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Diario Río Negro
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Rodolfo Chávez
Editor Responsable
 
  27 » Jul 2009
Alta rotación
  Fragmentos del Libro “Alta rotación, el trabajo precario de los jóvenes”
Autora: Laura Meradi

DETALLE
A lo largo de un año, Laura Meradi, una escritora de veinticinco años de edad, se propuso realizar trabajos poco calificados, mal pagos y en condiciones laborales precarias para vivir en carne propia lo que soportan a diario miles de jóvenes en la Argentina. Armó un curriculum acorde y en ningún momento les contó sus verdaderas intenciones a empleadores y compañeros, desempeñándose casi como una espía. Alta Rotación es la crónica de un sistema laboral perverso y enloquecedor y de jóvenes que rotan de un trabajo a otro escapando de su situación precaria. Gente joven que ingresa al mundo laboral desde el lugar menos envidiable y que sin embargo no pierde su capacidad para luchar, enojarse, seducir o llevar a cabo pequeñas venganzas contra el sistema.



Fragmento del capítulo “Las disponibles” del libro Alta rotación, el trabajo precario de los jóvenes (autora Laura Meradi)

A las doce del mediodía tengo entrevista en la otra agencia para vendedora del local de ropa para chicos. Camino hasta Corrientes, hago tiempo, encuentro el edificio y toco timbre.Entro a una oficina de varios metros cuadrados ubicada en un cuarto piso, con alfombra celeste. Frente a la puerta hay un mostrador amplio y una chica rubia que atiende a los postulantes. Detrás de ella, sobre la pared del fondo, un cartel con el nombre de la empresa: «Provee» y abajo, en letra chica, «personal temporario». «Provee» podría ser un nombre dedicado a los postulantes: la empresa provee empleo. Pero la letra chica es para sus clientes, otras empresas: «Provee personal temporario». Nadie, entonces, va a conseguir un trabajo fijo en una empresa que provee a otras empresas de personal temporario. Pero todos tenemos esperanzas, que son lo último que se pierde. Al costado del mostrador hay unas veinte sillas negras con pupitre. Casi todas las sillas están ocupadas por futuro personal temporario. Algunos esperan ser entrevistados para un call center, otros para un hipermercado, y casi todas las chicas esperamos para lo mismo: el local de ropa para chicos. Después de media hora aparece Andrea:
–Las chicas que están para el local de ropa para chicos, vengan por acá.
La seguimos ocho chicas de 20 a 25 años. Cuando abandonamos las sillas, la rubia que atiende el mostrador aparece con un Lisoform y desinfecta el lugar a medida que avanzamos y abandonamos la sala. Nos gatilla desinfectante en la espalda.
Entramos a otra sala, separada de la anterior por un tabique de durlock. Es una sala de tres paredes: en cada pared hay una hilera de sillas, y la cuarta pared la forma la entrevistadora, sentada en una única silla ubicada frente a nosotras. Nos sentamos
ocupando las hileras de las tres paredes, de modo que formamos un semicírculo y nos vemos la cara entre todas. Andrea nos cuenta brevemente de qué trata el trabajo: Cheeky está buscando refuerzos para la época de las fiestas. El trabajo sería del 10
de diciembre al 6 de enero; el turno de 36 horas semanales se paga 900 pesos, y el turno de 42 horas: 1063. El franco semanal puede caer de lunes a jueves: ni viernes, ni sábados ni domingos. Los fines de semana se trabaja obligatoriamente. Antes de
continuar con la entrevista, Andrea pregunta si tenemos alguna duda. Una chica, la más gordita y morocha del grupo, dice:
