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25 » Feb 2008 UN DOMINGO EN BUENOS AIRES

Por Guillermo Flores

guillef33@gmail.com


El hombre estatua está vestido de la Muerte con una máscara blanca de cotillón y empuña una guadaña, también de plástico, para deleite de los turistas que lo fotografían. Otra de las atracciones callejeras del microcentro porteño. En la calle Florida pueden encontrarse algunas más: una pareja vestida de traje y con paraguas que parecen volarse por el viento que no pasa, un robocop plateado, una actriz del siglo de oro español, pintores lisiados, caricaturistas y músicos independientes. En San Telmo, en las plazas de Recoleta, Plaza San Martín, algún que otro desequilibrado en Puerto Madero o en el Parque Lezama son los lugares predilectos para petrificarse ante el público en constante movimiento. Pero volvamos al centro.
También hay gitanos de mal temple y malos modales que con chistes mordaces maltratan a aquellos que no les dan monedas para deleite de los turistas que ríen y mastican como es su costumbre, entre un tumulto de gente alrededor del gitano con un pañuelo verde en su cabeza y los ojos delineados. Les grita y se ríe de las caras de la gente que pasa, de los gestos insulsos y de los nervios con que la gente responde a sus embates. No sería preciso decir después, ya que a cada momento, cuando ve que nuevos espectadores se acercan, defiende su show y espera no monedas, sino billetes, de ser posible muchos billetes, dice, como cualquier artista que se precie.
Un tango latoso sale de un pequeño y maltratado parlante y adorna el ambiente caluroso de las cinco de la tarde. “No aguanto mas”, dice una promotora de un local de cueros y levanta su camisa dejando ver parte de su pancita transpirada. La calle Florida es la única calle del centro donde la gente se pasea en masa y contenta de estar allí. O al menos eso parece ese ritmo frenético de frenar ante cualquier espectáculo, y tratar de huir cuando llega la hora de pagar. Todas las calles laterales, hasta el río, están vacías y solo pueden verse parejas besuqueándose en las esquinas, gente que sale tarde de algún edificio de departamentos, o muchachos tirados en la calle, desmayados por el calor de la ciudad, con un cartón como colchón y una botella de agua mineral vacía como almohada.
Los locales comerciales, bancos y demás, se encuentran casi todos cerrados, salvo kioscos, cafés o algún aislado supermercado. Sin duda lo único que no debe cambiar entre la semana y este día son los muchachos intentando dormir en la calle. Porque nada realmente sucede en días como este. Ningún escándalo, ningún contradicho, nada digno de ser anotado. Aunque ellos quieren que anotemos, hagamos diarios y registros, fotografías y crónicas bochornosas.
El domingo, a eso de las seis de la tarde, parece ir muriendo sin antes haber nacido, lenta y gradualmente. Pocos autos pasean por las calles. Algunos bajan hasta el río, donde un mar de turistas atestan los restaurantes exclusivos -y los que no son tan- desde el momento en que el día se abre hasta que las noche los aplasta, devolviéndolos a sus hoteles o a sus hogares.
Y aunque la ciudad parezca dormida, todos se mueven despreocupadamente, sin horarios, tratando de ocupar el tiempo en algunas de las atracciones que no serán tentadoras, pero sí son un buen prologo para el cine de las ocho de la noche. Hasta los Promotores de Prostitutas, como les gusta llamarse, parecen descansar el séptimo día. Sus caras ajadas parecen más ajadas los domingos en el corazón de la Argentina. Un suave sol dora las pieles de los vagabundos en las plazas y cuatro muchachos que hace unos minutos estaban terminando una cerveza, ahora se levantan y empiezan a patear una pelota. Pero ni los niños juegan en los juegos de la plaza, ni las parejas se apoyan uno sobre la otra en los banquitos grises. No deben ser las plazas más concurridas, éstas, las del microcentro.
