19 » May 2024
Diario Río Negro
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Gustavo Nori / Claudio Andrade
Editores Responsables
 
  14 » Oct 2008
Jack Cousteau del patio trasero
 


Miércoles, hora pico, adentro de un subte que emana calor y olores corporales, veo como mi cerebro divaga esperando llegar a destino sin ser apoyado ni afanado demasiado.  Me acuerdo de mi niñez, de lo lindo que era jugar afuera, en el patio y de las múltiples formas de vida que pululaban por doquier.
Discovery Channel? no existía. Apenas una Aventura del Hombre con Mario Grasso y su cara que asustaba.  O el gran Jack Cousteau a bordo del Calypso, mostrándonos las maravillas del fondo marino y sus alrededores.
A continuación voy a detenerme brevemente en un recuento de estos bichos y las cosas que recuerdo de ellos, con ganas, por un momento, de tener el tiempo y la máquina del tiempo para volver abajo de la parra, a mirar y explorar:
Abeja/Avispa:  En el verano sobre todo. Dando vueltas por las canillas, por las flores, por los cachos de Torpedo caídos al costado de la pileta.  Quien no fue picado por alguna de ellas, era cuestión de disparar cuando aparecía una de ellas.  La leyenda urbana decía con las abejas, que se daban cuenta cuando uno mataba a una compañera y atacaban defendiéndose.
Arañas: Esta especie cuenta con dos ejemplares bien marcados.  La de patas largas y culo grande y la chiquita y corredora.
Babosa: Los tarros de sal que gastábamos en la puerta de lo de mi tío, viendo como se retorcían en el suelo, estas asquerosas criaturas.
Bicho Bolita: Blindado, en mi casa hacía pozos para descubrir muchos de ellos y ver cuando se enrollaban, dejarlos en el piso y esperar que vuelvan a enrollarse.
Bicho Canasto: Obra maestra de la ingeniería bicheril.  Existía una adrenalina por verlo y desazón cuando nada salía de adentro, porque encontrábamos su "casa" vacía.
Bicho Colorado: Otro insecto al pedo total, demasiado chiquito para poder apreciarlo, agarrar uno, siempre en movimiento.
Bicho Palote: Llamado científicamente Mantis, metía miedo aún antes de saber que la hembra se deglutía al macho después del acto sexual.
Cascarudo: Especial para carreras o luchas cuerpo a cuerpo, por su fidelidad para caminar en línea recta, o para enfrentarse a otro al acercarlos.
Gatapeluda: Venenosa? Todo un enigma, bastante fea por cierto. Tocala si sos guapo.
Hormigas: el más común de los insectos. Subsisten aún hoy en esas filas llevando y trayendo.  Todo un ejemplo de la labor ardua y del trabajo en equipo.  Antes había de más tipos, más chicas, grandes, rojas, negras  cabezonas.
Langostas: Un clásico, agarrar una, sacarle la pata y ver como la pierna giraba igual apretandola. Sana diversión amigos, que me vienen ahora con esos juegos de la Play II tan violentos.
Mariposas: De todos tamaños y colores, se acercaban al jardín de a montones y estaba bueno agarrarlas, pero no muy fuerte, porque sino te quedaba la cera en los dedos y no volaba ni para atrás.
Mosca verde: De esas no se consiguen por los pagos de Buenos Aires. Ni hablar una palmeta, cuanto hace que no uso una.
Sapo: La del cigarrillo para hacerlo explotar es buena, nunca la hice porque me daban demasiado asco los sapos, sobre todo desde que me dijeron que el meo te dejaba ciego.
Este es el fin, seguramente hay muchas especies insecteriles que han quedado en el olvido, donde están? Se extinguieron?  Lo más probable es que lo que se haya extinguido es la infancia, y el tiempo para estar al pedo saludablemente, en el fondo de mi casa.
 
