Martes 28 de octubre de 2003
 

Una aproximación del estado actual de las asambleas

 

Por Gabriel Rafart

  La situación actual nos devela la existencia de un significativo reflujo de los movimientos sociales y de las acciones colectivas o, al menos, un compás de espera dialogal entre éstos mismos y el Estado. Por ello, resultaría sugestivo pensar y escribir al calor de los acontecimientos. Y no sólo eso, también nos permite reflejar las posibilidades reales de una situación, sin mediaciones especulativas o elaborativas que vayan en dirección a las respuestas buscadas. Asimismo, podríamos reflexionar en torno de nuestros posibles y de nuestros imposibles. Una forma de superar el reflujo será enriqueciendo los espacios asamblearios con el aporte de otros movimientos sumidos en una crisis que no está del todo cerrada y que históricamente han tenido una relevancia sustancial en la confrontación capital-trabajo.
Lo que seguramente, a nuestro entender, es importante soslayar el retrato y la fotografía de lo que en un momento fuimos. Esta misma es una imagen fija y detenida. Ahora pasamos a ser una película, ya que nos vemos en movimiento.
En la escenografía activista, los hechos se configuran en relato a partir de las interpretaciones que de ellos se hacen. No existe, por lo tanto, una sola verdad certificada y centralizada en manos de unos pocos sino tantas miradas como integrantes haya en una asamblea.
En sus orígenes, la potencia de las mismas radicó en la posibilidad de irrumpir subjetividades que ya venían experimentando en ámbitos nuevos y viejos, así como emerger otras modalidades de sociabilidad. En ellas confluyen memorias y continuidades de protestas precedentes e, incluso, de pérdidas y derrotas.
Es posible que lo que hayamos logrado fueran rupturas, que como toda ruptura genera vacíos, incertidumbres, acontecimientos sin discursos y discursos sin acontecimientos. Cabría pensar que en sus orígenes las asambleas se singularizaron por un estilo de intervención pública impugnativo y destituyente, aunque con su transitar no siempre lograron armar algún tipo de ordenamiento instituyente. Al disolverse la proyección de inmediatez simbolizada en el lema paradigmático “Que se vayan todos y que no quede uno solo”, somos conscientes de que nuestra posición ya no es la misma.
A raíz del proceso de articulación y coalición que llevamos muchas de nosotras con otros frentes y espacios autogestivos, apareció entonces el interés por redefinir su nueva identidad.
Asimismo, después de la revuelta del 19 y 20 de diciembre del 2001, configuramos un imaginario al pensarnos que estábamos organizándonos por fuera del sistema político. De tal modo, creíamos en nuestro potencial y supusimos que íbamos a llevar a cabo el cambio junto con el desplazamiento del régimen. Por eso, cuando se logró desde el poder la restauración del orden hegemónico y la intervención institucional en la mediación de los conflictos sociales, quedamos paralizadas y retraídas. Se hizo presente un deseo colectivo de Estado, resignificado por las expectativas de muchos sectores que no pudieron asumir un compromiso político a través de la participación en un clima de democracia directa. Tal vez, porque el camino de lucha que se planteaba carecía de métodos tradicionales o de resultados certeros. Pero el reflujo no puede de manera alguna negar el recorrido. No es casual, entonces, que en el intento por garantizarse una legitimidad y gobernabilidad prácticamente nulas, el Estado haya tenido que apropiarse de gran parte de nuestros reclamos, al institucionalizarlos y despojándolos de su verdadero significado y construcción de sentido inicial.
Ello provocó que las lógicas del sistema representativo ocuparan el eje central de la confrontación política, con la agravante del reflujo de la participación en la calle. Es simple observar el tiempo que se invirtió en discutir sobre los escrutinios de Buenos Aires.
¿Es posible pensar que nuestro futuro como espacio autogestivo depende sólo de dichos resultados electorales? ¿U ofrecen una suerte de argumento extra para evitar un diagnóstico en torno de nuestro estado actual? ¿Para nosotros, asambleístas, dice algo o no dice nada quién sea el ganador o el perdedor?
De una u otra manera, sabemos que las elecciones pretenden representar una visión totalizante de la sociedad: exhiben lo que existe y establecen lo que no existe. Del mismo modo abren una posibilidad: ese escenario aglutina a todo el conjunto de la dirigencia política partidocrática y nos permite armar a simple vista un mapeo general de éstas mismas. Seguramente, lo que decimos resulta una obviedad. No obstante, sin ellas las dirigencias nacionales, provinciales y municipales expuestas en la vitrina no siempre pueden ser registradas, ya sea por desconocimiento o invisibilidad en nuestra cotidianidad ciudadana.
