Muchas campañas comerciales actuales incluyen los rostros y los cuerpos de personas que están muy lejos de los tradicionales estándares de belleza. Hay estudios que demuestran que la gente prefiere ver "gente común" en los avisos. La publicidad ya tomó nota y actúa en consecuencia.
Existe la posibilidad de que estemos muertos.
A decir de uno de los personajes de “Lost”: nos encontramos en un lugar que no es el lugar que supones. Un espacio exquisitamente impreciso. Una plataforma de lanzamiento hacia otra tierra prometida que quizás, y a su vez, nos capulte de nuevo. Y otra vez. Y otra vez. No nos digamos adiós, amigo, porque en realidad sólo nos movemos hacia adelante. Go forward.
¿Y qué es “esto”?, pregunta un colapsado doctor Shephard hijo a un imperturbable doctor Shephard padre. El padre que desde el principio de esta increíble historia siempre fue un cadaver, un muerto parlante, le responde: “un lugar que ustedes construyeron”. A lo cual el doctor Shephard hijo repregunta lo que todos nos estamos preguntando, millones y millones de personas a lo largo del planeta y a lo largo y ancho de 6 temporadas en las que “Lost” representó una cita interesante, un refugio, un consuelo, cada lunes por la noche y que ahora mismo, en este canal, a esta hora o en este flamante DVD que acaba de llegar a su video club favorito, “¿Para qué?”. Shephard padre responde, económico y definitivo: “para recordar, para estar juntos, para irse”. Esto último tradúzcase como “Continuar hacia el próximo capítulo”.
¿Qué es lo siguiente?, pregunta Shephard, preguntamos todos. “Vamos a verlo”, contesta el padre al hijo y juntos avanzan hacia el interior del interior de una iglesia donde están todos y cada uno de los personajes entrañables que en estos años acompañaron nuestras noches solitarias. Fin. La puerta se abre, se despliega la luz. Fin.
Sin embargo, en otro plano, en otra dimensión, en otro tiempo, en otra parte que definitivamente no es “la iglesia” pero si es “la isla”, algunos de esos mismos personajes que ahora se saludan en la casa de Dios, intentan salvar el paraíso caribeño. Digo algunos porque el resto, un puñado apenas, se apura a dejarlo para no volver a volver jamás de los jamases.
En el momento en que el doctor Shephard hijo regala apretones de mano a sus camaradas en una dimensión, en otra, ya cierra los ojos víctima de al estocada fatal que le ha propinado su eterno oponente John Locke. Entonces lo vé, lo escucha: un avión cruza el cielo polinesio con los sobrevivientes a la destrucción de la isla que él acaba de impedir pagando como precio su propia vida.
La imagen, el sonido de los propulsores, la sonrisa débil de Jack, dejan en el aire otra pregunta necesaria: ¿hacia dónde van los muertos que acaba de sobrevivir? ¿Qué otra tierra prometida los espera después de su frenético esfuerzo por quitarse de encima las invisibles garras de la isla?¿Qué lugar que no es este, la isla, ni aquel, la iglesia, es ese? ¿Dónde que el maldito “no aquí ni ahora”?
Silvina, co editora de espectáculos de este diario y una de las personas que más sabe de “Lost” estimo que en el mundo entero, calmó mi ansiedad con un trazo zen: “La pregunta no es hacia dónde sino cúando” ¡Claro! ¡Cómo no! Lo que importa, en el fondo, es que todo ocurrió y ocurrirá mientras ocurre aunque probablemente después. Hay un pasado que es futuro, un futuro que es pasado y un presente que es eterno presente y que en cierta manera, y para determinadas definiciones, invalida tiempos pretéritos o futuros.
Por esto es que se puede establecer una línea conductora, una guía, entre el avión y la frase de Hugo a Benjamin Linus, dos de los que rechazaron subir al aparato y salvar sus vidas (muertas). “Fuiste un excelente segundo”, le dice Hugo. “Y vos un gran líder”, le responde Linus.
El diálogo implica que después del avión aun transcurrieron-tracurrirán otras tantas alternativas que confluyeron-confluirán con la cita en la iglesia.
Hugo entra a la iglesia y cierra la puerta tras de sí. Linus permanece sentado en un baquito. Jack muere una vez más, sólo para descubir en ese crítico momento que la aventura continúa. Ahora si, fin, final. The End.
¿Debería importarnos lo que sucederá de ahora en más en “Lost”? ¿Deberíamos abordar la sexta temporada con la misma espectativa con que lo hicimos en la segunda? ¿Valdrá la pena soportar los comerciales y las promos de AXN a lo largo y ancho de cada capítulo? ¿O esperar una interminable semana para saber cómo sigue la historia?
Por supuesto, hay fanáticos que van al día con los Estados Unidos de la mano de internet. Sin embargo, me gusta recordar aquel sabor primigenio que tenía la serie cuando era menos célebre.
En todo caso, la respuesta a estas preguntas desesperadas es un simple “no”. De camino hacia su epígolo, “Lost” ha perdido bastas cuotas de todo aquello que la convertía en un producto televisivo excepcional.