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  24 » Sep 2008
Lo mejor del tercer mundo
 


Tras la vuelta de la democracia, el Bajo de Buenos Aires, otrora terreno de cabarets, piringundines, percantas y gaviones, cedió su espacio a una buena parte de la movida under de aquellos años, cuyo ojo mayor era el inolvidable y mágico Palladium de Reconquista al 900, “lo mejor del tercer mundo” tal como se lo promocionaba al lugar. Un templo encantador surgido en los años de la nueva fascinación porteña pos dictadura, refugio de movidas creativas que emergieron sin pausa una vez roto el duro cascarón del huevo castrense.
En Palladium se podría decir que nació el body paint, más bien el face-paint. En ocasiones, donde la consigna de la reunión no era lo más importante, manos maestras y pinceles inquietos maquillaban las caras de la fauna del lugar, para que terminaran conviviendo guasones, cíclopes, geishas y mefistos. Todo se transformaba en un carnaval sin importar termómetro ni calendario.
Vivir el Buenos Aires de aquellos años posteriores al ’83, era entregarse en plenitud al descubrimiento, al halo innovador donde todo estaba por venir. El boca en boca era la herramienta de comunicación por excelencia. Una nueva cita pagana se promocionaba en la anterior y así. Sin encasillamientos ni intolerancias, ni tribus ni sectarismos. Era un tiempo demasiado virgen como para malgastarlo en fanatismos sin sentido. Se revelaban artistas brillantes, y otros no tanto, pero todo era diferente y original. Tiempos de misa con asistencia perfecta sin esfuerzos. Y cuando se anunciaba por ejemplo que los Redonditos de Ricota tocaban en Palladium, era una cita que no admitía ausencias injustificadas.
Patricio Rey presentó Oktubre el 18 y 25 de octubre del ‘86 en aquel templo del Bajo. La banda hacía ya un par de años había abandonado los pubs por problemas de capacidad, y no pasó mucho tiempo más para que lugares como Palladium o el Parakultural comenzaran también a quedarle chicos. Al menos eso pareció en la aquella primera noche, donde había algo de mil personas. O más. Pasó mucho tiempo ya. La verdad es que no era tan importante el número en sí. Cuando tocaban los Redondos, el cuerpo a cuerpo abajo del escenario, ya en aquella época, era una cuestión inevitable.
Cuando Palladium se vestía de fiesta, la estrecha calle Reconquista mutaba en peatonal, claro que de manera extraoficial. Los años no han logrado borrar la imagen del rojo, enorme e impiadoso bondi 115 que rezaba en el frente Retiro-Pompeya-, cuyo cromado y lustroso radiador esa noche pasó tocándole(me) el culo a todos los que pugnábamos por entrar al recital.
Terminada la lucha grecorromana de la puerta, la vida interior de un recital ricotero te hace olvidar las penurias al primer acorde. Ahí está el Indio Solari, con la silueta recortada gracias a un tacho de luz que sale cerca de la batería del ‘Piojo’ Avalos, los dos guitarristas de entonces, Skay Beillinson y Tito Fargo, espalda con espalda, la desgarbada figura de Semilla Bucciarelli, con su bajo, y el saxo de Willy Crook, que había reemplazado no hacía mucho tiempo atrás al Gonzo Palacios. Daniel Melero, alma mater de los primeros intentos de la música electrónica vernácula con Los Encargados, fue uno de los invitados de la noche.
El lugar es un infierno (encantador). Los hits de las huestes ricoteras por entonces son La Bestia Pop y Semen-up, pero los temas ‘nuevos’ de Oktubre calzan sus propios resortes y la masa uniforme se mueve y salta en sincronía, como una coreografía ensayada. Y el calor, siempre el calor. La cerveza helada se terminó hace un buen rato, y la remera ya desde el tercer tema descansa anudada en la cintura del jean. Todo es fiesta y locura. El inconfundible timbre de voz del Indio llama por más y la gente responde. El combo desenvuelve por primera vez en vivo Preso en mi ciudad y Jijiji, y la premonición de que serán clásicos en el tiempo, asalta a más de uno. Todo es aún de entrecasa, gustoso, casi íntimo. La cuenta regresiva para disfrutar de los Redondos en versión artesanal, ha comenzado. Para mal de unos pocos y regocijo de muchos. Apenas tres años después tocarían para 25.000 personas al aire libre en Obras, y ya no habría vuelta atrás.


Este célebre recital ha quedado registrado en un no menos célebre CD pirata de 16 canciones, que contiene temas de los 2 discos oficiales hasta ese momento, y también varias joyas que nunca formaron parte de la discografía ricotera oficial como De aquellos polvos futuros lodos, El regreso de Mao (que podés escuchar acá abajo) y Un tal Brigitte Bardot.


