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  02 » Mar 2010
“El uso de la fuerza está instalado en nuestra cultura"
  El caso de Wanda Taddei instala una vez más el debate. ¿Cómo se explica que las relaciones que construimos hombres y mujeres-por voluntad y por amor- puedan llegar a convertirse en un infierno. “La familia, más sola y aislada que antes, desarrolla patologías que no encuentran contención”, opina el psicólogo social Alfredo Moffatt.
Por Natalia López

Para algunos se trató de un accidente. Para otros, él la quiso matar. Quedan dudas de cómo se desarrollaron los hechos la noche en que Wanda Taddei , la esposa del baterista de Callejeros Eduardo Vázquez, terminó internada con el 60% de su cuerpo quemado.

Días más tarde, él recuperó la libertad por falta de mérito porque para la Justicia, las pericias no habían arrojado elementos suficientes para inculparlo del delito de “homicidio”. Ella murió en una cama de un hospital de la ciudad de Buenos Aires, en la madrugada del domingo 21 de febrero como consecuencia de una falla multiorgánica.

Tras este triste y solitario final cuando todo parecía encaminarse al cierre de la investigación, el padre de Wanda conmovió a la opinión pública con sus declaraciones. El hombre, dolorido, habló de “muerte anunciada”, de que “se agarraban a las piñas y que cuando los vecinos intervenían los echaban”, de “amor enfermizo”. Y ante las dudas, la Justicia lo citó a declarar, hoy, como testigo.

Es que hay algo en lo que las distintas versiones coinciden. El incendio existió. Y la discusión en medio de la cual se desató el fuego, también. Como en muchos otros casos no hay testigos. Es la palabra de uno contra la del otro. Y Wanda ya no puede decir la suya.

De lo que no quedan muchas dudas es de que se trata de otro caso más de violencia familiar, doméstica o de género que terminó con la vida de una mujer que murió como otras millones de mujeres en todo el mundo.

La violencia de género no para
Naciones Unidas define a la violencia de género como un acto violento basado en la pertenencia al sexo femenino, tanto en la vida pública como en la privada, que tiene o puede tener consecuencias físicas, sexuales o psicológicas para las mujeres.

Según la Asociación Civil La Casa del Encuentro, durante el 2009 murieron 231 mujeres y niñas en asesinatos por violencia sexista en nuestro país. La cifra indicó un crecimiento del 11% con respecto al año anterior. El informe señaló que en la mayoría de los casos el femicidio se produjo en el círculo afectivo directo: las víctimas murieron a manos de sus esposos, parejas o novios, actuales o pasados.

Ante la dificultad para comprender la complejidad de la violencia de género los especialistas recuerdan se trata de un proceso que se da en forma cíclica y en el que pueden identificarse tres fases:
Fase de acumulación de tensiones: se producen incidentes cada vez más intensos y hostiles. Se caracteriza por las agresiones verbales y el control excesivo.
Fase de episodio agudo: las tensiones que se venían acumulando estallan en situaciones que pueden variar de gravedad, desde empujones hasta homicidio o suicidio.
Fase de la luna de miel: se producen el arrepentimiento del golpeador y comienza un período de seducción y la promesa de que nunca más volverá a ocurrir. Si no se corta el ciclo se vuelve a la primera fase.

No nos une el amor sino el espanto
A nivel de políticas públicas la ley de protección integral sancionada el año pasado es un avance aunque aún resta ver cómo se reglamenta. Sin embargo, qué pasa con las relaciones entre hombres y mujeres en el terreno de lo privado, “donde la luz de lo público todo lo oscurece”, ¿hay avances o retrocesos?

Para el psicólogo social Alfredo Moffatt todavía no se terminó de resolver el tema de género aunque se ha avanzado mucho: “cuando yo era joven la mujer no votaba, no podía tener propiedad, no tenía la patria potestad de los hijos, y tenía que acompañar al marido donde él fijara domicilio”. Hay territorio conquistado pero no alcanza.

