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  03 » Dec 2009
Matrimonio gay: un dogma no tiene por qué ser ley
  La legisladora porteña y doctora en filosofía Diana Maffía desarrolla qué significa esta lucha de las minorías sexuales, qué pasa con el concepto tradicional de familia, qué implica la postura de la Iglesia y por qué el oficialismo no da la discusión.
Por Natalia López (natalial@rionegro.com.ar)


Alex Freyre y José María Di Bello estaban listos para casarse, esta semana en Buenos Aires. Pero no pudo ser. Otra vez será. Sin duda, otra vez será. Porque más temprano que tarde el matrimonio gay en este país dejará de ser un reclamo, una lucha por el sentido, y será un hecho y un derecho.

Este lunes pasado quedó suspendido el primer casamiento entre personas del mismo sexo en Argentina y en América Latina tras la decisión de la Cámara Nacional Civil de rechazar la habilitación dada por una jueza porteña, lo que provocó protestas de las organizaciones homosexuales.

Dialogamos con Diana Maffía, legisladora porteña (2007-2011 por la Coalición Cívica y doctora en filosofía de la UBA, con una tesis sobre “Género, subjetividad y conocimiento”), para conocer su opinión sobre el tema. “Acá hay una batalla por los sentidos que consiste en apropiarse de una institución que a la vez tiene un aspecto jurídico, por un lado, que tiene que ver con el acceso a un contrato de matrimonio; y por el otro, una cuestión dogmática, religiosa, que es el matrimonio como un sacramento. Durante mucho tiempo lo religioso y lo jurídico estuvieron unidos y para mucha gente deberían seguir estando unidos y la verdad es que desde 1994 la Argentina es un país laico, un país donde no hay religión de Estado”, dijo.

“Las leyes son leyes y los dogmas son dogmas y, en todo caso, un dogma se debe hacer valer entre los feligreses de ese dogma pero no tiene por qué ser ley para toda la ciudadanía. Quedarse con la palabra matrimonio sólo para la unión religiosa y que no pueda haber un derecho civil que se impuso durante siglos a mí me parece abusivo”, opinó. No sólo impiden ampliar el derecho y arribar “a lo que simbólicamente significa un matrimonio sino que retienen el simbolismo matrimonial sólo para el sacramento religioso”.

“A mí me parece que hay políticas de reconocimiento que son tan importantes como las políticas de distribución económica”, aclara, y “esta es una política de reconocimiento, es una lucha por el sentido y es una lucha política porque tiene que ver con disputas de poder. Nuestro país como país laico tiene que proponer la amplitud de todos sus derechos a todos sus habitantes sin ningún tipo de discriminación porque es lo que la Constitución Nacional recomienda”.

Sobre esta lucha de las minorías sexuales por lo simbólico, Maffía sostiene que “significa una equiparación, una convicción de que podemos tener los mismos derechos seamos quienes seamos”. “Si yo estoy casada hace 30 años, ejemplifica, y lo mío se llama matrimonio también debe serlo cualquier unión de dos personas con los mismos objetivos de protección, afecto, cuidado muto, expresión amorosa, conformación de una familia”.

Explica que la idea de que sólo sean personas de diferente sexo con el objetivo de procreación impide ingresar al matrimonio a personas cuyo objetivo no es tener hijos, por ejemplo: “realmente es un modo absolutamente restrictivo, que no tiene que ver con cuestiones legales y me parece que es revisable socialmente”.

Maffía considera que en algún momento esa idea reflejó la aspiración de una sociedad pero ya no la refleja y que es altísimo el porcentaje de opinión pública que acompaña esta ampliación del matrimonio por fuera del matrimonio de personas de diferente sexo.

“Todo el mundo tiene derecho a una convivencia feliz, protegida, amorosa. Si la familia conserva alguna vigencia esa vigencia debe ser alcanzable por cualquier par de personas que aspire a esa protección, a esa convivencia, a ese afecto mutuo, a ese sostén y a ese compartir derechos y deberes que significa el matrimonio”, sintetiza.

