29 » Mar 2024
Diario Río Negro
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Sofía Sandoval
Editora Responsable
 
  08 » Aug 2009
Compartiendo experiencias
 
Las miro y me río de mi perversión. Ni siquiera se imaginan lo que estoy pensando. Su charla parece tan cotidiana: Paula come medialunas con jamón y queso, Daniela mastica un caramelo y Natalia fuma mientras cambia, por inercia, los canales del televisor en busca de un noticiero. Todavía falta una hora para cursar el teórico y el frío de la mañana nos ataca en el estómago.
Yo les pregunto y les cuento, así no se dan cuenta de que las estoy entrevistando. Para que se sorprendan luego, al enterarse de que su charla matinal es para mí un rico recurso periodístico.
“Vivir en casa era diferente. A mí me despertaban con el desayuno en la cama”, cuenta Daniela. Algunas se identifican con sus palabras. Hay otras que no, que en su casa ya realizaban muchas tareas del hogar. Lo cierto es que ahora son ellas las encargadas de limpiar sus departamentos.
Jorgelina vive en una pensión y cuenta, con entusiasmo, que ella no tiene que preocuparse por la limpieza. Además, se divierte mucho más, en compañía de las demás residentes. Otra pone cara de resignación, y dispara que su residencia es un completo desastre.
Natalia cuenta que “vivir sola es lo mejor porque tenés tu propio espacio”. En las pupilas se le presenta la imagen de su monoambiente y aclara: “no sé cómo voy a hacer cuando venga mi hermana”. Hay que volver a compartir, claro, pero muchas ya se habituaron a tener todo a su disponibilidad. Daniela retrata, entre las risas de las demás, las peleas que tenía con su hermano en Esquel. Como él es más chico, todavía tiene tiempo para preocuparse.
Las chicas se sorprenden de su crecimiento. “Llegaba todos los días tarde al colegio”, se acuerda Florencia. Daniela se acuerda de lo despacio que manejaba su mamá en las frías mañanas chubutenses, cuando la llevaba a la escuela. Pero ahora sólo dependen de un despertador y, a pesar de eso, han mejorado su puntualidad. Parece que esas cosas se aprenden sólo a partir de la necesidad.
Paula es de Necochea y ofrece un retrato muy diferente. “Yo me iba sola en bicicleta. Tenía que hacer cuarenta cuadras, ¡con ese frío! Además vivo en la calle que da a la playa, así que tenía que pedalear en medio del viento”, relata. Todas se compadecen de su comentario, pero la verdad es que muchas tienen que despertarse temprano ahora y pasar frío caminando o en una garita de colectivo.
Mañana empiezan las vacaciones y nadie parece tener ganas de irse. Planeamos el fin de semana en la ciudad, lo que haremos en esos días que podríamos estar de vuelta en casa. Pero ya nos acostumbramos. La necesidad nos obligó a hacer nuevos amigos, a encontrar nuevos espacio para pertenecer. Ya no pensamos sólo en volver; también queremos compartir un rato con el testigo de nuestro crecimiento.
 
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  31 » Jul 2009
Mamá pájaro
 
La familia. Es difícil definir algo tan cercano, tan diverso y tan fundamental. Se trata del primer grupo de pertenencia que tenemos en nuestra vida. Cada uno establece con este núcleo una relación única e irrepetible. Aunque existe el odio entre familiares, me aferro a pensar que, en una estadística, la mayor porción de la torta se la lleva el amor incondicional.
Eso es lo primero que uno aprende cuando nace: a amar a su familia sin condiciones ni prerrogativas. Es tan difícil elegir entre mamá y papá. Cuesta tanto no querer lo mejor para nuestros hermanos. A pesar de los celos, un hermano es el mejor regalo que nuestros padres nos pueden dar. Se trata de amigos incondicionales que nos prestan su amor y su apoyo en todo momento y lugar.
A la familia se la quiere como a la respiración. Uno inhala y exhala de una forma tan mecánica que llega a olvidar la importancia de este hábito. Cuando nos falta el aliento, nos agobian el dolor y la desesperación. Es entonces cuando reparamos en lo necesaria que nos resultaba, cuando nos arrepentimos de no haberla valorado.

Cuando volamos lejos del nido y dejamos a los otros pájaros atrás, comenzamos a tener presente el amor que sentimos por ellos. Al volver a verlos, los abrazos, las risas y el barullo de la comida nos impiden decirles cuántos los amamos.
Otras veces nos quedamos en silencio. Aunque estemos sin decir nada ni establecer ningún contacto físico, existe ese no sé qué del estar juntos, ese olor a familia, ese bienestar imperceptible que se da con su compañía. Es entonces cuando el amor se vuelve respiración. Sólo nos damos cuenta de su importancia cuando estamos lejos, y nos falta su cariño silencioso.

Cada familia es distinta, pero el amor de los padres hacia sus hijos se parece en su supremacía. No sé si existe en el mundo una versión similar de ese cariño, de esas ganas de hacer cualquier sacrificio con tal de que seamos felices

¿Un dos en matemática? ¡No te olvides del abrigo! ¿A estas horas andas caminando solo? Mamá ya soy grande. ¿No ves que vivo solo papá?

Por más grandes que seamos o más solos que estemos, los padres nunca van a dejar de cumplir esa función. De protegernos y entregarnos todo lo que tengan a su alcance, de querer lo mejor para nosotros, de sacrificar parte de su bienestar para conseguir el nuestro, de mostrarnos su mejor sonrisa ante cualquier eventualidad.

Comprá lo que necesites. Si te gusta llevalo, total yo no lo uso. ¿Qué puedo hacer por vos?

Con quererme es suficiente.
 
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  17 » Jun 2009
Números que valen
 
Era físicamente imposible caminar más rápido. Miré el reloj otra vez: la clase había empezado hacía unos veinte minutos. No quería llegar tarde a mi segunda lección en esa materia, por lo que le supliqué a mis piernas que no me abandonaran. No ahora. Un esfuerzo más y llegaríamos.
Dos tramos más de escalera y ya estaba en el pasillo. El aula de Análisis de la Información tiene amplios ventanales que miran al corredor. Tanto mis compañeros como el profesor se fijaron en mi arribo incluso antes de que tocara el picaporte.
Traté de abrir la puerta con cara de disculpas pero el docente mantuvo su gesto de pocos amigos.
- Tarde, Sofía – dijo y me acercó una hoja.
Me quedé atónita. Durante años me habían dicho que en la Universidad sólo podían llegar a conocerme por un número de legajo. Ahora, no sólo me llamaban por mi nombre de pila sino que me devolvían en la mano mi trabajo práctico.
La historia tiene innumerables leyendas que se desmienten, pero este mito se rompió demasiado rápido.


Por supuesto que éste es sólo un caso extremo. En la Universidad siempre existen las clases teóricas donde asisten cientos de alumnos, con rostros que el profesor no puede distinguir desde su tarima o en el fondo de un aula anfiteatrada. Es claro, además, que los carnets o los números de legajo funcionan como un documento de identidad imprescindible para llevar a cabo cualquier trámite institucional. Es necesario numerar.
De todas formas, cuando se habla del alumno-número, se tiende a anular la relación humana entre estudiantes y docentes. Es la Universidad cada vez pesa menos el uso de clases magistrales dictadas por profesores de renombre, donde los jóvenes deben sentirse afortunados de sólo acceder a escucharlos. La tendencia actual se basa en el ida y vuelta, en el alumno distinto a los otros, el estudiante que participa, que responde, que importa.
Aunque cada institución tiene sus particularidades, hay que alejarse del mito que concibe a la Universidad como fría y despiadada. Entablar relaciones llevaderas con los docentes y ser tenido en cuenta como único y distinto dependerá de cada alumno. Lo importante, no obstante, es recordar que las facultades lo permiten.
 