–¿Se puede elegir el turno de la mañana?
–No, eso lo ve la empresa. En general están buscando chicas
que se queden hasta las diez de la noche.
–Ah –dice la más gordita–, lo que pasa es que yo a las siete de la tarde entro a la facultad.
Para el 10 de diciembre seguramente nadie siga asistiendo a la facultad, pero Andrea no piensa en eso. Andrea está entrenada para captar futuros problemas, entonces dice:
–Bueno, entonces andáte ahora, así no perdés más tiempo.
La chica nos mira un segundo, como si alguna de nosotras fuera a decir algo. Después mira hacia el centro de su cuerpo, al ombligo, y dice:
–Bueno…
Se levanta de la silla, se estira la remera con las manos para taparse los rollos de la cintura y busca rápido en el piso su cartera. Mira a la nada, a un punto inexistente suspendido en el aire, y sale de la sala, desconcertada. La entrevista continúa. Andrea dice:
–Bueno, se ponen de a dos y se presentan entre sí. Después cada una me va a presentar a su compañera. Hay un murmullo general, algunas se ríen de los nervios. Pero nos ponemos de a dos inmediatamente. Andrea se va, nos deja solas mientras hacemos la tarea. Mi compañera se llama Laura como yo y tiene 22 años. Trabajó en McDonald’s mientras cursaba quinto año, en una almacén, en una remisería, en un Todo x dos pesos y como vigilante en Casa Cuna. Le pregunto por el estudio. Me dice que no, que no estudia, que le gustaría estudiar el profesorado de Letras pero que no le da el tiempo. Me cuenta que trabajó en Casa Cuna durante un año, de seis de la tarde a seis de la mañana, pero que el horario nocturno la estaba matando.
–Trabajaba doce horas diarias, pero lo bueno es que tenía el
franco fijo los domingos.
Le pregunto qué hacía ahí, qué era lo que tenía que vigilar.
–Y…, son todos chicos… No pueden entrar hombres al cuarto fuera de horario de visita, por ejemplo. Tienen que estar siempre con la mamá. A veces venía un padre borracho a las tres de la mañana y yo lo tenía que parar. Se enojaban, quizá se ponían violentos, pero yo tenía el teléfono ahí así que enseguida llamaba al policía de la puerta.
Vuelve Andrea y nos pide que empecemos, de derecha a izquierda.
La primera de la derecha, la primera en ingresar a la sala, la primera en seguir a la entrevistadora, la primera en sentarse junto a la cuarta pared, es la que empieza. Tiene el pelo corto y la cara endurecida, los hombros tensos y encorvados hacia adelante. Se acomoda en la silla antes de comenzar. Mira de reojo a su compañera y abre apenas la boca para decir:
–Ella tiene muchos problemas.
Su compañera la mira con miedo, le hace que no con la cabeza, que no diga así. Pero la chica de pelo corto saca la mirada de reojo de los ojos de miedo de su compañera y continúa, dirigiéndose a la entrevistadora:
–Ella estudia. Por eso tuvo problemas en sus experiencias anteriores. Porque estudia, entonces siempre terminaba renunciando. Después de que todas nos terminamos de presentar, Andrea se va. Hace algunas cuentas y vuelve. A las primeras que se lleva son a la chica de pelo corto y a su compañera. Al rato vuelve sin las chicas y se lleva otra más. Laura me mira, me acerca la boca al oído, dice:
–Son las que dijeron que estudiaban, ¿no?
Andrea vuelve al rato, otra vez sola. Nos dice que nosotras tres, las tres que sobrevivimos en ese decorado de durlock, somos las que pasamos a la próxima entrevista.

Fragmento del capítulo “Las disponibles” del libro Alta rotación, el trabajo precario de los jóvenes (autora Laura Meradi)

