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Rodolfo Chávez
Editor Responsable
 
  18 » May 2009
La verdadera historia de los Sea Monkeys II
 


En 2003, escribí una nota titulada “La verdadera historia de los Sea Monkeys” que estuvo mucho tiempo sin salir pues tuve la mala suerte de no ser contemporáneo del editor. Desde entonces, esa nota navega por el universo digital. Y cada tanto, alguien asoma en la red y me pregunta sobre el tema: “¿puedes explicarme cómo hago para hacerte llegar el pago por los Sea Monkeys?, me consultó hace algunos años un colombiano desorientado. Lo peor es que mi nota intentaba demoler aquella farsa. No lo logré.
Supe, hace poco, que una mujer de Carmen de Patagones tiene una suerte de yacimiento de la artemia salina (ese es el nombre del crustáceo) y que la vende por toneladas como alimento para peces. En fin, como para ratificar que no hay armas que puedan contra la fantasia, ayer me escribió una productora televisiva que incluirá a los Sea Monkeys en un documental.
Les dejo el recuerdo de aquellos años también felices.

“La verdadera historia de los Sea Monkeys”

Recuerdo que todo el mundo hablaba de ellos, de los monos de agua que yo imaginaba verdes, como los marcianos. Como la tele y el diario eran en blanco y negro, había muchas imágenes de las que sólo podíamos imaginar los colores. Se iba el verano del "79, cuando los "Sea Monkeys" se adueñaron de todas las conversaciones aunque nadie podía garantizar con precisión de qué carajo se trataba ¿monos? ¿humanoides? ¿Peces? ó ¿una mezcla de todo ellos?
Un amigo y compañero de clase -Wálter- fue el primero en comprar el kit con los huevos y aireador. El pibe -que tenía once años, como yo- era de esos amigos que muchos querían tener. Contaba con una pista de autos eléctricos, mesa de ping pong, bicicleta de cross, pelota y aro de básquet, hermosas hermanas mayores y -fundamentalmente- la virtud de compartir, aunque no todo, claro.
Me acuerdo la emoción que sentí el día en que mi amigo me aseguró que de los 100 que tenía previsto que nazcan, diez o doce (ya nacidos y con capacidad para sostenerse por sí solos) serían míos. Los días que siguieron fueron largos y anchos; y mi panza estaba llena de unas cosquillas parecidas a las que se sienten antes de la primera cita. 
En el medio, mi tío Arturo había asegurado (nunca supe si lo decía en serio) que iba a comprar un sobre completo de "Sea Monkeys" (a 8.900 pesos con un dólar a 1.213) y que los iba criar en su bañera. Desde allí, del baño de su casa de soltero, iban a salir suficientes monitos para todos sus buenos sobrinos, una clasificación que yo entendía me era muy favorable. Temprano había desistido de insistir con mamá y papá sobre una compra particular, no tanto porque no hubiera explicado yo cuán importante era tener "Sea Monkey" sino por realidades elocuentes que no viene al caso detallar.
Así las cosas, toda la presión cayó sobre Wálter quien por esos días había hecho de las suyas y no podía recibirme en su casa donde -obvio- estaba la bendita pecera.
El tiempo se hizo pastoso y cada día antes de entrar a clase, Wálter demolía mis ilusiones. Decía que no pasaba nada, que los bichos no nacían y relataba que los huevos eran apenas partículas blancuzcas como granitos de sémola, hinchadas pero sin patas ni cabeza. 
Confieso que la demora me hizo dudar de los valores y códigos de amistad, aunque ya por entonces corrían versiones malintencionadas a partir de las cuales se debatía sobre la existencia o no los "Sea Monkeys". ¿Serían verdes o rosados? -me pregunto.
 Conservo nítido en la memoria el día en que Wálter llegó al aula y dijo que los huevos y el agua se habían ido por las cañerías, que eran todas mentiras y que ni él ni yo íbamos a tener jamás "Sea Monkeys", porque no existían. No pudo convencerme del todo, pero su estado de ánimo no daba para hacer muchas preguntas. El pibe era buena gente, pero tenía su carácter y además era el último de la fila.
 Recuerdo que mi primo Marcelo estaba también defraudado por el fin de la fantasía: hablamos largo y tendido sobre el tema. Estábamos desarmados, lo mismo que el tío Arturo. Fue por esa época que, con mi vecino de al lado (Andrés), iniciamos una sistemática y eficiente captura y cría de mojarritas.


 
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