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  12 » May 2009
Nuevos códigos
 
La panza llena, a la hora de la siesta, pesa más en los ojos que en el propio estómago. Tal vez era sólo yo, o estábamos todos adormilados mientras escuchábamos al profesor comentando las secciones de cada diario.
Mi compañera de al lado mantenía su energía juvenil: seguro no había almorzado aún. Me miró con una sonrisa tenue y disparó: “¿me prestás el liquid?”. Me moví un poco en la silla. No quería admitir que no sabía de qué estaba hablando. “Uhm, no tengo”, le contesté despacio.
La sonrisa de la chica fue desapareciendo al tiempo que mantenía la vista clavada en mi pupitre. Suspiró y volvió a mirar al pizarrón sin decirme nada, pero yo me quedé pensando en nuestra conversación y me centré en el único utensilio presente en mi banco.
Me desperté un poco más y me acordé, de pronto, de la denominación bonaerense para el corrector. Sin dudarlo, le toqué el brazo. La chica me miró de mala gana y yo le susurré: “vos me pediste el corrector, ¿no?” y me reí mientras le alcanzaba lo que necesitaba.


Arribar a un lugar nuevo supone una gama de cambios tan amplia que llega hasta los detalles más sencillos de la vida cotidiana. No sólo hay que enfrentarse a una mayor cantidad de responsabilidades, producto de la ausencia de los padres que se encargaban de todo; también es necesario aprender a moverse en una ciudad grande, alcanzar el ritmo de estudio universitario y adaptarse a infinidades de matices culturales en pos de integrarse socialmente y hacer nuevos amigos.
Al hablar de esta forma, parece que, más que lejos del nido, los jóvenes viajan a otro planeta. Pero no. A pesar de estar en el mismo país, hay muchos rasgos culturales que se presentan en forma diferenciada. Uno de ellos, y tal vez el más imperceptible, es el lenguaje.
En la región metropolitana, el colectivo se llama micro o bondi. Si un rionegrino declara que va a tomarse el cole, los bonaerenses suponen que va a tomar un colegio. Sin colectivo no hay colectivero; por lo tanto, los conductores reciben el extravagante nombre de micreros.
Comer también es un problema en el nuevo hogar: las masitas se llaman galletitas y las caras sucias, tortas negras. Para ubicarse, hay que recordar que las calles oblicuas son “los” diagonales, y las avenidas son las que tienen canteros en el centro que separan los carriles, ya que los bulevares son las calles curvas en la circunvalación de la ciudad.
Es probable que ésas no sean las únicas diferencias en el habla de rionegrinos y bonaerenses. Tal vez alguno de los lectores puede aportar con algún otro vocablo que demuestre uno de los rasgos culturales que nos distinguen.
 
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  16 » Apr 2009
Volar en colectivo: nuevos obstáculos
 
Para continuar con el tema tratado en la entrada anterior, les cuento una situación que experimenté al regresar a La Plata después de Semana Santa. Como no había muchas empresas de transporte con disponibilidad horaria en sus pasajes, decidí comprar el mío en Vía Bariloche.
Esta compañía declara hacer el descuento del 20% a los estudiantes, pero sólo en sus servicios de El Valle, Vía Tac y demás líneas agregadas a Vía Bariloche. Como la línea original de la empresa tiene un servicio ejecutivo, no la ofrecen con la descuento al no considerarla una oferta que elijan los estudiantes.
Mi viaje era en uno de los colectivos de El Valle, por lo que me correspondía el descuento estudiantil. De todas formas, la empleada del lugar me aclaró que sólo realizan cinco rebajas por cada unidad y, como en esa ya habían comprado pasajes cinco estudiantes, yo no tenía derecho a la bonificación. Por supuesto que no había forma de demostrar que, efectivamente, otros cinco universitarios viajarían en ese micro. Por lo tanto, la empresa puede utilizar esta excusa para promocionarse como una compañía que cumple con la regulación sin hacer ningún descuento real.
Como ya expuse en la entrada anterior, el descuento estudiantil no se trata de una promoción que las empresas de transporte de larga distancia puedan hacer como una estrategia de mercado. Por el contrario, es un derecho de los estudiantes dispuesto por una resolución que tiene como objetivo promover el acceso de todos a la educación superior, ya que genera una facilidad que aliviana los costos de la vida universitaria.
 
