Jueves 23 de octubre de 2003
 

Schwarzenegger y la migración cubana

 

Por Carlos Di Camillo

  Hasta Arnold Schwarzenegger quiere a los inmigrantes. “Yo soy uno de ellos”, les recordó a los votantes. Pero en 1994, el ‘Terminator’ apoyó la Proposición 187 (rechazada por los tribunales en 1999) que aplastaba a los inmigrantes. La medida estaba destinada a “evitar que los extranjeros ilegales recibieran beneficios o servicios públicos en el Estado de California”. También hubiera evitado que los extranjeros indocumentados obtuvieran el acceso a la educación y al cuidado de salud públicos.
Un reportero hispanoparlante le preguntó a Arnold a principios de agosto si su voto en favor de la Proposición 187 perjudicaría su candidatura. El recordó que su respuesta fue algo como esto: “Ustedes los latinos hacen muy buena música. Sigan haciendo música y déjenme la política a mí”.
Si no hubiera tenido éxito en su intento por convertirse en gobernador de California, él podría haber usado esta experiencia para postularse a un alto cargo en Austria, su lugar de nacimiento, donde su padre apoyó a los nazis y él mismo tuvo una estrecha relación de amistad con el simpatizante de los nazis Jorge Haider, ex primer ministro.
El mítico Estados Unidos no tiene en cuenta el pasado de uno ni su país de origen. Después de todo, esta nación -excepto por los pueblos indígenas- se formó con inmigrantes, cuyas laxas políticas de inmigración les costaron caro. En realidad, los norteamericanos durante mucho tiempo han tenido una visión ambivalente acerca de los recién llegados.
En los siglos XIX y XX, durante las eras de prosperidad, a pocos les importó la llegada de una nueva fuerza de trabajo. En los tiempos duros, los demagogos explotaron los sentimientos antiinmigrantes.
Los irlandeses, judíos, italianos y otros recién llegados de Europa sintieron el aguijón de la xenofobia. Asiáticos, africanos, latinoamericanos y caribeños aún reciben sus golpes. Millones provenientes de países pobres buscan entrar a Estados Unidos y encuentran que la puerta está bien cerrada.
La actual recesión revivió el sentimiento antiinmigrante y el Congreso ha reaccionado contra los extranjeros en sus medidas de pánico posteriores al 11/9: mayor exigencia en los procedimientos de inmigración, imposición de restricciones bajo la Ley Patriota, incluyendo detenciones sin acusación o deportaciones sin el proceso debido por delitos como violaciones de rutina de las visas.
Sin embargo, se destaca una excepción al sentimiento antiinmigrante apoyado por la Administración: los cubanos. Cuando los legisladores republicanos de la Florida, que no son amantes de los inmigrantes, escriben a la Casa Blanca y se quejan de que la Guardia Costera repatrie a algunos emigrantes cubanos, uno sabe que hay algo mal. Estos mismos señores nunca se han quejado cuando regresaron a barcos llenos de haitianos.
Pero los haitianos no tienen un lobby poderoso que entrega dinero y hasta algunos votos a los poderosos legisladores. Es más, bajo la presión del lobby anti-Castro con sede en la Florida, los legisladores floridanos han exigido a Bush que “cumpla con sus obligaciones” para con los cubanos. No está claro si se refieren al más de un millón de cubanos que abandonaron la isla desde 1959 o a los 12 millones que permanecen en Cuba.
Pero hablarle a Bush acerca de “obligaciones” suena hueco. ¿No debe dedicarles atención a las decenas de millones de norteamericanos pobres, desempleados y carentes de seguro? La respuesta es que el lobby anti-Castro pagó por el tratamiento especial, y si no lo recibe, suenan los truenos políticos.
Los cubanos que aspiran a emigrar tienen menos necesidades económicas que, digamos, los mexicanos o los haitianos como razones para entrar a Estados Unidos. ¿Entonces qué los hace tan especiales? Dos entidades diferentes: la suprema desobediencia de Fidel Castro y el éxito de sus propios esfuerzos de cabildeo, que incluye influir en los medios masivos.
Tomemos “The Miami Herald”, que una vez fue un periódico independiente hasta que su propietario sucumbió a la campaña de intimidación dirigida por Jorge Mas Canosa y la Fundación Nacional Cubano Americana debido a una diferencia política acerca del apoyo al embargo. Mas Canosa llenó los autobuses y otros lugares públicos de anuncios anti-Herald. El propietario y varios editores recibieron amenazas de muerte por teléfono. Ganaron los intimidadores.
El lobby de odio contra Castro supone que “hacerse el duro” con Castro provocará su caída. A pesar de mucha evidencia en contrario, ellos continúan exigiendo políticas que le harán daño a este hombre si de alguna forma él fuera el único habitante de la isla. Así que ignoran a otros inmigrantes y se enfocan sólo en permitir un estatus especial para los cubanos que tratan de emigrar.
Los inmigrantes ayudan a los capitalistas a mantener los salarios bajos, indica un documento del Centro de Investigación de Estudios Chicanos de UCLA. Se descubrió “que los hombres nativos e inmigrantes tenían un sueldo promedio un 11% menor que otros en similares servicios y trabajos manuales si trabajan junto con hispanos recién llegados”. Alex Veiga, de Asociated Press, reportó el 19 de agosto del 2003, que “los trabajadores de minorías en estos puestos ganaban como promedio un 14% menos”. Así que mientras haya hispanos recién llegados en el puesto, menos dinero recibirán los otros trabajadores.
Esta banal realidad salarial se pierde en el drama político cuando se trata de Cuba.
En 1993-94, cuando el éxodo cubano hacia la Florida alcanzó la magnitud de un tsunami, el presidente Clinton inventó una fórmula de “pies mojados/pies secos” mediante la cual si los cubanos lograban colocar un dedo del pie en suelo de EE. UU. obtenían rápidamente un estatus de “bajo palabra”, una inmediata posibilidad de tener una tarjeta verde y un carril rápido para la ciudadanía. Clinton usó la ley de Ajuste Cubano de 1966, un vestigio de la Guerra Fría, para justificar su “solución”. Posteriormente, mientras negociaba un acuerdo migratorio con Castro, Clinton prometió deshacerse de la ley, pero incumplió su promesa. El ex presidente estaba en deuda con el lobby cubano por sus “oportunas” contribuciones a la campaña.
Al contrario de los cubanos que tienen una opción de “pies secos”, los mexicanos ya no pueden obtener fácilmente siquiera una visa de visitante para reunirse con su familia. Los hombres que mantienen a sus familias con los salarios ganados en Estados Unidos están renuentes a regresar a México de visita, temerosos de que una seguridad más estricta les dificulte o imposibilite volver a sus trabajos.
Es un mundo muy duro para la gente pobre del Tercer Mundo. Necesitamos un ‘Terminator’ para la actual política de inmigración. No Arnold, sino un sabio político que trate la inmigración en términos de igualdad y justicia, no de protección para los cubanos y persecución para los haitianos y mexicanos.
     
     
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