Domingo 12 de octubre de 2003

Historias patagónicas

Arribo de interventores y una semblanza digna

Entre el abundante material sobre la intervención al Neuquén de hace un siglo, ningún perfil es más sugerente que el del secretario de la comisión.

Por Francisco N. Juárez
fnjuarez@interlink.com.ar

Ante la inminente llegada de a caballo de los interventores a Chos Malal, por lo que el gobierno jaqueado de Juan I. Alsina despachó -dos jornadas antes de su arribo- al comisario Abel Chaneton para salirles al encuentro a fin de conseguir indulgencias para el elenco oficial, según creyeron los corresponsales de los diarios capitalinos de la oposición-, es que el vecindario contrario al oficialismo aceleró el recibimiento. Los acuciaba el preparativo del gobernador y los suyos para marchar hacia el río Neuquén a esperar la comitiva y se reunieron “buscando medios de locomoción”, como contó el corresponsal del Tribuna de Buenos Aires.
Ese diario del miércoles 22 de abril señaló que “el corresponsal de El País (por Adolfo L. Dachary, ya montado en su caballo) acompaña a los representantes más fuertes de plaza, Enrique Dewey e hijos, Salvador C. Trotta, Andrés Basabe (estos dos últimos denunciantes de los atropellos gubernamentales) y numerosas personas de significación...”.

Gallardo funcionario

El encuentro de los interventores con estas delegaciones en pugna, la invitación a que treparan a sendos carruajes para aliviarles el último tramo hasta Chos Malal y los vítores de los vecinos esperanzados, fueron descriptas en casi todas las crónicas de la época. Dachary dejó testimonio de su saludo -a nombre del diario porteño El País- al ingeniero Carlos E. Gallardo y su secretario Alejando Ghigliani. Pero fue el corresponsal del Tribuna el que consiguió la primera entrevista a Gallardo apenas dejó su cabalgadura. Tras saludarlo y pedirle sus impresiones de viaje, el enviado del Poder Ejecutivo accedió “con galantería” y le presentó al secretario. Fue consultado por la demora (más de 15 días desde que llegó a la estación Neuquén) y respondió la enumeración de tareas: recibir denuncias, “ponerlas en la altura que cuadra”, además de las indagaciones y recorridas en larga gira.
“¿No se alojará Ud. en el único hotel de la localidad?”, preguntó el hombre del Tribuna. “No...”, le contestó Gallardo “...pues se han preparado habitaciones por la gobernación”. Lo que cuestionó, susceptible, el periodista: “Pero si a una de las piezas del edificio se ha trasladado a un alto empleado cuya presencia no dará libertad al vecindario para exponer sus quejas...”. Ya veré, lo interrumpió el interventor, quien explicó más categórico: “Mis deseos son que haya la más perfecta libertad para que el pueblo exponga sus quejas, que sepan que si en medio de la plaza hubiese podido instalarme, así lo hubiera hecho”. A otra andanada de preguntas, Gallardo acudió “en nombre del patriotismo que inspira mis actos”, sobreponer el interés general al individual, y que las instrucciones que el Ministerio del Interior -a la que aludía el decreto interventor sin revelarlas-, se verían aparecer a medida que fuera necesario. El hombre del Tribuna quiso saber si no le había parecido largo el camino por Las Lajas, porque la correspondencia debiera utilizar el otro por Añelo, y ¿cuánto tiempo duraría sus indagaciones en el lugar?. Gallardo dijo que debía ser habilitado el viejo camino y estimó 15 días “o lo que fuera necesario” para su misión.
¿Y el secretario?, preguntó el periodista. “Es el que le he presentado. Un distinguido caballero -contestó Gallardo- que pertenece a la redacción de El Tiempo...que abandonó inmediatamente que fue designado como tal”. El reportaje siguió pero no pudo extenderse porque el gobernador Alsina aguardaba impaciente con sus empleados saludar a Gallardo junto al río.
El Tribuna del jueves 23 de abril incluye otro breve encuentro del mismo corresponsal. “Ayer por la tarde visité en su despacho al distinguido secretario Ghigliani, quien después de haberme enseñado la situación y distribución de sus instalaciones completamente independientes de la presencia de elementos extraños, me mostró un ejemplar del aviso que dirigirá al vecindario...”

Del arte y de la ética

Como de los comisionados y empleados llegados con la intervención, Ghigliani resultará el de personalidad que más simpatía despertó, quizás convenga detenerse -la intervención y sus secuelas demandará mucha y tinta impresa- para completar su semblanza.
En medio de tanta puja entre diarios y periódicos opositores, oficialistas y contemporizadores, conviene aclarar que Ghigliani no pertenecía a la llamada prensa opositora. Era -como iba a reconocerlo Gallardo al final de su gestión-, un hombre eficaz, indagador filoso y apropiado para la tarea. Tenía una personalidad ética y a la vez artística. En cuanto a lo ético: en el Primer Congreso de la Prensa reunido en Buenos Aires disertó sobre “La moralidad en la noticia” (publicado como folleto, ficha 48317 de la Biblioteca Nacional, pero hoy inhallable). Por aquella conferencia es que Estanislao E. Zeballos calificó al aludido congreso como “una cátedra de moral pública”. Y en alusión a su faz artística: desde 1893 trabó en la secretaría de la Sociedad Estímulo de las Bellas Artes, fue profesor de historia del arte en la Academia Nacional de Bellas Artes, de la que fue secretario, y pocos días antes de morir -el 21 de setiembre de 1913- la última tormenta de su larga enfermedad obligó a suspender la conferencia sobre Leonardo Da Vinci que debía dar en el Colegio Nacional Central.
Seguramente hoy se lo calificaría de progresista, pero de amistad con grandes personalidades de diferentes calidades ideológicas. Roca, un conservador nato, lo recibía casi todas las mañanas en su casa de la calle San Martín. También había ganado la confianza del liberal Pellegrini. Fue muy amigo de Alfredo Palacios -socialista-, de José Ingenieros, que no ocultaba su simpatía por el anarquismo, y también de Lugones, aunque Ghigliani murió en 1913 y se alivió en desconocer el viraje ideológico que luego hizo el escritor hacia el nacionalsocialismo germano.
No mucho se sabe de la vida íntima de Alejandro Ghigliani y sólo se conserva una esquela en verso etéreo que le envió Alfonsina Storni (y conserva el Dr. Eduardo Ghigliani, nieto que también guarda otra misiva remitida por José Ingenieros). No queda más correspondencia entre el periodista Alejandro y la poetisa Alfonsina, y sólo la casualidad, o quizás la evocación amistosa, que hizo que esa valiente madre soltera, llamara a su hijo, precisamente, Alejandro.

Historias circulares

Alejandro Ghigliani había nacido en Corrientes, donde quedó huérfano. Era el mayor de 6 hermanos de los que se hizo cargo: Jacinto, Inocencio, Juan, Pedro y Zulema. Desembarcó con unas tías en Buenos Aires, donde alguna vez -no hay precisiones- se enamoró definitivamente de Digna Bautista.
Y si su paso sacrificado y laborioso por el Neuquén fue breve, también resultó eficaz y a la vez proporcional a su breve, trágica vida. Es que de su matrimonio con Digna, debió llorar la brevedad aún más dolorosa del primogénito de ambos.
El colega de El Tiempo que escribió el extenso obituario a la muerte de Ghigliani (publicado en tapa) recordó sus palabras a la muerte de aquel infante: “Me siento materialmente solo en la tierra” se resignó. Pero se repuso ya que era de una pasta noble: “..lo respetábamos porque era honrado, abierto y franco, laborioso, culto, inteligente, artista, intelectual, valeroso”, también “por el amor que poseía hacia los suyos, su matrimonio...que lo consagró al amor”. Y fue premiado: llegaron dos hijos más, Alejandro y Digna. Ignoró, claro que Eduardo, un hijo de su vástago Alejandro, tomaría, varias décadas después, el camino al Neuquén: el hoy lugareño Dr. Eduardo Ghigliani.
(Continuará)

Curiosidades

• Huracán contra tinglados y ovejas. Una tormenta de viento y granizo en Puerto Coyle, Santa Cruz, voló a 165 metros -el 11 de octubre del año 3- galpones particulares del jefe de correos contiguos a su oficina.
Era tiempo de procreación de las ovejas y ya llegaban esquiladores del Norte para esa zafra.
• Hospital, lluvia y piedra. El 12 de octubre de hace un siglo, a las 5 de la tarde, se colocó la piedra fundamental del hospital de Rawson, Chubut. La ceremonia se cumplió a pesar de la lluvia.
Los vecinos, empapados, escucharon el discurso del gobernador Julio B. Lezana, que con su esposa apadrinaron el acto (según La Prensa del día siguiente).
• Hervores rionegrinos. El 15 de octubre de 1903 señaló La Prensa, que el día anterior a los vecinos de Buena Parada, Antonio P. Araujo y Eugenio Burnichón, se les negó permiso para un “meeting de protesta contra las autoridades judiciales” porque las quejas contra aquellas las resolvería el gobernador, con justicia. Se connotaba la negativa a raíz del asalto a la sede municipal consumado por los vecinos pocos días antes (algo que merece evocarse).
• Un cuñado a los tiros. Entre las preferencias del vespertino porteño El Diario, no solo estaba la Patagonia, sino que contaba con la buena pluma de Clemente Onelli. Estaba dirigido por los fervores un tanto apasionados y sonoramente patrióticos de Manuel Lainez.
Lo que publicó El País sobre este personaje, el 17 de octubre de 1903, es para biógrafos desenfadados. Señaló que el día anterior, “poco después de las 16, en que Manuel Lainez había entrado a la imprenta de El Diario, fue atacado de 5 tiros por su hermano político Norberto de la Riestra”.
• Juzgado acéfalo. Para mediados de octubre de hace un siglo seguía acéfalo el juzgado letrado de Río Negro por jubilación del Dr. Lamarque. El despacho era atendido por el fiscal Alejandro M. Riaño.
• ¿En octubre llega Winter? Los rumores en esta semana de hace un siglo sostenían que Roca alejaría al ministro de la Guerra coronel Ricchieri -dándole el generalato por consuelo- y pensaba reemplazarlo por el general Winter (de las pasadas campañas con el general presidente).

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