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  25 » Feb 2009
Llegar
 
A veces se llega a un lugar conocido, y otras a un espacio completamente nuevo. Hay estudiantes que pisan por primera vez el suelo donde planean vivir por cinco años recién el día de la inscripción. Para otros, el lugar es familiar porque allí ya vivían sus hermanos o parientes, o porque habían ido de visita.
De todas formas, el espacio aún no es de ellos. Todavía no conocen las veredas que van a caminar todos los días, no se acostumbran a subirse a un colectivo, a usar los semáforos peatonales, al ruido de los bocinazos y las frenadas de los micros. Hay cosas que no tenían sentido en Río Negro: ni en Roca, ni en Bariloche ni en Choele Choel se puede entender el significado de contaminación acústica o la lucecita que ayuda al peatón a cruzar una avenida sin morir en el intento.
Una frase popular declara que lo que mata es la humedad. Y en La Plata se comprende. El clima de la región metropolitana es muy distinto al patagónico. Las temperaturas no son tan bajas, pero la humedad cumple a rajatablas su función de resaltar los peores defectos de cada tipo de clima. En verano, hace que el calor te aplaste contra el suelo, que te duela la cabeza y no puedas parar de transpirar. En invierno, obliga al frío a penetrar cualquier abrigo y llegar hasta lo huesos.
“Si te acostumbrás al clima y al agua, no vas a tener ningún problema”, dicen los que pretenden saber mucho de adaptación y quieren ofrecer un poco de ánimo. A veces están haciendo todo lo contrario a un favor, porque el estudiante sabe que la humedad es insoportable. Se acuerda de la niebla de las mañanas, de esa llovizna imperceptible pero constante que, cuando hace frío, parece estar cortándote la cara. Y el agua es horrible. Hay que hervirla o ponerle jugo.
Pero la humedad y el agua son sólo pequeños problemas, que no logran opacar la aventura que presenta una gran ciudad. El movimiento, los edificios, el tránsito y la multiplicidad permanente de ofertas. Siempre hay algo para hacer y siempre hay gente haciendo algo.
La Plata, además, recibe a los estudiantes con los brazos abiertos. Desde la Universidad Nacional de La Plata estiman que hay cerca de 100 mil jóvenes cursando sus más de 100 carreras universitarias. La ciudad tiene 600.000 habitantes, lo que significa que un sexto de la población son alumnos de esa casa de estudios. La mayoría viene del interior de la provincia de Buenos Aires, pero también hay muchos de otras provincias.
Es una ciudad llena de plazas, donde la juventud parece ser la principal protagonista. La pasividad de las localidades rionegrinas se cambia por el dinamismo de la capital de una de las provincias más importantes del país. Un lugar que te recibe con entusiasmo y con una imponente Catedral, que te deja boquiabierto. No es casual que el lema de La Plata sea “ciudad de todos”.
Por eso, un tiempo después de haber llegado empiezan a surgir las amistades y las propuestas, y se le empieza a tomar cariño a la ciudad. La humedad se hace fácil de soportar, el agua no parece tener un gusto tan feo. Es fácil sentirla propia, a los graffitties rojos y azules que buscan marcar territorio pincha o lobo, respectivamente, en todas las calles de la ciudad; a los misteriosos mitos de la calle 52; a los colectivos de colores; al pasaje Dardo Rocha; a las fiestas de facultades; a los amigos.
Llegar es duro. Duele mucho, sí, pero también enseña. Mudarse a una ciudad nueva, mudarse solo, lejos de la familia y de las cosas con las que se convive siempre, cuesta. Pero también se trata de un desafío interesante, que permite al aventurero ganar madurez, responsabilidad, definir su identidad, crecer, volar.
 
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