 
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  17 » Sep 2008
El club de la pelea
 

¡Cómo cambian las cosas los años! - rezonga un tango desde la radio e inmediatamente me lleva a reflexionar sobre los recuerdos que compartimos los miembros de la secta de este blog. Tal vez partir de una definición de cultura haga las cosas más fáciles: ¿Qué es cultura? – el lenguaje, las costumbres y los artefactos, me resume Ana María desde su metro y medio pero a la vez desde su enorme estatura de antropóloga.
Y siguiendo esta línea, concluyo que cambió todo y tal vez estemos en presencia de otra cultura. Cambió el lenguaje, tanto que para nosotros ¨chupín¨ era un guiso de pescado. Ni hablar de los artefactos, pensemos en el querido Telemach frente a la Play III. Y también cambiaron - y de qué modo- las costumbres. Y dentro de este punto quiero hablar de los códigos de la pelea, para compararlo con el vale todo actual.
En aquellos tiempos gloriosos las mujeres no peleaban. Los varones, en cambio, peleaban por todo: por una mujer, una mirada, por un equipo de cualquier deporte, por un barrio y por cuestiones con otra ciudad. Sin embargo las peleas eran frontales y mano a mano. Las infaltables rondas de amigos (el grupo se llamaba ¨barra¨) no intervenían y si alguien lo hacía la trifulca se generalizaba. Existía el acto heroico de bancar a un amigo a muerte, aún cuando las circunstancias aconsejaran salir corriendo. Los esmirriados transcurrían por la vida en absoluto y respetuoso silencio, conscientes de su incapacidad para ¨poner banca¨.
Las peleas no buscaban la humillación y terminaban cuando alguno de los dos caía al piso. Vencedor y vencido disfrutaban de la aprobación de la masa, uno por haber liquidado el pleito y el otro por haberlo afrontado como un duque. A nadie se le hubiera ocurrido patear al otro en el piso, golpearlo por detrás o usar otro elemento que no fuesen sus propias manos. Lo que atravesaban este límite eran repudiados y la pasaban mal.
Esto me recuerda una tarde de primavera a pura testosterona, en cuarto grado. No sé porque empezó el conflicto, seguramente algún roce en el patio. De un lado, el Indio Moya: flaco a decir basta, hosco, curtido a fuerza de sufrimiento… del otro yo: campeón invicto y casi un atleta. El protocolo marcaba tres pasos: primero una catarata de insultos (incluían a las madres), luego unos empujones y después algunas piñas, tiradas con el mejor estilo posible. Cumplimos el primer paso de rigor, pero cuando me acerqué para efectuar el segundo el Indio me voleó una derecha directa a la trompa, tan inesperada como efectiva. Estallido de sangre, aturdimiento y yo que, ciego de furia, le descargué como doscientas piñas. El Indio, que tenía una sangre fría envidiable, las esquivó todas como el gran Nicolino. Nos separaron y nunca más nos volvimos a hablar.
Creo que fue desde aquella vez que me volví más desconfiado. De todos modos, de las lecciones que me dio la vida todavía recuerdo el tortazo que me pegó el Indio Moya aquella tarde, en el patio de la escuela.
 
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  10 » Sep 2008
Cosita loca llamada Amor
 

Estaba tentado de empezar esta crónica postulando una tesis: "Antes nos enamorábamos en forma más inocente ....". Me arrepentí rápido. Tan rápido como me acordé de un sabio consejo de un profesor de filosofía : Maldita tendencia del Hombre a no disfrutar del presente, condenado siempre, en cambio, a intentar comparar ...
 
Táctica inefable del diablo para captar adeptos: no dejar a los pobres mortales disfrutar de lo único que existe: el momento actual... no vaya ser que de tanto gozo nos demos cuenta que este mundo no puede provenir del azar...
 
Así que cambio la tesis por una experiencia personal: antes nos enamorábamos diferente, ni más inocentes ni menos, diferente que ahora, sin cel, sin chat, sin msm...

Nos enamorábamos acompañados e hipnotizados por la música...
 
Yo tenía 13, y apareció la primer chica y la primer canción que ya no me dejaron dormir tranquilo nunca más...


