Miércoles 22 de octubre de 2003
 

Transversalidad, movimientos, frentes y coaliciones

 

Por Gabriel Rafart

  Hubo una época en que la voluntad por reunir fuerzas políticas dispersas en favor de quien se preciaba de líder indiscutido aceptó el recurso práctico del “movimiento” para ganar elecciones y proyectar su hegemonía. Fue Juan Perón quien mejor dispuso del mensaje que informaba a la historia argentina de su lanzamiento a la arena electoral a través de la invención del “movimiento” como superación de la crisis de partidos y la vacancia de liderazgos consistentes en la década del cuarenta.
Con las elecciones del 24 de febrero de 1946 y el derrotero seguido por el propio Perón se consolidó esa fórmula para identificar la reunión de distintos batallones conformados por socialistas, sindicalistas, conservadores y nacionalistas de variados pelajes, radicales forjistas, entre otros elementos, con partidos políticos o sin ellos. Allí nació el “movimiento justicialista”, que independientemente de los distintos adjetivos que sus protagonistas le supieron dar, se sabía conducido por Perón. Con esta experiencia quedaba atrás el apoyo popular y la diversidad de voces que dieron sentido al primero de los movimientos, el del radicalismo de la “causa” frente al “régimen”.
Si bien la convocatoria a soldar partes no siempre compatibles fue una estrategia de alguno que otro reformista tanto liberal como conservador aún en vida de Hipólito Yrigoyen, en los tiempos de un Perón del GOU hubo “frentistas” que hablaban el lenguaje de la izquierda. Hacia los treinta, la expectativa por detener con éxito el avance de las derechas provocó el nacimiento de los frentes populares. Fueron los comunistas sus principales animadores con el propósito de construir una internacional de frentismopopular que ya había logrado hacer pie en Chile, Francia y España. Simultáneamente, las derechas beligerantes en nuestro país quisieron tener su propio “Frente Nacional”. Ambos intentos fracasaron. Le siguió la reunión de fuerzas tan extrañas entre sí para responder a los inicios del “movimiento” encabezado por Perón. Estas demostraron su inviabilidad para la ocasión. En definitiva, el movimiento derrotó al frentismo de la Unión Democrática.
Durante la primavera de los setenta, tanto las derechas como las izquierdas tuvieron una nueva oportunidad para conocer los alcances de su respectivos conglomerados ideológicos. Una parte de esa derecha, con pretensiones de centro, aceptó reunirse bajo la figura del ex militar Francisco Manrique y otra porción de las izquierdas, animada nuevamente por los comunistas, bajo la conducción de un ex radical, Oscar Alende. A pesar de estos intentos “frentistas” hubo un peronismo que enmascarado en el Frejuli dio cuenta del carácter imbatible del movimiento. La razón de su éxito era esa capacidad por cobijar al mismo tiempo tanto izquierdas como derechas.
Durante la última dictadura hubo elementos militares y otros civiles que pensaron en la posibilidad de aceptar la razones de una cultura política argentina afincada en la idea del movimiento para lanzar su propia empresa. Tanto Massera como el Galtieri de los primeros días de Malvinas creyeron tener la oportunidad. Un deslucido movimiento de opinión nacional no logró mejor suerte ni siquiera dentro de las entrañas del proceso militar. La retirada no pactada de la dictadura hizo pensar a muchos que la Multipartidaria era una reiteración de la “Hora del Pueblo”. Ahora sin Perón ni Balbín podría surgir esa fuerza unitaria que reencauzará democráticamente al país a través de un nuevo “frente”. Nada de eso sucedió y cada uno de los socios multipartidarios decidió afrontar la nueva primavera democrática con sus exclusivas fuerzas.
Raúl Alfonsín, con su triunfo limpio frente al peronismo en octubre de 1983, creyó forzar la muerte de aquella experiencia desde su tercer movimiento. El capital político reunido inicialmente le dio bases firmes para su proyecto, pero la ilusión terminó con el fracaso del plan Austral y el regreso de un movimiento aggiornado por la “renovación” peronista. El naufragio del tercer movimiento histórico dejó a Carlos Menem el camino libre para avanzar en una línea impensada por muchos: la de compartir en una misma mesa política a hombres de la “libertadora” con algunos cuadros montoneros, la derecha neoliberal con el sindicalismo otrora combativo, el más rancio “gorilismo” con el peronismo setentista, entre otras tantas piezas sempiternamente enfrentadas. Si bien Menem no se planteó un nuevo movimiento, abusó de la flexibilidad del existente. La dispersión progresiva de esta criatura peronista supuso la invención con algunos de sus fragmentos, primero de un “frente” y seguidamente de una Alianza. Esta no era otra cosa que fuerzas coaligadas para la ocasión incapaces de hacer algo distinto que demorar su voluntad autodestructiva. Demoraron apenas dos años para terminar con lo empezado en medio de un cambio de frente con la inclusión del ex superministro Cavallo.
La historia política del siglo veinte tuvo el sesgo movimientista y de frentismo. La noción de coalición fue extraña y hubo que esperar el fin de la centuria para su arribo al gobierno y su estruendoso fracaso de octubre-diciembre del 2001.
Iniciado el nuevo milenio, es evidente que ni la noción de movimiento, ni de frente y aún menos de coalición alcanzan para dar cuenta de una etapa fundacional para la política. Otra invención era necesaria. La “transversalidad” se ha impuesto no tanto para darle nombre a una nueva entidad política desde donde poder ganar elecciones y asegurar la gobernabilidad, y sí con el propósito de reunir piezas sueltas de trámites algunos fracasados y otros exitosos.
Hoy la práctica de la transversalidad parece haber obtenido ciudadanía plena, posiblemente como un viejo traje que vuelve a usarse después haber pasado de moda. En última instancia para muchos el sentido de la transversalidad es semejante al que vieron pasar insistentemente por las vitrinas de la política. Convocar dirigentes, fracciones, partidos bajo un mismo liderazgo es parte de lo conocido. Posiblemente, la diferencia estribe en que esa prenda es usada ahora por alguien que supo dejar pasar los años pero entiende bien el tiempo que vive. Hablamos de un tiempo de fragmentación, de piezas quebradas, de horizontes truncos dentro de la política. La novedad pareciera ser la voluntad por evitar la conformación de una fuerza monolítica con doctrina, burocracia y mando unificado. En definitiva, lo nuevo es reconocer algo de lo viejo: en la política argentina cada movimiento, frente o coalición no fueron más que un intento por maniobrar con relativa flexibilidad la unidad de elementos difícil de soldar y darle continuidad para la política.
     
     
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