A simple vista, todo parece indicar que puertas adentro estamos como antes o mucho peor porque debiendo cambiar el cambio no aparece. Las mujeres maltratadas vencen el miedo, se animan a denunciar, reconstruyen sus vidas, pero las cifras crecen y la violencia no para.

Moffatt piensa que la violencia familiar es un tema no resuelto en nuestra sociedad que responde a un modelo cultural que muchísimas veces sospecha de la víctima y que goza de cierto consenso social sostenido por los medios de comunicación, en particular la televisión.

Explica que los casos de violencia familiar se relacionan con el uso de la fuerza bruta, algo que está instalado en la cultura, en los mitos que ubican a la mujer en un rol pasivo y al hombre en un rol activo. “El hombre dice ‘ella me agredió con palabras y yo la agredí físicamente’, como si fueran equivalentes. Incluso la sociedad habla de esto como crimen pasional y eso es una barbaridad, es una justificación cuando debería ser un agravante y no un atenuante”, agrega.

¿Por qué las vidas que construimos hombres y mujeres-por voluntad y por amor- pueden llegar a convertirse en un infierno? “Las relaciones de pareja son complejas y están basadas en la sexualidad y la convivencia, escenarios que pueden dar lugar a situaciones muy regresivas, primitivas”, responde. Además considera que la cultura entera, en estos últimos 50 años, se ha puesto muy violenta, hemos entrado en crisis y ha habido una regresión cultural, una involución que nos conduce hacia formas de vinculación cada vez más primitivas. Entonces al aumentar la violencia en general, aumenta la violencia de género.

La televisión es reflejo de esta situación. Cuando aparece la violencia, muchas veces la víctima es una mujer y en un contexto de violación. “Esas imágenes movilizan cosas muy profundas de los humanos, aumenta el rating pero al precio de promover modelos culturales que son peligrosos para la cultura y la desintegran” dice.

Moffatt cita a Freud quien definió la salud con dos palabras: amar y trabajar. “Antes el amor se daba dentro de una estructura familiar que, en su forma más tradicional, era ampliada –tías, tíos, abuelas, abuelos- y se bancaba cualquier situación de angustia. Ahora la familia es nuclear –papá, mamá, hijos/as- y ante cualquier situación regresiva patológica de violencia no hay quien pueda objetivar y contener”.

Eso significa que antes, como grupo la familia tenía más resortes, más herramientas, incluso “la contención estaba contenida”. Ahora la familia está más sola, es más chica y está más recluida sobre sí misma. No es que antes éramos mejor sino que estábamos menos solos. Y en medio de esa soledad la familia puede desarrollar patologías que explotan hacia dentro. Y cuando eso sucede las víctimas más frecuentes son las mujeres o los niños.

Sin embargo es posible construir una relación sana entre hombres y mujeres. Con amor y con trabajo. “Lo que hay que hacer es trabajar el tema de la sexualidad y apartarse de los modelos de sometimiento, que son modelos de violencia, donde el hombre tiene que ser macho y la mujer una presa de su ataque”, indica.

Moffatt observa que en la actualidad los adolescentes tienen modos más equitativos de interacción: “si bien el modelo subsiste algo se modificó de la antigua posición de la ceremonia del baile donde la chica iba y si no era “cabeceada” no bailaba. A veces el modelo se filtra pero creo que hay señales”.

Crisis. Violencia. Soledad. Discriminación. Modelos de sometimiento. Si juntamos todo, el cóctel es explosivo. Moffatt reconoce que “estamos en una crisis severa, grave, pero vamos a salir porque ninguna sociedad se suicida. La historia nos enseña que hay un momento en que la gente dice basta entonces revierte”.

“Cuando la palabra se abandona el mundo se hace un lugar insoportable” dice y tal vez es eso lo que estamos viviendo en este momento. “Pero cuando ya se hace insoportable los hombres y las mujeres cambian”. Esperemos no llegar tarde a esa cita.

Natalia López
natalial@rionegro.com.ar
 
Categoría : Actualidad y Opinión | Comentarios [0]
 
 
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