Domingo 26 de octubre de 2003

Hemingway volvió a su bar preferido

"Sírveme un daiquiri", dice el escritor desde el bronce.

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La estatua en bronce del autor de "El viejo y el mar" sentada en la barra, es obra del artista José Villa Soberón.

LA HABANA (DPA y Redacción Central).- Con la instalación de una escultura tamaño natural, el novelista estadounidense Ernest Hemingway regresó ayer a sentarse en el bar "Floridita" de La Habana, uno de sus lugares preferidos donde acostumbraba a degustar el famoso daiquiri.

La estatua en bronce del autor de "El viejo y el mar" sentada en la barra, obra del artista José Villa Soberón, es un nuevo atractivo para los visitantes del bar-restaurante donde Hemingway solía pasar muchas horas hasta su muerte en 1961.

La escultura, de 1,70 metros de altura y unos 300 kilos, muestra a Hemingway, vestido informalmente y con sandalias, en su postura habitual, como lo recuerdan antiguos empleados del inmueble, situado en el centro histórico de La Habana.

"Queremos que esté aquí siempre, como a él le gustaba, en el lugar dónde él se sentaba en la barra del bar", dijo a la prensa Katiuska Criado, responsable de relaciones públicas del legendario "Floridita", que abrió sus puertas en 1817 con el nombre de "La piña de plata".

El autor de "¿Por quién doblan las campanas?" frecuentemente ingería en el "Floridita" el trago bautizado como daiquiri, una mezcla de ron, limón, marrasquino, azúcar y hielo triturado, así como el mojito, otra famosa bebida cubana con los mismos componentes y una rama de hierbabuena, en la cercana "Bodeguita del Medio".

El remozado "Floridita" es uno de los lugares donde acuden obligadamente los seguidores de Hemingway, junto con la finca "Vigía", su residencia en las afueras de La Habana, actualmente un museo, y donde se hospedaron sus amigos Ava Gardner y Gary Cooper.

El mítico periodista y autor es "tironeado" a la hora de los homenajes, por los cubanos y por los norteamericanos. En la margen opuesta de Cuba, en la península de Key West, o "Cayo Hueso" como prefieren llamarla los latinos, Hemingway tiene otro "santuario".

En esa pintoresca aldea donde motoqueros se cruzan con pescadores de red que podrían ser el Harry Morgan de su cuento "Tener y no tener", se conserva su casa de madera, de fiel estilo sureño, y los dos bares -uno más "under" y otro "made for tourists"- cuyos mostradores gastó con su codo.

Hemingway integra la "generación perdida"artistas autodenominados así por haberles tocado crear entre las dos guerras, en una "cima del mundo" que compartían Estados Unidos y Europa, cuando se debatían ambos entre la arrogancia cultural, la crisis económica y las contradicciones políticas.

Enamoradizo, alcohólico, escéptico tanto frente a la violencia de la guerra como a la seducción de la propia muerte, amante de las corridas de toros y de la cacería, Hemingway fue maestro de maestros, tanto en la literatura como en el periodismo Y ahora lucirá, acodado a perpetuidad, pero más sereno y formal de lo que fue en vida.

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