Caminamos por los interiores alfombrados de Cheeky hasta llegar a una sala de reuniones. Nos sentamos en una mesa redonda de madera. La entrevistadora nos pide los papeles: currículum vitae con foto, constancia de CUIT, título secundario, fotocopia
de primera y segunda hoja del documento. Nos dice:
–Bueno, se ponen de a dos y se presentan entre sí. Después
cada una me va a presentar a su compañera.
Es lo mismo que nos dijeron en la agencia: el mismo sistema de descarte. Mi compañera se llama Natalia. Terminó de dar las últimas materias de la secundaria la semana pasada, trabajó limpiando casas junto a su mamá y en un local de venta de celulares. Cuando le toca presentarme a mí, echa los ojos para atrás y dice que no se acuerda. La entrevistadora, entonces, me pregunta a mí: cuento que trabajé en un local de ropa durante un año, que dejé porque la dueña era amiga de mi hermana y quería buscar un trabajo que dependiera sólo de mí. Que entonces ahí me puse a trabajar en Italcred y después en el call center, pero que esas experiencias no me convencieron y quise volver a trabajar de vendedora de ropa, que es donde me siento cómoda. Me pregunta si estudio: le digo que alguna vez empecé Letras, pero que estudiar no es para mí. Me pregunta por mi disponibilidad horaria y le digo que es completa. Me pregunta con quién vivo: con mi hermano. De qué trabaja: en una gráfica. Me pregunta por mis padres y le digo que viven en zona sur. Ella es ama de casa y él es un trabajador. Después le toca el turno a las otras chicas. Me llama la atención que todas digan la verdad. Una chica que habla rapidísimo y sin parar dice que estudia periodismo deportivo, que está contenta porque se está por recibir, que trabajó en un cotillón pero que se fue porque la jefa estaba peleada con la encargada y el clima era muy tenso, que le encanta hablar, que es muy inquieta, que cuando en el cotillón no había nada para hacer ella se ponía nerviosa y acomodaba todo otra vez. La última en presentarse es la chica de ojos verdes. La presenta su compañera, y ella apenas añade, con timidez, algún detalle de su historia. Su compañera cuenta que la chica más linda de la mesa se llama Lucía, que está de novia hace cuatro años y que necesita trabajar para irse a vivir con su novio. Dice:
–Se quiere casar.
Y Lucía sonríe de vergüenza y dice:
–Bueno, no sé, alguna vez…
Su compañera continúa: Lucía tiene 20 años, nunca trabajó porque cuando terminó el colegio se puso a estudiar diseño de indumentaria, que es lo que le gusta. Pero tenía que viajar desde Quilmes hasta Ciudad Universitaria, mucho esfuerzo y mucha plata. Dejó la facultad y se anotó en un taller de corte y confección. Pero sus compañeras iban muy avanzadas y ella ni siquiera sabía hacer un molde. Dejó eso también. Se puso a buscar trabajo para irse a vivir con el novio y el año que viene, si dios quiere, va a empezar un terciario de diseño de moda en Quilmes. Veo la cara de la entrevistadora: no le interesa nada de la vida de Lucía. No le interesa que le cuente ni sobre su novio ni sobre los problemas del taller de corte y confección. Se hace la que la escucha, y en cuanto se hace un silencio nos dice:
–Bueno, una fortaleza y una debilidad.
Empieza por mí, digo:
–Una fortaleza, la sociabilidad. Una debilidad, que soy un poco ansiosa.
Cuando le toca definirse a Lucía, dice:
–Una fortaleza, la sinceridad. Una debilidad, la sinceridad.
Volvemos a cruzar los pasillos de alfombra y llegamos al hall. La chica sencilla llama a la segunda tanda. Cuando paso al lado de Rosario le digo:
–Chau, suerte.
Camino con Lucía hasta la Panamericana. Me dice:
–Qué suerte, a vos te van a tomar seguro porque tenés un montón de experiencia.
Me quedo callada un segundo, no sé qué decir:
–Bueno, es lógico, yo tengo cinco años más que vos.
–Sí, pero yo no sé cómo empezar.
Por un momento estoy a punto de decirle toda la verdad: que lo mío es todo una mentira. Pero me contengo y le digo:
–Inventáte alguna experiencia laboral, mentí.
–No puedo mentir, ¿no viste que dije que mi problema era ser demasiando sincera?
Mientras caminamos por Panamericana buscando la parada de colectivos, le doy las claves de todo lo que vengo observando obsesivamente. Le digo:
–Se aprende, ¿no tenés algún conocido que tenga un negocio? Mentí, decí que trabajaste ahí. Te aseguro que no están escuchando nada de lo que les decís. Sólo tienen antena para captar cuestiones problema, que son las que no tenés que nombrar. No digas que tenés problemas de horarios (eso lo arreglás después). No digas que tenés novio, porque ellos se imaginan que te vas a pelear todos los días y que vas a ir siempre deprimida a trabajar. Y punto número uno: no digas nunca que estudiás o que querés estudiar. Para ellos es un problema.


