Lunes 27 de octubre de 2003
 

El repertorio de los reformistas de la política actual

 

Por Gabriel Rafart

  Son tiempos de reformas. No hay político exitoso dispuesto a perder la oportunidad de ser uno de sus impulsores. Kirchner, Sobisch y Quiroga están decididos a reformar la política de estos tiempos. Sin embargo, la necesidad de llevar a cabo significativos cambios en nuestra ingeniería electoral e institucionalidad política forma parte de ese acervo de sedientas expectativas en una ciudadanía informada y comprometida que permanentemente audita el desenvolvimiento de la vida democrática.
En tiempos recientes, tanto un vicepresidente renunciante como un conjunto de ONGs dedicadas y entusiastas, pasando por las diversas voces de una sociedad movilizada en aquel verano del 2001-2002, consideraron que debía remediarse la actual crisis en la representación política y la ineficacia de nuestras instituciones de gobierno si se atendía a un adecuado repertorio de transformaciones. Quedaban como testigos activos de esa crisis el imponente votoblanquismo de octubre del 2001, la salida De la Rúa y la inmediata seguidilla de presidentes justicialistas, y el más reciente episodio: un presidente elegido entre cinco minorías y la imposibilidad de mejorar su legitimidad de origen en una segunda ronda electoral por la defección de uno de los contendientes.
Terminar con las listas sábana y el monopolio de los partidos tradicionales, reducir el volumen de cargos y hacer más genuina la representación de los cuerpos legislativos, morigerar el peso de los ejecutivos, procurar más y mejores órganos de control del poder por parte de la ciudadanía, poner fin a la “delegación” legislativa hacia el Ejecutivo, reducir el “costo” de la política afectando además de las dietas de los funcionarios electos las estructuras de los gobiernos, revisar la actual composición del Senado de la Nación, son parte del listado de ese repertorio de cambios exigidos. Al mismo se suma la necesidad de revisar el carácter dogmático que tiene al sufragio como obligatorio, el avanzar hacia un régimen de gobierno de tipo parlamentario y la urgencia por erigir una oficina convincente y transparente para los actos eleccionarios con suficiente autonomía del Ministerio del Interior y de la Justicia Electoral, además de simplificar el profuso calendario electoral.
Por supuesto que hubo escenarios donde las propuestas fueron mucho más radicales construyendo un segundo repertorio. Revocatorias para los mandatos, dietas de trabajadores para los representantes electos y diseños propios de democracia directa surgieron a modo de reclamos profundos. Todos ellos pensados para tiempos de comuneros y no tanto para sociedades donde el formato liberal sigue siendo el que se entiende de mejor manera con los esquemas capitalistas como el que no parece querer abandonar la Argentina del presente.
La interna abierta del peronismo en ocasión de las elecciones del 27 de abril agregó otra posible transformación, que si bien no tuvo consenso, no por ello dejó de estar presente en la manera de pensar la ingeniería destinada a elegir gobiernos. Hablamos del doble voto simultáneo o, en términos más mundanos, de la aplicación de la ley de Lemas, que llegó a pensarse para las presidenciales y que, especialmente después de la reciente experiencia de Santa Fe, demostró un escaso servicio a las fuentes de legitimidad del poder. Allí la voluntad del elector fue defraudada en favor de un partido y no del candidato más votado. Por ello es que no son pocas las voces que insisten en una revisión a fondo de esa modalidad si se quiere llevar a los hechos uno de los atributos sustanciales del sufragio en regímenes democráticos: su carácter decisorio.
Desde los mandos nacionales se promete cumplir con gran parte del primer repertorio. Es cierto que no habría suficiente acuerdo en resolver un problema de fondo: la forma de gobierno. Parece no haber consenso sobre si se transita directamente hacia la estación terminal del parlamentarismo o se hace una parada intermedia en algo semejante a un semipresidencialismo de factura francesa o si se acepta el punto de partida maquillando el presidencialismo existente. Sí parece haber intenciones de tomar en serio el tema de los votos en blanco y considerarlos definitivamente como una opción válida del ciudadano, capaz de expresar algo más que un voto de enojo, de bronca, y transformarse en bancas sin propietarios. Debemos reconocerlo: si es aceptado este criterio estaríamos frente a una verdadera revolución en la concepción y práctica de la representación política.
En algunas provincias el impulso reformista está en marcha. Sin embargo, el repertorio no parece tan amplio. Son pocos los gobernadores decididos a querer desafiar su propia experiencia de llegada a sus respectivos gobiernos y las claves que hacen posible la gobernabilidad de sus distritos. Sin embargo, hay algunos de ellos que estarían dispuestos a pensar en algo distinto de lo heredado. La provincia de Buenos Aires tiene una agenda donde el parlamentarismo sería una de las transformaciones posibles. Sin duda algo más atrevido que la aplicación del voto electrónico.
En tierras patagónicas el entusiasmo reformista también tiene sus antecedentes. Si bien el proyecto emepenista de fundir dos provincias en una bajo el estandarte de la regionalización parece haber pasado al archivo de las empresas frustradas, la hora de la reforma sigue en marcha. Tanto el jefe del Ejecutivo provincial como el intendente de la ciudad capital de Neuquén quieren imprimir su propio sello al reformismo de estos tiempos. Es cierto que el actual gobernador expuso la necesidad de reformar aquello que en su primera gestión fue reformado: la composición del Legislativo provincial. Paradójicamente, el fin del monopolio del Legislativo por parte del partido gobernante, cuando se aceptó la representación proporcional, ahora estaría en riesgo al pretenderse reducir la Cámara de Diputados. En definitiva, se regresaría en los hechos al criterio mayoritario del esquema preexistente a la anterior reforma y con ello al primado del Ejecutivo a partir de su control de la Legislatura en lo que se hace llamar el gobierno unido.
En cuanto al actual intendente de la ciudad de Neuquén, éste coincide con el gobernador en un común “espíritu” al desear un mismo resultado en sus transformaciones proyectadas. Nos referimos a la voluntad por crear una figura adjunta, un viceintendente, eventual jefe de los concejales. El vice, elegido por efecto arrastre junto a la cabeza del Ejecutivo municipal, no sería más que su voz en el cuerpo legislativo, poniendo en tensión las ventajas de la división de poderes.
El año entrante promete reformas en la política. Seguramente nos encontraremos con reformistas que entiendan la magnitud de la crisis de representación existente. Algunos prometen aceptar las transformaciones que implica un repertorio coherente y desafiante para los tiempos que corren. Otros ya están dando señales de interés de “partido”, cuando no para consolidar sus propios liderazgos. Los primeros parecieran querer acompañar esas reformas atendiendo, aunque es cierto de manera lenta y tibia, el déficit de equidad distributiva en la sociedad. Los segundos ni siquiera lo tienen presente o, en todo caso, la pretensión es servirse de las reformas para consolidar la inequidad existente.
     
     
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