El domingo todo es paz, desidia sonriente y tranquilidad. Mujeres perezosas bostezan en los rincones, y los vendedores de diarios les cantan piropos a las morochas africanas que caminan por la calle. Pero no deben ser africanas. Un vendedor de oro y cambio dice:” hay más negros en esta cuadra que en todo Rio de Janeiro, estuve ahí el año pasado y no vi tantos”. Estamos en febrero y el turismo latinoamericano es lo que más se ve. El domingo, merodeamos la ciudad de estrechas calles en busca de algo interesante. Pero interesante no es palabra del día. La gente ensoñada camina casi dormida sin reparar en nada de lo que ve, sabiendo que es lo mismo, es sólo un domingo a la tarde y nadie se interesa mucho por lo que pueda ocurrir.
Desconectarse es la idea que resuena como un estribillo en cualquier lugar. Una tarde de descanso, despreocupación y banalidades. No puede decirse que la gente no esté feliz, porque lo está, o así parece. Conforme y feliz de llevar a sus hijos a conocer lugares que ya han visto mil veces. Adolescentes de negro, taxistas y cafishos cantan canciones desconocidas, mientras una vieja sale ofuscada de un local y los jóvenes vendedores, con lengua de víbora, se horrorizan ante la falta de modales de la pobre anciana. “No vuelvas por acá”, le dicen tranquilamente, y ella jura vengarse y se va a patalearle a su esposo de camisa a cuadros y pantaloncito celeste, que mira hacia abajo como pensando qué hice yo para merecer esto, y toma un trago tras otro de cerveza. “Bichi, anda a decirles algo. Esto no puede ser” dice ella apelando a la juventud de su esposo, juventud ya extinguida. “Qué les voy a decir, Aida. Vámonos ya” dice y tira la latita a un tacho de basura negro. Erdosain pasa, con la velocidad de un rayo y se pierde entre la gente. Lleva un trajo marrón raído y un cigarrillo apagado apretado entre los dientes. Parece ser el único cuerdo del lugar.
Al volver, agarramos la antigua calle Lavalle, calle venida a menos si las hay, donde hermosos edificios de departamentos u oficinas -vaya uno a saber- de color crema y techos azul oscuro, se erigen arriba, como paredes, cuando por lo bajo, donde caminamos, todo es mugre y oscuridad, negocios berretas y cines roñosos donde el calor parece aumentar, convirtiéndose en un pequeño infierno urbano y peatonal. Caminar hacia la avenida Nueve de Julio un día como hoy es una tarea de ciegos. Sólo vemos sombras acercándose a nosotros, ya que el suelo blanco brillando por el sol refleja hasta enceguecer cualquier mirada, alquitrán para las pupilas, que prefieren mirar hacia abajo y pensar en esquivar las sombras que caminan en dirección contraria. Y unos turistas maricones le sacan fotos a unos chicos que juegan entre la basura, y sería probable que la madre al verlos haciendo eso, se acerque corriendo como una loca adicta, y les exija un precio por el show que sus hijos les ofrecieron.
Es que Buenos Aires entera está en venta, hoy más que nunca. Carteles luminosos pretenden atraer billeteras negligentes, pero se estrellan ante la cautela occidental. Una cautela que cuando cae, los acerca como bichos al foco. Pero el foco esta cubierto del polvo más desagradable, y la ciudad entera, desde el ejecutivo más miserable hasta el mendigo más refinado, arma tretas para que se apiaden de ellos y les entregan monedas o billetes, según corresponda. Una ciudad que se va transformando en una copia berreta de sus gustos y costumbres. Y no somos nosotros quienes llevan a cabo esa transformación. Y nos son nuestros tristes políticos. Ningún poder tenemos y vamos a vestirnos de mono, mimo o puto si ellos así lo requieren. Ellos, los que nos transforman y deciden.
Las cuadras están siendo pintarrajeadas, algunas con apuro, otras sin ni siquiera eso, para acoger a la manada de hienas, vestidos de ovejas con anteojos, que aterrizan a cada hora en Ezeiza, y ni bien se han bajado del avión, uno de los nuestros está preparado para hacer de alfombra humana, exprimir su tajada de naranja correspondiente, e irse a su casa. Naranjas omnipotentes exigen ser tratadas como caballeros aunque se trate de lacayos, y solamente les darán al país lo único que tienen para ofrecernos: dólares, dólares, dólares. No más palabras.

Comentarios: [1]

Categoria: IMPRONTA URBANA

  • Martin Equi Andrizzi

    Es una fiesta leer esto!!! muy buena crónica, esperamos otra tuya campeón del futbol mundial!
    un abrazo grande y seguimos esperando con ansiedad la siguiente,
    Martín E. A.

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