Fragmento del capítulo “Mystery Shopper”, del libro Alta Rotación, el trabajo precario de los jóvenes (autora Laura Meradi)

El lunes llego diez minutos tarde al McDonald’s de avenida Santa Fe. Un chico me lleva detrás del mostrador, bajamos una escalera y avanzamos por un túnel hasta un cuarto que queda al fondo. Es un sótano decorado como el aula de una escuela: pequeña y sin ventanas, llena de afiches de colores donde se anuncian las promociones del mes, los precios, cómo se hace cada hamburguesa. Contra la pared de la cartelera hay
una fila de seis mesas. Algo así como veinte chicos esperan que venga la gerenta para firmar el contrato. Me siento en una punta, frente a una chica que vino con la mamá. Entra Gabriela, la que nos tomó las dos primeras entrevistas. Nos señala con el dedo y dice:
–Vos cuántos años tenés.
–18…
–Acá. Vos cuántos años tenés.
–16…
–Acá. Vos cuántos años tenés.
–Yo tengo 26.
–Sí, ya sé. Me acuerdo de vos. Acá.
Nos divide por mayor y por menor de edad. Los mayores en las mesas de la derecha, los menores en las mesas de la izquierda. Reparte un sobre naranja con el logo de McDonald’s. Adentro hay tres libritos, también naranjas. Uno es gordo y dice Guía Crew División Sur de América Latina. Otro es un poco más delgado y dice: Normas generales de salud y seguridad División Sur de América Latina. El tercero es apenas un tríptico finito, y esa es la Guía Crew de Argentina. Gabriela nos pide que guardemos todo lo otro y nos quedemos sólo con el tríptico. Se hace la que lee y nos hace seguir la lectura con ella, pero lo tiene estudiado de memoria y pasa por encima de las palabras.
–Bueno, chicos. Ustedes a partir de ahora van a ser Crew. Esto es el Crew Room. Acá es donde van a tomarse los Crew Breaks. Hay un montón de jerga exclusiva de McDonald’s que ustedes van a ir aprendiéndose con el tiempo. Todos los Crew Room de todos los locales son absolutamente iguales. Acá es donde pueden descansar en el break. Si trabajan siete horas van a tener veinte minutos de descanso. Piden el break, comen, descansan y vuelven a subir. Si trabajan menos de seis horas no tienen break pero pueden venir un rato antes: se cambian, miran un poco de televisión, se lavan las manos y suben a fichar. Para fichar tienen que estar listos, con el uniforme puesto y completo. Ustedes pueden fichar hasta cinco minutos antes y cinco minutos después de su horario de entrada. Si fichan antes de los cinco minutos de entrada cuenta como tarde, y si fichan después de los cinco minutos, también. Los horarios los van a tener cada semana anunciados en la cartelera del Crew Room. Es muy importante que miren la cartelera porque no sólo van a estar sus horarios, sino las fichadas de entrada y salida, día por día. Si ustedes quieren pedir un día porque tienen
turno con el médico o un examen, lo tienen que anotar en el cuaderno de horarios mínimo con dos semanas de anticipación. El gerente evalúa el caso y les avisa si les da el día o no. El uniforme. El uniforme tiene que estar completo y siempre
limpio. La gorra, chicos. Es muy importante que cuiden la gorra. Si ustedes pierden la gorra, es un problema. Por qué. Porque ustedes no pueden salir al área de servicio sin la gorra. Entonces cuando vienen al break se sacan la gorra, la apoyan al costado de la mesa o la cuelgan del respaldo de la silla. Cuando vuelven al puesto, antes de salir del Crew Room, se vuelven a poner la gorra. Si se olvidan la gorra y alguien les roba
la gorra, están en problemas. Porque entonces vamos a tener que conseguirles otra gorra. Encontrarles una gorra nos puede llevar media hora y ustedes pierden el presentismo y esa media hora no se les va a pagar. Calzado. El calzado tiene que
