Domingo 19 de octubre de 2003

Soñando a Jaime

Quizás Borges tenía razón. Las personas se sueñan a sí mismas y son soñadas por otros, en ficciones que son tan ciertas como la realidad. Al cabo no se sabe cuál es una y cuál es otra.

Tal vez algunas personas sean producto de sueños que nadie quiere soñar, o de realidades que se prefiere imaginar como fantasías. Siempre ajenas y confusas.

A propósito: Jaime Escobar está muerto.

Un cuchillo Tramontina le cercenó la garganta, siguiendo el trazo de una mano sin titubeos a pesar del alcohol que, dicen los que investigan, llevaba en la sangre.

Es posible, aunque improbable, que el propio Jaime Escobar no haya soñado ese final. Quizás Jaime tuvo otros sueños de sí mismo, acaso como padre retornando a una casa que por fin le fuese propia, después de una jornada de trabajo que por fin le fuese estable.

Quizás se soñó feliz a pesar de una vida empeñada en marginarlo, en reducirle el horizonte a la búsqueda de changas, por suerte escrita e inevitable o por rumbo elegido y equivocado.

Quizás, los pocos que se le acercaron desde pibe para ofrecerle una salida sin olor a pegamento, ni gusto a vino ni a birra, hayan soñado a otro Jaime, no al de la agonía entre paredes de cantoneras, en una calle ciega de la casi siempre calma Villa Paúr. Aquí, en la casi siempre calma San Martín de los Andes.

Quizás, el artista plástico Aníbal Cedrón no haya soñado el último estertor de Jaime, cuando capturó su rostro en el lienzo.

Fue hace cuatro años, como parte de una creación colectiva junto con jóvenes sanmartinenses plenos de problemas, pero empeñados en arrebatarle un momento llano a la vida; algo que valiera la pena entre tanta sinrazón.

No en vano el título de la obra era "Los pájaros de la utopía". No en vano Jaime estaba allí, pincel en mano y corazón en ristre.

Acaso sus compañeros de aquel "Proyecto Unido" tampoco soñaran que el ángel desalado de los sinsuerte le soltaría la mano a su compinche; antes de cumplir los 23.

Jaime Escobar está muerto.

Es posible que nadie en San Martín de los Andes haya soñado a Jaime escupiendo el último aliento, atragantado con sus propios fluidos.

Pero es probable que casi todos le neguemos los sueños a un Jaime entre tantos, cada vez que un pibe aspira de una bolsa para cocinarse el cerebro, en medio de la indiferencia general.

Quizás nuestro tranquilizador sueño colectivo de no soñar a los Jaime, ayude a que los Jaime sean realidad.

Y que sus sueños, los que se sueñan despiertos con el estómago vacío, terminen en el triste lugar común del desamparo.

Jaime Escobar está muerto.

Murió por alguna tontería, por una discusión vana que nunca debió ser; en una casa plantada en una toma ilegal a la que quizá nunca debió ir, para beber de una botella que nunca debió empinar.

Como vaticinó Warhol, hasta Jaime tuvo sus 15 minutos de fama; sólo que fueron los últimos.

Las crónicas policiales de la semana le hicieron ese favor.

Y a nosotros también.

Porque ahora Jaime será un título más en un universo de letras.

Un conjuro, por ignorado, para las miserias que están a la vuelta de la esquina.

Un asunto que por pocos días no merecerá más que algún comentario ocasional.

Un crimen que tendrá proceso y probablemente condena, y un expediente que irá a archivo para memoria de nadie.

Con el tiempo, un recuerdo vago y pueblerino de una pelea entre "malandras".

Fernando Bravo

rionegro@smandes.com.ar

 

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