Gustavo Nori /
Claudio Andrade Editores Responsables
02 » Sep 2008
Nueve sexmanas y media
Hasta mediados de los '90 al menos dos películas de culto se mantenían en cartelera después de muchos años de ser estrenadas. Una era “Nueve semanas y media”. La otra, “The Wall”. Fui a ver las dos en repetidas ocasiones. Si, no hace falta que me lo digan: con la primera reconozco que soy un sexópata. Con la segunda que he probado de todo. Soy culpable señor juez.
Tantas y tan maravillosas escenas. Una de ellas: debajo de una escalera, en un callejón oscuro, húmedo, poblado de rendijas por donde caen gotas de una lluvia insistente, Elisabeth y John, se enredan en un acto sexual que detiene el mundo. Ella, con las piernas bien abiertas se eleva y se sostiene contra una pared. El le sigue el juego. Hasta el final.
Películón, gritan los fanáticos. O santos pecadores que bien que está Kim. Y Mickey en su mejor momento, porque después vendría la caída. El box, su furia contra Hollywood y su olvido como artista.
Muchos de los elementos cool de la generación de los 80 se aunaron en esta película que camina en la frontera entre lo inteligente y el ridículo. Cada tanto se pasa de un lado al otro sin importarle el que dirán. Y han dicho demasiado.
Ella lo conoce en una feria. Con esa mirada basta. Hermosa, sensual, atrapada en un relación desprovista de elegancia y carente de cualquier tipo de pasión. El la conquista a fuerza de onda, gustos raros y dinero. Porque, como confiesa, alguna vez tuvo que dormir con el teléfono en la mano. Ya no. Ahora simplemente tiene una misión en este mundo: gozar y ser gozado.
La chica parece ideal. Lo es. Entre ambos crean un club secreto. Mantienen un código y una llave secreta. Se instalarán en el loft de este yuppie hambriento y harán cualquier cosa. No lo nieguen, no sean mentironcillos: ¿Quién no apeló al yogurt y a la fruta en medio del éxtasis? Si no lo probaron, muchachos, aun están a tiempo. Tampoco el huevo frito en la panza de la piba. Noooo. Eso fue una parodia de la que nos reimos a carcajadas.
Luego la música. San Joe Cocker. La banda de sonido atravesando cada momento, cada instancia de las miradas que conducían al coito. Nos hicimos un poco más hombres viendo los actos circenses de estos dos. Se querían. Se amaban. Se deseaban. Probaron lo que había en plaza.
El, la comida, la frutilla; ella, el látigo. Entre ambos, la morocha hermosa, sacrosanta, umbada; entre ambos, de nuevo, el macho desconocido y barbudo. Y siguieron hasta que todo terminó por irse al demonio. Algo tan bueno no podía durar.
El se queda contando pero ella no vuelve.
No puedo imaginar que otro hombre podía darle esas cuotas de pasión. Pero se casó y tuvo dos hijos. Puso un bar en Marbella. Se compró una chacra. No sé.
El, se volvió monje benedictino.
Padre, perdóname, he sido infiel con Kim Basinger. (esto lo digo yo)
Marcó su tiempo a partir de una idea que ya tiene siglos: un tesoro escondido descubierto por un grupo de pibes alegres e irresponsables.
“Los Goonies” llegaron a la pantalla con Cyndi Lauper como telón de fondo y cambiaron el eje. Fue una película entretenida, fresca, ingeniosa, bien planteada. No hubo platillos en el aire, tampoco fuegos artificiales para darle estatura. Por entonces con destacadas actuaciones, buena conciencia y mejor música, sobraba.
Estuvo dirigida por Richard Donner. Entre los actores figuran Sean Astin, Josh Brolin y Jeff Cohen.
¿Cual fue el secreto de esta graciosa pandilla? Acaso su fraternidad y la simpatía que transmitían en cada gesto. Estaba el típico gordito que va al arco, el japonés genio que no paraba de inventar cosas raras que en algún momento iban a servir para algo, estaba el galancito y el galán juvenil. También los malos, malos sin mancha, malos no al estilo de estos años, que uno no sabe si alegrarse o gritar cuando aparecen. Está el monstruo. El barco y el tesoro. Una loca fantasía puesta en el mundo contemporáneo.
Y Cyndi. Maravillosa Cyndi cantando “The Goonies ´R´Good Enough”.
La discusión podría perpetuarse. “Aliens, el regreso” es una pieza fundamental en la obra de James Cameron. Otra vez la teniente Ripley, Sigourney Weaver, está entre nosotros para combartir a la peor de las bestias imaginables. La primera edición de Aliens - “El octavo pasajero”-, de Ridley Scott, parecía imposible de repetir o emular. Cameron lo hizo.
Este filme probablemente tiene muchos menos elementos de tensión que su antecesor, pero todo el ambiente que consigue desarrollar Cameron, las toneladas de buenos momentos de acción, la estética tétrica tan inteligentemente lograda, la convierten en un joya de los filmes de ficción-terror de los 80. Se estrenó en 1986 y sorprendió. La tres contaría una historia distinta. Otra década.