ser antideslizante porque los chicos están continuamente pasando el lampazo y el piso siempre está mojado. Las medias tienen que ser de toalla. Las chicas tienen prohibido traer medias de lycra, porque ustedes van a estar constantemente caminando entre aceite hirviendo y si les salta una gota en la media de lycra les quema la pierna inmediatamente. La media de toalla absorbe más. Pantalón y camisa. Los bolsillos del pantalón y de la camisa están cosidos, chicos. Y están cosidos a propósito. No los pueden descoser ni hacer ningún otro bolsillo. Se los dan cosidos y ustedes los dejan cosidos. El pelo: las chicas siempre el pelo recogido en una cola o la clásica trenza larga, se la pasan por el agujero de la gorra. Los chicos con el pelo corto, las patillas no le pueden llegar más abajo del lóbulo de la oreja y el largo no puede tocar el cuello de la camisa. Accesorios: ni aros, ni pearcings ni collares ni anillos ni pulseras
porque ustedes van a estar en continuo contacto con la comida y se les puede caer un aro adentro. Las uñas cortas y limpias. Los chicos no pueden tener barba ni bigotes. Las chicas no pueden estar maquilladas. Si ustedes se pintan los labios o se ponen base en la cara con el calor se les va a empezar a derretir, y si se tocan con la mano van a enchastrarse toda la cara. La comida, chicos. Todo lo que coman tienen que anotarlo
en el Registro de Comida. Si trabajan de seis a siete horas les corresponde una hamburguesa grande, unas papas pequeñas y una gaseosa mediana. Si trabajan menos de seis horas: hamburguesa pequeña. Riesgos de trabajo. Ustedes se queman, se
caen, se cortan o se les cae algo encima e inmediatamente tienen que avisar al gerente de turno. El gerente va a evaluar el caso y va a llamar a la Aseguradora de Riesgos de Trabajo. La aseguradora les va a pedir que se trasladen a la sala de emergencias
que casi siempre es la misma donde se hicieron los estudios para ingresar. Se van hasta allá, los revisan, si no tienen nada los vuelven a mandar y si no los mandan a su casa con un certificado de reposo que ustedes van a tener que entregar al gerente cuando se reincorporen a trabajar. El día no se les va a descontar, pero tengan en cuenta que van a perder el presentismo. Lo mismo si les sucede algo cuando están llegando a sus
casas. La aseguradora cubre accidentes In itinere. Esto quiere decir que si ustedes salen de McDonald’s, se toman un colectivo hasta Scalabrini Ortiz y de ahí otro colectivo hasta Munro, y cuando van en el colectivo que va de Munro hasta su casa se
caen y se rompen un pie, tienen que llamar inmediatamente a la aseguradora y la aseguradora de riesgos de trabajo se los va a cubrir. Pero si ustedes salen de McDonald’s, se toman un colectivo hasta Scalabrini Ortiz y antes de tomarse el que va a
Munro se juntan con un amigo a comer una pizza, y después se toman el otro colectivo hasta sus casas y ahí se caen y se rompen un pie, la aseguradora no se los va a cubrir. Porque el seguro se corta en el momento en que ustedes detienen o alteran
por alguna causa el itinerario del trabajo hacia sus casas. Días y formas de pago. A ustedes les van a pagar por quincena, chicos. Y van a estar cobrando el cuarto día hábil siguiente al cierre de la quincena. Es decir, si ustedes tienen que cobrar la primera quincena del mes, y el día 15 cae jueves, ustedes van a estar cobrando recién el miércoles de la otra semana, porque el sábado y domingo cuentan como días no hábiles
aunque los hayan trabajado. ¿Tienen alguna pregunta?


