuestra propia vida.
Tu mirada se dispara hacia el cielo.
Escuchas una canción.
Te dejas llevar:
“Llévame al lugar que amo. Llévame a dar una vuelta.”
Inventas un nuevo yo.