En este blog siempre estamos hablando de creación.
Creación de objetos, obras, circunstancias, de sociedades, de vida...
Y es justamente en estos dos últimos puntos, en el contexto del reciente terremoto que devastó a Chile, es que quería compartir este pensamiento de la periodista y académica chilena Cecilia García Huidobro, que hace una lectura más que profunda sobre lo que sus conciudadanos acaban de vivir trágicamente.
Valen dichas palabras también, me parece, para quienes vivimos en sociedades tan inestables que pareciera que terremotos de otra índole -política, económica, social- cada tanto nos envuelven y nos tira a cualquier parte.
Razona Cecilia:
"Habría que preguntarse cuanto de nuestra idiosincrasia tiene relación con el sorpresivo remezón al que nos somete la naturaleza. Como si nuestra sociedad también estuviera hecha de placas que cada tanto chocan entre sí y liberan abruptamente rasgos profundos de nuestra sociedad.
"Aunque la literatura ha sido más bien esquiva con el tema como señaló Alberto Fuguet, no son pocos los cronistas que han tenido una perspicaz mirada al respecto. Joaquín Edwards Bello luego de recordar a una emperifollada señora que una noche de temblor salió a la calle “exenta de todo decorado”, concluye que son lecciones de humanidad. “El terremoto devuelve a cada uno su valor real”.
En una crónica posterior agrega que “el chileno está transido en filosofía de temblores. De pronto brama la tierra y nos nivela en el hoyo”. Eduardo Anguita le atribuye a la fuerza telúrica responsabilidades en nuestros defectos y Luis Oyarzún va aún más lejos. “Los terremotos son también mentales, arrasan el subconsciente, lo abrazan y requiebran (…) La corteza terrestre en este país es delgada, quebradiza, inestable, como la cáscara de la conciencia. Esto es Chile, este contradictorio país.” Somos cambiantes pues “el color gris predominante, la opacidad, el sueño de marmota del que hablaba Vicuña Mackenna, el peso de la noche, son interrumpidos de cuando en cuando por los exabruptos de una geografía extravagante”, reflexiona Jorge Edwards. Pero de todos los cronistas, acaso Rafael Gumucio sea el más certero.
“Es difícil calcular hasta qué punto la espera de ese terremoto grande, de ese Apocalipsis, ha marcado la psicología nacional. Quizás se debe a ella nuestra incapacidad de contar una historia con comienzo, medio y fin. Para nosotros, el fin puede ocurrir en cualquier momento. El fin de cualquier historia lo encontramos en ese accidente que se traga sin lógicas ni patrón la casa y la parrilla y las sillas del jardín. (…) Ni nuestras convicciones ni nuestras revoluciones tienen raíces tan profundas, porque en lo profundo yace justamente la fuente de todas nuestras inestabilidades”.
¿Habrá que concluir que en el libro sagrado de la chilenidad en el principio no era el verbo sino que era el terremoto?