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Permiso, por favor, perdón, gracias. Cuántas veces se repiten estas palabras en una residencia universitaria, una opción de alojamiento que cada vez se vuelve más demandada entre los estudiantes y que tiene cultura propia. Vivir en una pensión de estas características no sólo ayuda a conocer a los primeros amigos en un mundo tan nuevo, sino que enseña códigos de conducta basados en el respeto y el compañerismo.
Las residencias universitarias o pensiones para estudiantes parecen ser más populares cada día. Se trata de casas adaptadas específicamente para los jóvenes que llegan del interior: exigen a los inquilinos acreditar la regularidad de su cursada y ofrecen servicios como Internet y salas de estudio. A diferencia de las pensiones comunes, estas viviendas establecen un reglamento interno y hasta horarios de entrada y salida que permitan a los jóvenes rendir más en su carrera.
Este tipo de alojamiento se caracteriza por su diversidad. La oferta abarca desde casas pequeñas que albergan a cuatro o cinco estudiantes hasta edificios donde habitan casi un centenar de personas. Las hay para varones, para mujeres y mixtas. Algunas cuentan con un reglamento estricto y otras son más flexibles. En unas prima el estudio y en otras es difícil concentrarse antes de un parcial.
Son muchas las motivaciones que llevan a los jóvenes a preferir este modo de vida, sobre todo para la primera etapa de la carrera. En primer lugar, se trata de una opción más económica. Los precios varían entre los 300 y los 900 pesos mensuales, según los servicios que ofrezcan, las condiciones y la ubicación de cada casa. Además, el pago se establece en forma mensual, por lo que aquel alumno que no se haya adaptado a la vida universitaria puede volver a casa sin necesidad de rescindir algún contrato. Por último, la residencia ofrece la posibilidad de entablar las primeras amistades en un universo de desconocidos.
El contacto con el otro es una de las características a destacar de este modo de alojamiento. Acostumbrados a la vida en familia, los jóvenes deben enfrentar un nuevo cambio: vivir en una relación de pares con diez – o a veces más – personas desconocidas. Allí surge la necesidad de aprender a compartir y colaborar con el otro, a ceder en algunas cosas y pedir permiso para realizar otras.
Los compañeros de residencia se vuelven, muchas veces, en un sostén a la hora de enfrentar tantos cambios. Son los compañeros de estudio, los amigos con quien salir los fines de semana, los hermanos que consuelan las ganas de volver a casa o los parciales desaprobados y hasta los maestros que enseñan a cocinar nuevas recetas. Por más dura que se presente la universidad, los inquilinos saben que, cuando vuelvan a la pensión, tienen una ronda de mate esperándolos.
Muchos prefieren tener un departamento propio, con horarios y visitas irrestrictas, donde puedan planificar su rutina y propiciar un clima de estudio que no dependa de los compañeros de cuarto. De todas formas, las residencias universitarias funcionan como un buen nexo de transición para los recién llegados, donde se aprende a convivir y se conocen nuevos amigos. |
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