Martes 28 de octubre de 2003
 

Tango y realidad histórica

 

Por Osvaldo Pellín

  La moderna discografía del tango muestra un sesgo que revela un compromiso con la historia. La Argentina hace mucho que en el sentir de sus poetas muestra una realidad desgarradora.
Si eslabonamos aquellos tangos que de una manera u otra son exponentes de crítica social, podemos iniciar la lista con Cambalache, de Discépolo. Se escribió en 1935, especialmente para una película de Libertad Lamarque que se llamaría ‘El alma del bandoneón’.
Seguramente seguido y precedido por otros de temática parecida, Cambalache marca un hito que cada época aplica a su propio acontecer, acentuando su crudeza con más o menos oportunidad. Discépolo se refiere a la violación y olvido de los valores a que el siglo veinte nos llevó. Si bien su temática que hoy llamaríamos “globalizadora”, para todo el que lo cantó o memorizó terminó aplicándolo a nuestra realidad inmediata, de corte nacional. Fue la metáfora más frecuentemente utilizada por la inmensa mayoría de los argentinos.
Después rememoró “Bronca”, de Battistella y Rivero, “qué ‘tapa’ que nos metió el año sesenta y dos”, prohibido por la dictadura de entonces, que inmortalizaron Pugliese y Rivero, cada uno por su lado. El peronismo proscrito se expresaba en un tango que hablaba de nuestros males sociales y políticos, como que allí se preguntaba, “¿qué pasa en este país que nos vinimos tan abajo?” Año 1962.
Otro eslabón que señalo con un criterio absolutamente personal, que no quiere ignorar otras cadenas igualmente ilustrativas, es el de Eladia Blázquez, que parodiando eslógans venerados en los ’90, demasiado fresco aún, compone, “Argentina , Primer Mundo”. Dice colmada por la indignación y la impotencia, “Todo el mundo está en el oro,/dado vuelta de la nuca,/nos vendieron hasta el loro, la altivez, la dignidad./No terminan de asombrarnos, y es tan grande el desatino/que a la leche y hasta el vino/hoy por hoy, le tenés que desconfiar”. Aquí la nota está puesta antes que nada en la corrupción.
De una época algo anterior es “Septiembre del 88” de Cacho Castaña, donde se insiste a partir de un hecho que rebasa la capacidad de sorpresa e indignación general, en una decadencia que no termina de concluir. Entonces fue la decepción democrática.
La Argentina tiene en sus poetas populares de todos los géneros, no sólo en el tango, aunque éste sea el más emblemático, una mirada crítica en que el desengaño entre lo esperado y lo realmente vivido es siempre una novedad indeseable. Omnipresente. Un parasitismo anímico que aparece como incurable. Dolor por el olvido de los valores morales, la proscripción política, la corrupción impune y el desencanto democrático, componen una temática del sufrimiento colectivo, pero alejada de la resignación.
Es una verdad que supera a cualquier otra, aun la de las cosas buenas que nos pasan, siempre más efímeras y que valen menos la pena que la crudeza inolvidable de nuestros defectos como sociedad.
Cabe preguntarse entonces si ese designio histórico es sólo responsabilidad exclusiva de quienes han aparentado, ahora lo sabemos, detentar el poder político, que han hecho menos que lo prometieron a tono con su propia impotencia o su propia venalidad.
A propósito, en estos días hace cuarenta años en que el único profesional médico que llegó a la primera magistratura del país, don Arturo Illia, marcó también uno de los tantos hitos de arrepentimiento histórico que tenemos los argentinos, la injusticia de su derrocamiento. Sus logros, hoy reconocidos por casi todos, no fueron suficientes para entonar las expectativas de una sociedad. Una vez más los grupos de poder, los que están detrás de las representaciones políticas, pudieron más. Corporaciones sindicales, militares e industriales de corte monopólico determinaron su caída. El pueblo estuvo ausente aquella noche en que ese presidente salió de la Casa de Gobierno, solo, tratando de faccioso al general que lo desalojaba, se quedó en el país y prescindió de todo vehículo oficial para volverse a su casa. Simplemente se tomó un taxi. No fue una multitud, fue un solo hombre, un compatriota, el actor de ese gesto de grandeza.
Está claro que es ese espíritu, nada indiferente, el que inspiró las letras de aquellos tangos. La dignidad argentina está tan vigente, como las fuerzas que intentan corroerla.
     
     
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