Uno de los mayores pecados de sus productores ha sido no cumplir la promesa de fidelidad con lo real que hicieron cuando aun eran nóveles. Aseguraron que no incluirían explicaciones sobrenaturales para los hechos más insólitos que albergaba la isla. Luego, se deshicieron en réplicas tontas.
Al final de la quinta temporada debimos resignarnos a una odiosa parafernalia esotérica. Bien Hollywood.
Gran parte de la magia que caracterizó a “Lost”, al menos durante los dos primeros años, estaba relacionada precisamente con la ausencia de magia en su guión. Ahora encontramos realismo mágico y del otro a raudales. A caudales. A patadas. Hay demasiados ingredientes tirados de los pelos como para que la tensión se mantenga.
Volvamos al principio. Un grupo de hombres y mujeres aparentemente normales se enfrenta a una situación extraordinaria, como sobrevivir a un accidente de avión y, a otra más insólita aun, como la de terminar viviendo en un pedazo de tierra lleno de osos polares, entes sin consistencia pero muy violentos, seres parte de un increíble proyecto científico frustrado y más, mucho más. Sin embargo, para cada teorema había un esbozo de respuesta que no se disparaba a los quintos infiernos. Creo que fue Asimov o Bradbury el que dijo “la ciencia ficción también tiene sus reglas”. Es decir, no se puede escribir cualquier cosa y luego explicarla de cualquier manera. Eso hacía muy interesante a “Lost”. Esta marca de nacimiento, este mapa de la locura sosegada, fue desapareciendo en su tránsito hacia la gloria televisiva.
Cuando descubrimos que los argumentos alquímicos son sólo el producto de la imposibilidad de expulsar cierta lógica (algo nada fácil tomando en cuenta la base desde la que partimos) al tejido de la trama, es el momento en que el edificio literario comienza a derrumbarse. En algún momento trágico los guionistas de “Lost” aceptaron la licencia para matar a “Lost” y decir lo que sea.
Tal vez nunca llegaron a leer a Edgar Allan Poe (justamente él quien explicó una matanza “sin pies ni cabeza” perpetrada por un simio). El viejo Edgar los hubiera ayudado.
Abrir la caja de Pandora de la fantasía fue tanto una necesidad como un pecado imperdonable para los creadores de “Lost”. Pusieron el listón muy alto y ahora están pagando ese precio.
La inclusión de un orden mitológico, con supremo fantasma incluido, viajes en el tiempo, monstruos y venganzas milenarias, suman un cóctel que no se puede digerir de buenas a primeras (y ya estamos en los estertores). Es como si hubieran talado su propio árbol de la sabiduría.
Pudo ser distinto ¿Pudo? Pensemoslo así: la isla de “Lost” era básicamente un laboratorio en una zona de insondable energía, pero en la medida en que esa energía se volvió sondeable, pues, todos nos quedamos un poco perturbados por lo que encontramos. La referencia a los cambios temporales complicó tanto las cosas que algunos capítulos dan para el chiste fácil. No por nada Hurley se la pasa haciendo bromas que ironizan con su patética situación espacio-temporal.
El agotamiento de los materiales no es algo nuevo en la industria americana. Ya lo vimos en “Miami Vice”, donde los protagonistas comienzan enloquecer y el teniente Castillo, emblema del bien, se evidencia líder del mal (Edward James Olmos llegó a decir que la serie, producida por Michael Mann, carecía de total coherencia); en “La pequeña casa en la pradera”, los protagonistas literalmente hacen volar el pueblo en el que vive y ya nada se sabe de ellos (ese fue el último capítulo de una historia de amor); en “Kung Fú”, Kwai Chang Caine, encuentra y desencuentra a su hermano hasta el punto del “Who cares?” (el hermano hallado se hacía pasar por el verdadero hermano que había muerto pero, tal vez, no); y -aquí si que hablamos de un producto al que le dieron una insoportable vuelta de tuerca- ¿alguien recuerda el triste, solitario y final de “Los Expedientes X”?
Los productores de “Lost” han asegurado que no todos los enigmas serán resueltos. Ni siquiera ahora. Falta que hacía.
La caja de trucos baratos está al alcance de la mano y sacar conejos negros de allí es demasiado tentador.
John Bird y John Fortune, son dos personajes que forman parte de un show humorístico de la televisión inglesa: "Bremner, Bird and Fortune". Uno de sus videos en Youtube más vistos y seguramente una de sus perfromances mejor logradas es esta, en la que explican el por qué de la crisis financiera. Tiene momentos desopilantes y geniales, como cuando describen el sistema mediante el cual se le ponen los nombres a esos extraños paquetes financieros dentro de los cuales hay "cosas" que nadie quiere saber muy bien que son pero que pasan de mano en mano, generando beneficios. Hasta que todo explota, como ahora.
Hubo un tiempo, inaudito, en que Los Soprano no existían en la televisión. Siempre estuvieron presentes en el imaginario colectivo en la forma de los personajes de "El padrino" y con las apariciones fugaces, borrosas que John Gotti y compañía hacían en "The New York Post".