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Pensaba en las cosas importantes de la vida y en el día de los padres, y recordé una escena que no deja de conmoverme.
El semáforo saltaba a verde cuando los bocinazos robaron mi atención. Eran un auto nuevo que a toda marcha cruzaba ya en rojo frente a mis narices. Manejaba una mujer que sólo miraba hacia delante. Rápido muy rápido. Pero lo que todavía me sacude no es el miedo por incidente de tránsito sino la imagen inmediata: la del hombre que iba al lado de la mujer desaforada. El tipo iba con medio cuerpo afuera, sosteniendo a un niño (de uno, de dos años…) que vomitaba y vomitaba, espantando por los flujos, la velocidad y el frío de aquella tarde. Su papá gritaba espantado como explicando porque hacían lo que hacían y preocupado porque el vómito fuera bien lejos del auto. Iban, seguro, a la guardia del hospital, a una cuadra de aquella esquina. Han pasado algunos años pero no puedo olvidar aquellos rostros: el del niño aterrorizado y el de sus padres espantados que, de seguro, habrían hecho un tremendo esfuerzo para comprar aquel precioso auto familiar. |
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