 
Y después, hubo que desplegar todas nuestras habilidades para conquistarla ....
 
Cuanto más dulce fuera la mujer de nuestros desvelos, más amarga la tristeza de perderla. Para esos duros momentos nada como flajelarse recordando el amor frustrado con esta canción del inoxidable Paul, "I cant tell, how I feel ... my heart is like a wheel.... let me roll it to you"
 

 
Para olvidar un amor, no hay mejor remedio que otro amor ....
Y tenía que ser otra morocha :


 
Y un poco más acá en el tiempo, otra morocha, otra canción, otro amor imposible ...
 



 
Triste destino el del sobreviviente, rendirse sin remedio,  una y otra vez a las bellezas que encima cantan como los dioses!
 
Abrazo, y como consuelo, tenemos a YouTube !
 
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  03 » Sep 2008
Los miércoles son tuyos
  Los Sobrevivientes es una meritocracia. O algo parecido. Con alegría, con el corazón, con la apertura propia de los que abren caminos (eso sonó medio rimbombante). Los Sobreviventes alientan a sus lectores a ser parte del mismo sueño generacional.
Esta semana sumamos a un columnista destacado y esperamos que otros hagan su aporte (no pretenderán que sostengamos esto nosostros sólos, ¡vamos muchachos que así no va!.
Hablando muy en serio, aquí estamos para servirles y hacernos eco de sus puntos de vistas. Escriban, manden comentarios, manden notas, manden fotos, manden fruta y si les cabe, manden pizza, pero no dejen alentar el fuego sagrado de los 80.
La idea es que a partir de este miércoles y todos los miércoles publiquemos tu historia. Así que anotá: gnori@rionegro.com.ar o también candrade@rionegro.com.ar


Ya los juegos olímpicos terminaron, dejando su tendal de medallas y nuevos records batidos.
En un año netamente deportivo y a manera de homenaje, que mejor que recordar los deportes barriales/escolares, que se llevaban a cabo y nos tenían participando activamente.
Las tardes de antes duraban más que las de ahora, sin playstation, con dos canales y programación lamentable que se interrumpía a la siesta. La verdadera acción pasaba por el barrio y juntarse con amigos, desafiando a la barrita rival en una disciplina que no tiene nada que envidiarle al sofisticado tiro al blanco de Beiging. Los frondosos árboles del barrio proveían la materia prima necesaria, el "canuto". Un fruto verde y duro ideal para ser arrojado a grandes distancias. ¿Como? Mediante un rulero (los más sofisticados implementaron tubos de cartón) y un globo atado en la punta para impulsar el "canuto" cual bala en dirección al oponente.

Dentro de los deportes más veloces y haciendo participar a la fauna del patio, las carreras de cascarudos llevaban una adrenalina inusitada y el encono desatado en contra del insecto propio ante una mala performance, llevaba al sacrificio del coleóptero.
Otra actividad de la que tuve la suerte de participar fue el boxing en el living de la casa de un amigo, colocándonos como protector bucal un pedazo de manzana granny, preferentemente cortada en 4. Los rounds unían la técnica, la destreza,el contener la risa e impedir que la hermana de mi amigo se una al boxing.

En el ámbito escolar, más precisamente en el recreo, el espíritu deportivo pasaba por encontrar algo para hacer en esos quince minutos que pudiésemos estar preparando durante toda la hora de clase. Es así que por temporadas se jugaba al fútbol en un 18 contra 18, el "A" contra el "B", o un mete gol entra rellenando la naranjita de plástico o armando una pelota con bolsas dentro de bolsas y corazón de papel.

O la época de los aviones de papel, obras maestras que tapizaban el piso del patio y rompían records de permanencia en el aire con detalles de roturas o aletas, que alegaban supuestas mejoras y terminaban siendo un fiasco. Tanto como la cuchara de metal y la masilla en los prototipos de autos de plástico y las pistas interminables en donde "no vale arrastrar".

Párrafo final a las carreras de todo tipo, en ladrón y policía, escondidas o cualquier tipo de mancha. Era muy importante ser el más rápido del curso, indicaba status y todos querían derrotar al campeón. Y "la traba" bien aplicada tenía como objetivo derribar al adversario, sin ser percibido por las maestras que iban a tomar café a la sala de maestros.
 
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