Todo el mundo, en Londres, habla de la artista colombiana Doris Salcedo, quien fue elegida para realizar una instalación especial en el Turbine Hall de la Tate Modern, el museo de arte contemporáneo más grande y visitado del mundo.
Esta sala central, dedicada cada temporada a un artista de importancia mundial, incluyó exposiciones de creadores como Carsten Höllers, Louise Bourgeois, Olafur Eliasson o Rachel Whiteread.
Salcedo, de 49 años, y conocida por sus esculturas de muebles sutilmente pintados o adosados cuidadosamente en partes, además de emplear elementos como pelo humano o cemento, suele trabajar sobre la temática de la violencia en su Colombia natal.
En este sentido, en una entrevista dada al Financial Times la semana pasada, Salcedo sostuvo que le gusta trabajar y vivir en Bogotá, "donde nadie la visita".
Su obra, por el contrario, que sí ya es visitada por miles de personas en Londres, en la Tate Modern. Allí su obra fue especialmente comisionada para el Turbina Hall, un cavernoso espacio de 155 metros por 35, con una altura suficiente para albergar las turbinas que una vez funcionaron allí. La obra que le han comisionado es la octava de una serie auspiciada por Unilever, que inició la Tate con la escultora francesa Louise Bourgeois y que ha invitado a artistas como Juan Muñoz, Amish Kapoor, Carston Hoeller y otros tres igualmente reconocidos. La Serie Unilever ha dado lugar a "algunas de las esculturas más innovadoras y significativas de años recientes", dice la presentación de la galería. Esta invitación es una distinción muy importante y un reconocimiento a la obra y el talento de Doris Salcedo, reconocen los popes de las artes plásticas en Europa, destilando cierta admiración y envidia, al mismo tiempo.
Estuvo a punto de no aceptarla. Cuando le ofrecieron la posibilidad, le cuenta a Richard Cork para el artículo que apareció en el FT, "pensó que no quería hacerlo porque no le gustaba el espacio". "Porque tenía mucha carga y demasiadas historias: planta generadora de electricidad, edifico modernista, sitio capitalista. Y fue construido en 1947 en una época de doloroso cambio en la Gran Bretaña, cuando muchísimos trabajadores inmigrantes fueron traídos y se continuó de esa forma con las relaciones coloniales de amo/sirviente". Pero fue a conocer el sitio y le impresionó cómo el espacio abrumaba a la gente, de la misma manera que lo hacen las Pirámides o Hagia Sofía en Istanbul. Esto la motivó a pensar en una instalación que "negara completamente la altura del Turbine Hall". Ella desea añadir otra perspectiva, "la opuesta a elevación", y "establecer una relación entre Londres y el Tercer Mundo". "En Europa tienen todas estas columnas y arcos que conmemoran triunfos -le dice a Cork-, pero a mí me interesan más -¿cómo decirlo?- los derrotados. En el país de donde yo vengo tenemos ruinas, no solamente de edificios, sino vidas que han sido arruinadas. Odio la alta cultura de Europa, que se utiliza como una forma de racismo. Esta alta cultura está supuestamente amenazada ahora por burdos inmigrantes, pero se construyó con el trabajo de ¿dónde?" (¿de quiénes?).
En Turbine Hall, Salcedo está empeñada en "desbaratar" para que los espectadores puedan recuperar algo de esas vidas perdidas.
Su obra se propone "hacer regresar vidas humanas que fueron excluidas". Pero ella no se hace grandes ilusiones: "Por un lado, soy absurdamente ambiciosa; por el otro, me doy cuenta de que es en vano. La redención a través del arte no existe; es absurdo".
"Es una idea pretensiosa pensar que uno puede entender el mundo", agrega.
De esta obra que presenta ahora, en el Tate, concluye Salcedo y que eH! muestra a través de las fotos de la agencia AP, "espero que transmita toda la rabia que tengo en este momento por las injusticias que se viven en el mundo".