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El lunes 9 de agosto el diario “Río Negro” publicó una nota sobre la trata de personas y, además del título, varios párrafos y entrevistas estaban dedicados a la situación de dos pibas del lugar donde trabajo, la Escuela Especial Nº 1. Al día siguiente se apersonó en el establecimiento la directora de Nivel Especial y, en un clima de tensión, estuvo todo el día encerrada en una sala con parte del equipo directivo. Me llamaron a declarar para una “información sumaria” (sic) que habría pedido el ministro quien, en campaña por el Valle Medio con el resto del gabinete, el gobernador y toda la cosa, mandó a “tomar intervención”, como titularía el mismo diario dos días después.
“Tomar intervención” es el eufemismo para decir que la directora de Nivel vino a la escuela a meter miedo, a presionar sobre los que hablamos con el medio gráfico. Y dio resultado. Porque inmediatamente la atención se puso sobre las declaraciones: qué se había dicho, adónde se lo había dicho y por qué se lo había dicho. El todos contra todos es la consecuencia del miedo, porque, como en la época de la Inquisición, “informar sobre el vecino de uno llegó a ser no sólo un deber sino también una estrategia de supervivencia”.
Pero de M., como la llama el diario por ser menor de edad, nadie habló. No se preguntó qué se había hecho ese día, el de la desaparición, cuando estuvo en la escuela. No se preguntó cuántos meses de embarazo lleva y no se recorrieron las aulas ni se hicieron reuniones con los padres ni se habló con el personal para ver qué se piensa del tema o cómo creemos se podría trabajar mejor en una sociedad que hace rato que le sacó años de ventaja a la vetusta y verticalista estructura escolar sarmientina. Sólo se “bajó” la incomodidad que había provocado la nota –y las declaraciones– en el gabinete provincial, como “bajan” las políticas educativas y “bajan” los materiales para que discutamos; por cierto, el miércoles 11, en la jornada de capacitación por el Día del Portero, trabajamos sobre el currículo de ¡primaria!, porque Educación Especial en nuestra provincia nunca tuvo currículo propio.
Así, se escribe sobre el respeto por la diversidad, se talan bosques para escribir discursos que se dicen entre canapés en los congresos, seminarios, cursos y jornadas dedicados a la “igualdad de oportunidades”, “inclusión educativa”, “inteligencias múltiples”, pero la única respuesta espontánea a una nota de un diario sobre la situación de chicas que, como todas, van a la escuela pero, como pocas, van a la escuela especial, es ir a la institución a disciplinar a los que hablaron con el medio y, a través de ellos, a toda la comunidad educativa.
Es una verdad tan contundente esta que demuestra que quieren que el estado de las cosas se perpetúe que da pavura pensar en gente capaz de ello. ¿Cuántos proyectos comunitarios se solventarían con la decena de miles de pesos que se gastó en la propaganda, vulgar y descarada sobre la “reforma de la Constitución”? En una provincia en la que no se tienen derechos si no se tiene abogado, siempre hay que recurrir al favor político para conseguir las cosas. Para conseguir trabajo, para que te aprueben el proyecto, para que se agilice el trámite, hay que recurrir al funcionario o dirigente amigo. La lógica de la obediencia –voluntaria o involuntaria– es el caldo de cultivo de la violencia social que vivimos. “Nadie es peligroso si antes no ha sido vulnerable” y, cuando el que vulnera es el Estado, su gobierno, la sociedad se vuelve así, como la conocemos.
En la escuela no tenemos recetas para detener eso, pero si pudiéramos aprender a escucharnos, a disentir y a partir de ese disenso encontrar las maneras, sería diferente. Y a escuchar a los pibes, sus contextos, sus creencias y formas de sobrevivir. Porque, agrego a lo que pusieron en la nota las periodistas, probablemente la cosa sería diferente si el canal estatal no tuviera como principal programación un esperpento que promueve el cuerpo femenino como una mercancía, la grosería como manera de relación y caerle bien al “conductor” como estrategia para permanecer. También sería diferente si el sistema no cotizara de la misma manera tomar mates y comer bizcochitos que trabajar a conciencia, si no, no valoraría más al alcahuete que al comprometido con su tarea.
Dante López Dorigoni
maestro preceptor en Escuela Especial Nº 1 de Roca |
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