El concepto de familia tradicional cambió, ¿se acabó la familia?
“Hay muy pocas familias que, en la actualidad y en nuestro país, responden a la descripción tradicional de un varón y una mujer que se unen para procrear. No sólo que muy pocas estructuras tienen este formato de familia nuclear sino que se pretende hacer valer esa definición de familia como eterna cuando es una familia reciente, generada con el surgimiento del Estado moderno con el objetivo fundamental de proteger un nuevo modelo económico que era el capitalismo. Esa familia amplia, que incluía mujer, hijos, patriarca y hasta a los esclavos, se restringe con el surgimiento de la revolución industrial. La familia ya no es el lugar de producción sino que el lugar de producción se traslada al ámbito público, a las fábricas, por lo que sólo conserva la función reproductiva y de cuidado. Se achica, se hace pequeña y genera dos obligaciones diferenciadas: el sostén económico por parte del varón -el patrimonio-, y la obligación de legitimidad de los hijos en la mujer, que es el fin reproductivo. Quiere decir que esto está hecho para la legitimación de la propiedad privada y de la herencia. Prestarle carácter sagrado a una estructura hecha a la medida de un cambio económico es una necedad. Es naturalizar algo que de ninguna manera es natural sino que ha sufrido muchísimos cambios y, de hecho, ya no es la estructura predominante en nuestra sociedad.

“Ahora, uno podría decir se acabó la familia. Yo creo que sigue habiendo funciones importantes con respecto a un núcleo primario de seres muy vulnerables, como son los hijos. La familia es el espacio de la primera socialización, de la adquisición de la lengua materna, del afecto, del cuidado, de la protección mutua, del sostén, del compartir responsabilidades. Ese núcleo sigue teniendo una función social importantísima pero nada indica que esa función deban tenerla personas de diferente sexo ni que tenga que ver con la procreación. Me parece que son objetivos sociales, éticos y morales que no podemos restringirlos solamente por la orientación sexual, la identidad o la procreación”.

La postura de la Iglesia
“Ciertas cuestiones religiosas yo no las voy a discutir porque son posiciones religiosas, como por ejemplo, la de expulsar a personas divorciadas o a personas homosexuales de de la protección que se supone que es pertenecer a una religión. Es una decisión del dogma. Ahora, pretender que se las expulse de instituciones sociales me parece completamente abusivo porque es poner a la Iglesia a tutelar las organizaciones republicanas, cosa que muchas veces intentan pero resulta inapropiada porque este no es un estado talibán, este es un estado laico y esto, evidentemente, cuesta trabajo para mucha gente respetarlo”.

El oficialismo que no debate
“Es evidente y es público, que los diputados oficialistas nacionales al principio dieron apoyo al proyecto y luego lo retiraron. Se enfrió la situación por pedido de la propia Presidenta y de su viaje al Vaticano que no quería que fuera enturbiado esta cuestión del matrimonio gay. Sabemos lo que pasó con el gobierno de la ciudad de Buenos Aires sencillamente con no ponerse en contra, y el reclamo airado del arzobispo de Buenos Aires, no tanto por el bien de sus feligreses sino por la preservación de su carrera al papado. Hay que pensar que acá hay muchos intereses de distinta índole que no son precisamente la salvación de las almas”.

Ahora, la decisión es de la Corte
“Siempre tengo esperanzas en que la Corte acompañe las cuestiones que son justas. Tengo esperanzas en que la Corte tenga esa posibilidad de repensar cuál es la validez del Código Civil en este tema y en muchos otros temas en los que tenemos que ir avanzando. El cambio es inapelable, se puede entorpecer y retrasar pero no impedir”.

A las parejas de gays y lesbianas que esperan ejercer su derecho al matrimonio
“Me parece que la vida de las parejas es siempre trabajosa. Así como había un viejo slogan que decía que la tierra es de quien la trabaja, el matrimonio también es de quien lo trabaja. Gays, lesbianas, heterosexuales todos tenemos el mismo trabajo frente a la constitución de una pareja, su preservación, su mantenimiento. Tendríamos que estar más atentos al desamor social, a la exclusión de sectores tan vastos y amplios de nuestra sociedad, a la intolerancia y al desgarramiento que eso significa, que impedir que puedan unirse, amarse y cuidarse personas que trabajosamente han llegado a encontrar a otro con quien compartir sus días”.

Por Natalia López (natalial@rionegro.com.ar)
 
Categoría : Actualidad y Opinión | Comentarios [0]
 
 
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