Lunes 20 de octubre de 2003
 

Corrupción y desarrollo

 

Por Rolando Citarella

  Transparency International, la organización no gubernamental dedicada a combatir la corrupción a nivel mundial, ha dado a conocer recientemente el Indice de Percepción de Corrupción (IPC) 2003. El indicador en esta oportunidad abarca a 133 países y, en líneas generales, mide el grado de corrupción que se observa en el sector público.
Respecto de la Argentina, el índice es coincidente con la percepción generalizada que aquí tenemos. Ocupamos el puesto 92, con un índice de 2,5. Estamos mucho más cerca de Bangladesh, que con el 1,3 ocupa el último puesto, que de Finlandia, que está primera con 9,7.
Ni siquiera estamos bien a nivel regional, ya que nos ubicamos por debajo del puntaje promedio de Latinoamérica y el Caribe (3,4); muy lejos de Chile, el mejor de la región, con 7,4 puntos; y muy cerca de Paraguay, el peor, con 1,6.
Ahora bien, veamos cuáles son las implicancias de ocupar ese pésimo lugar en el ranking. En primer lugar, la corrupción es un problema muy costoso. Cualquier obra o emprendimiento, tanto público como privado, con tal de que requiera de alguna autorización o intervención burocrática, será menos oneroso en Finlandia que en la Argentina, dadas las mayores probabilidades de que aquí tenga que dejar algo por debajo de la mesa.
Pero quizás más grave que esas consecuencias directas, sean las indirectas. En el cuadro adjunto están ordenados los países de más a menos transparentes, incluyendo a su lado el PBI per cápita correspondiente al 2002.
La imagen del gráfico es contundente: hay una correlación fuertemente positiva entre transparencia y PBI. A mayor transparencia, mayor PBI. Los casos de Nueva Zelanda, Chile y Uruguay, que presentan un bajo PBI, respecto de países con niveles de transparencia similar, responden a la característica de economías primarias que tienen esos tres países. Sus productos, básicamente agropecuarios, son de bajo valor relativo, respecto de países con mayor incidencia de la industria y los servicios.
Esta correlación entre transparencia y grado de desarrollo constituye un elemento más en favor de los que sostienen que, lejos de estar fuera del país, las principales razones de nuestros problemas están acá adentro.
El hincapié de culpar por nuestros males al FMI, a los acreedores de la deuda pública, a los inversores internacionales, al capitalismo “salvaje”, al neoliberalismo, a los subsidios agrícolas de los países ricos y a cuanta “calamidad” internacional se les ocurra, es la cortina de humo que han inventado justamente aquellos que, por sus incapacidades y/o falta de transparencia en el manejo de la cosa pública, son responsables de que estemos mal, tanto en el ranking mencionado como en grado de desarrollo y bienestar.
Sin duda que algunas de esas supuestas “calamidades” pueden constituir obstáculos para un crecimiento mayor. Tal sería el caso de los subsidios agrícolas, para países como Argentina y los tres nombrados anteriormente. Pero de ninguna manera son las razones de fondo que impiden el crecimiento. De hecho, esas “calamidades” existen para todos, y sin embargo, como bien se puede observar, a países muy parecidos al nuestro les va mucho mejor. La diferencia está en el grado de corrupción y capacidad. Y eso no depende de factores internacionales. Es una cuestión nuestra exclusivamente.
     
     
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