Fragmento del capítulo “Mystery Shopper”, del libro Alta Rotación, el trabajo precario de los jóvenes (autora Laura Meradi)

–Laura –me gritan–, llegó Carda.
Media hora antes de que termine mi turno llega el proveedor de McCafé. Miles de cajas con tortas, brownies, tostados y muffins sobre el mostrador de McDonald’s.
–¿Y con esto qué hago?
–Tenés que acomodar todas las cajas en Ushuaia*. Apuráte, sacáme rápido esto de acá.
Voy y vengo mil veces, con la campera de peluche, cargando cajas de tortas congeladas que me tapan la vista. Acomodo en Ushuaia como puedo. Me voy colgando de los estantes y voy metiendo cajas en los huecos que aparecen de pronto. Me duelen las manos, la nariz, se me empiezan a congelar los ojos. Acomodo veinte cajas que deben sumar más de 50 kilos entre los estantes que ya están repletos de cajas, a diez grados bajo cero de temperatura. Tengo que terminar la tarea asignada antes de congelarme. Es de vida o muerte. Tengo un tiempo de vida útil, como las tortas. Me cuelgo como un mono, voy y vengo del estante al piso para recoger las cajas y para hacerlo urgente, porque cuanto más rápido lo haga más rápido salgo de ahí. Me quedo afuera, un segundo, restregándome las manos en el pantalón. Camila grita:
–Verónica, llegó Cliba.
Y cuando voy a la puerta a ayudar a Lucía con las bolsas, Camila me frena:
–Esperá, cuando saquen todas las bolsas dales esto.
Después de que entran miles de manos por debajo de la cortina arrasando con las bolsas de basura, le entrego a los de Cliba dos gaseosas y cuatro hamburguesas. Siempre, todas las noches, se preparan dos gaseosas y cuatro hamburguesas para los de Cliba. Para que no pidan. Estamos agachados, mirándonos apenas por debajo de la cortina. El hombre no quiere agarrar el sorbete con el guante con el que junta toda la basura de la ciudad, y nos quedamos unos segundos así, intentando pasarnos la posta de mano en mano. Alguien me pide algo de comer por debajo de la cortina, se agacha para hablarme. Lucía me dice:
–No, cerrá.
Me pongo nerviosa porque el hombre sigue pidiéndome, se lleva la mano vacía y sucia a la boca, por si no lo escucho, para que lo entienda con un gesto. Lucía me dice que no, que cierre, como si fuera peligroso. Yo quiero pararme rápido para cerrar
la cortina pero me caigo de culo a la grasa. Me doblo las muñecas y me golpeo las rodillas. Lucía trata de alzarme por la espalda, rodeándome la cintura con los brazos, como si fuera una bolsa. Efectivamente me levanta, me separa unos centímetros del piso, pero mis pies caminan en falso rozando la grasa del piso y vuelvo a caer, de boca. El hombre aprovecha el contacto visual que hacemos por debajo de la cortina y me vuelve a hacer el gesto de la mano vacía yendo hacia la boca abierta, también vacía. Me arrastro unos metros hasta la isla. Me sujeto con fuerza de la máquina de helados hasta que logro levantarme, dolorida. El hombre que me miraba por debajo de la cortina también se para y me mira por la ventana. Repite el gesto, mueve los labios, dice que quiere comer. La miro a Lucía, le pregunto:
–¿Se puede?
Ella me hace que no con la cabeza. No me lo dice con maldad, lo dice con tristeza. Yo miro al hombre. Le hago que no, moviendo la cabeza, imitando el gesto de tristeza de Lucía, y sin soltarme de la máquina de helados, temblando todavía, atravieso la isla con un brazo hasta alcanzar el botón rojo. Aprieto y la cortina metálica empieza a bajar. Lento, tan lento que todos los hombres que están del otro lado alcanzarían a entrar y quedar con nosotros encerrados del lado de la comida. Pero no entran. Algo se los impide. La cortina cierra y adentro sólo quedamos Lucía, Adrián, Sebastián, Verónica y yo. Verónica está encargada de todo el local. Encerrada en el pequeño cuarto de gerencia cuenta la plata que se recaudó en el día.

*Usuhaia: nombre que con el que se conoce en McDonald´s a la cámara congeladora.
 
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