Además, si bien las encuestas y resultados son las niñas mimadas del establishment; no dejan por ello de poner blanco sobre negro.
Entonces con las cifras en mano, ¿dónde nos ubicaríamos o nos desubicaríamos? Esto no significa resignarse frente a los hechos consumados. Más bien pensar con criterio estratégico en torno de los aciertos y de los errores de nuestras propias prácticas; por más que la productividad del acto en sí provoque dispersión, parálisis y enfrentamientos. Pese a ello, es revelador recordar que no siempre los acontecimientos van acompañados de representación. Más de las veces, los discursos hacen escuchar el ruido de las batallas por el sentido.
¿Sería provocador formular que existimos pero que no sabríamos aún definir del todo qué somos y por qué estamos? Para nuestra identidad, las formas y los contenidos simbolizan hechos esenciales. En el sistema representativo, sea del cuño que sea, pesan más los contenidos que las formas. Más aún: sus modos relacionales sostienen un perfil populista, vertical, autoritario, clientelar y desconectados de sus bases. Se cambió, en las asambleas se intenta primar como objetivo fundante la interacción. Es cuidadosamente diseñada entonces una potencial necesidad de ser nosotros mismos, de asumirnos como personas autónomas en las decisiones y en las acciones, de intentar la igualdad sin órdenes jerárquicos. Es todo un desafío procurar reproducir y replicar estas formas por dentro y fuera de las asambleas para que cada uno sea protagonista de su propia vida. No obstante, en muchas de ellas se precisa que ese modelo de participación específica debe mantener fidelidad a sus orígenes. De allí, se comienza a reproducir mecanismos que ritualizan tradiciones; por más que los telones de fondo del presente poco y nada tengan que ver con la revuelta del 19 y 20 de diciembre del 2001. Pero no sólo eso: también en una cantidad importante de asambleas se abrieron proyectos nuevos e ingresaron colectivos diversos que no siempre están dispuestos a responder articuladamente al criterio esencialista asambleario. Esa posibilidad de independencia y de autarquía de unos sobre otros fue generando fuertes fricciones al coexistir bajo un mismo espacio.
En la actualidad, no somos lo que éramos al inicio de la experiencia. La acumulación de lo aprendido hasta ahora nos atravesó de alguna u otra manera. Pero tampoco somos lo que imaginariamente creíamos ser. En fin, somos lo que hacemos pero, a veces, no siempre las ideas y las prácticas van en una misma dirección. Situación incómoda, por cierto, en tanto y cuanto se caiga en la tentación de marcar objetivos inalcanzables que den como resultado un andar a la deriva.
Otro punto a pensar es en torno de los comentarios que hablan de nuestra muerte y desaparición. Uno de los argumentos más duros y perdurables consta en la fuga de sus participantes. Se recalca que antes éramos 200 y ahora somos 10. No obstante, sin caer en la manipulación de ritualizar ni armar tradiciones, si aún estamos donde estamos, algo quiere decir. Quizás nuestra capacidad de perdurabilidad esté ligada íntimamente con nuestra habilidad para continuar mutando. Será fundamental que manejemos un criterio responsable de superación respecto de nuestros contenidos y de las gamas de posibilidades de “formas” a explorar como territorio político transversalizado por las heterogeneidades.
A nuestro entender, medir en términos cuantitativos representa una lógica imperativa de cuño partidocrático representativo en la cultura política argentina. Pocas son las organizaciones, independientemente de su naturaleza, que se eximen de ese categórico. Sí, es cierto en el pasado fuimos muchos y en la actualidad somos pocos. Pero también en los inicios de las asambleas se reunían personas que no siempre disponían de una mirada crítica, de un proyecto alternativo, etc. etc. Pasaban porque veían luz y subían.
En este momento, quienes integramos una asamblea somos activistas comprometidos con el espacio y permanecimos mediante un proceso de organización para adentro, de pensarnos como colectivo. En suma: después de la catarsis vino la decantación.
A modo de cierre: iremos hacia nuestra disolución en la medida en que omitamos las interpelaciones del presente para quedar fijados al retrato del 19 y 20 de diciembre.
Quizás, las palabras del viejo topo no fueron antojadizas: todo sólido se desvanece en el aire.

(*) Este artículo es un extracto de un documento que nació en una rueda de reflexión llevada a cabo por dos asambleas barriales de la Ciudad de Buenos Aires, Plaza Rodríguez Peña y El Cid Campeador. Ambas integrantes se encargaron de redactar este muestrario de ideas sin un cierre y abierto a múltiples miradas.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación