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Las miro y me río de mi perversión. Ni siquiera se imaginan lo que estoy pensando. Su charla parece tan cotidiana: Paula come medialunas con jamón y queso, Daniela mastica un caramelo y Natalia fuma mientras cambia, por inercia, los canales del televisor en busca de un noticiero. Todavía falta una hora para cursar el teórico y el frío de la mañana nos ataca en el estómago.
Yo les pregunto y les cuento, así no se dan cuenta de que las estoy entrevistando. Para que se sorprendan luego, al enterarse de que su charla matinal es para mí un rico recurso periodístico.
“Vivir en casa era diferente. A mí me despertaban con el desayuno en la cama”, cuenta Daniela. Algunas se identifican con sus palabras. Hay otras que no, que en su casa ya realizaban muchas tareas del hogar. Lo cierto es que ahora son ellas las encargadas de limpiar sus departamentos.
Jorgelina vive en una pensión y cuenta, con entusiasmo, que ella no tiene que preocuparse por la limpieza. Además, se divierte mucho más, en compañía de las demás residentes. Otra pone cara de resignación, y dispara que su residencia es un completo desastre.
Natalia cuenta que “vivir sola es lo mejor porque tenés tu propio espacio”. En las pupilas se le presenta la imagen de su monoambiente y aclara: “no sé cómo voy a hacer cuando venga mi hermana”. Hay que volver a compartir, claro, pero muchas ya se habituaron a tener todo a su disponibilidad. Daniela retrata, entre las risas de las demás, las peleas que tenía con su hermano en Esquel. Como él es más chico, todavía tiene tiempo para preocuparse.
Las chicas se sorprenden de su crecimiento. “Llegaba todos los días tarde al colegio”, se acuerda Florencia. Daniela se acuerda de lo despacio que manejaba su mamá en las frías mañanas chubutenses, cuando la llevaba a la escuela. Pero ahora sólo dependen de un despertador y, a pesar de eso, han mejorado su puntualidad. Parece que esas cosas se aprenden sólo a partir de la necesidad.
Paula es de Necochea y ofrece un retrato muy diferente. “Yo me iba sola en bicicleta. Tenía que hacer cuarenta cuadras, ¡con ese frío! Además vivo en la calle que da a la playa, así que tenía que pedalear en medio del viento”, relata. Todas se compadecen de su comentario, pero la verdad es que muchas tienen que despertarse temprano ahora y pasar frío caminando o en una garita de colectivo.
Mañana empiezan las vacaciones y nadie parece tener ganas de irse. Planeamos el fin de semana en la ciudad, lo que haremos en esos días que podríamos estar de vuelta en casa. Pero ya nos acostumbramos. La necesidad nos obligó a hacer nuevos amigos, a encontrar nuevos espacio para pertenecer. Ya no pensamos sólo en volver; también queremos compartir un rato con el testigo de nuestro crecimiento. |
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