Jueves 16 de octubre de 2003
 

Veracruz, puerto y puerta de la globalización

 

Por Carlos Fuentes

  Asistí a la Cumbre Alianza para el Crecimiento, organizada en el puerto de Veracruz por mi viejo amigo el gobernador Miguel Alemán Velazco. Voces plurales, de partidos y sectores muy diversos se dejaron escuchar en la reunión. No es fortuito que el encuentro haya tenido lugar en Veracruz.
“El jueves santo de ... 1519 ... llegamos con toda la armada al puerto de San Juan de Ulúa...” “Habiendo, pues, el capitán Hernando Cortés calado algo de la tierra, acordó fundar una nueva población... a la cual le puso por nombre y le llamó la Villa Rica de la Veracruz”.
Veracruz fue no sólo el primer puerto fundado por Europa en la costa de México, tal y como lo describen, en los párrafos que he transcrito, el cronista Bernal Díaz y el propio Hernán Cortés, sino una de las capitales de la primera globalización.
Sería ceguera de parte nuestra creer que la presente globalización es la primera o la única de la historia. Es sólo, acaso, la más veloz. Y le hemos dado un nombre que los franceses, siempre excepcionales, sustituyen por el de mundialización.
Globalización, mundialización. La primera tuvo lugar a partir de fines del siglo XV con los viajes globales de Vasco de Gama y Fernando Magallanes y con el descubrimiento de América por Europa y de Europa por América, gracias al trayecto de Cristóbal Colón del Puerto de Palos a las Bahamas en 1492.
De inmediato, la primera globalización, la renacentista, significó una veloz expansión del comercio internacional y el puerto de Veracruz fue uno de sus emporios centrales. A Veracruz llegaron los productos del Oriente que la Nao de China y el Galeón de Manila trajeron al puerto de Acapulco en el Pacífico, transportados por los llamados “pueblos de cordillera” de la Sierra Madre y depositados en Veracruz para su siguiente viaje a Cádiz y Sevilla. Pero asimismo, de los puertos españoles llegaron a Veracruz las exportaciones europeas al nuevo virreinato mexicano.
Cruce de caminos económico, Veracruz fue también cruce cultural del mestizaje americano y caja de resonancia de las metamorfosis de los hechos del descubrimiento, la conquista y la economía colonial en algo más. Mejor dicho, en mucho más: en la internacionalización jurídica de la mundialización renacentista.
Porque los hechos de los siglos XV y XVI plantearon muy pronto una disyuntiva muy clara. Esta era la realidad. ¿Cuál sería la legalidad de la realidad?
España fue, acaso, la única potencia colonial renacentista que se planteó el problema del estatus de los pueblos conquistados. Bartolomé de las Casas denunció vigorosamente las injusticias del proceso colonial, defendiendo los derechos humanos de los indios. Pero fueron los juristas de la Universidad de Salamanca, Francisco de Vitoria y sus discípulos los jesuitas Luis de Molina y Francisco Suárez, quienes fundaron, por una parte, el estatuto de los derechos de los pueblos indígenas de América y, como consecuencia de ello, el derecho internacional moderno como conjunto de normas para la convivencia entre los nuevos Estados-Nación europeos, así en la paz como en la guerra, al decir del otro gran internacionalista de la época, el holandés Hugo Grocio.
La riqueza original enviada a España desde Veracruz fue rápidamente itemizada por Cortés en la primera Carta de Relación a Carlos V. La simple enumeración de los productos remitidos del Nuevo al Viejo Mundo llena varias páginas y habría de convertirse en verdadero flujo mercantil de consecuencias, a la vez, revolucionarias y globalizantes. De Veracruz llegaron a Europa el chocolate, el aguacate, el guajolote o pavo en España, dindon -oiseaux des Indes- en Francia y Turkey, debido a una desorientación británica, en inglés.
Adam Smith consideró el Descubrimiento de América y el pasaje por el cabo de Buena Esperanza como “los dos hechos más grandes y más importantes ... en la historia de la humanidad”. Pero John Maynard Keynes, analizando esos mismos hechos, da cuenta de la paradoja siguiente: el poder descubridor y colonizador, Iberia, desaprovechó la oportunidad de capitalizar su propio botín americano. Aumentó la inflación de las rentas, pero no la acumulación de capital. España se convirtió en mera intermediaria del tesoro americano y lo entregó, según el economista Alonso de Carranza, escribiendo en 1629, al norte de Europa, donde en sólo cuatro grandes ciudades, Londres, Rouen, Amberes y Amsterdam, estaba depositado el 75% del oro y la plata de la América española a principios del siglo XVII.
Desequilibrios, desigualdades, realidad sin legalidad. Y necesidad de darles un marco jurídico y social a los hechos. La segunda globalización, resultado de la Revolución Industrial de los siglos XVIII y XIX, ofrece la misma desproporción. La liberación de las fuerzas productivas de la burguesía por la Revolución Francesa conlleva la desaparición de los gremios en nombre de la libertad de empresa en la ley Le Chapellier de 1791. Las consecuencias de la desprotección social fueron tan visibles como las del desarrollo económico acelerado.
Enfermedad, hambre e inseguridad plagaron a la emergente clase obrera industrial. Bastan las novelas de Dickens para acreditar la condición del trabajo infantil y las de Balzac para atestiguar el triunfo de la nueva burguesía.
Los desafíos sociales y políticos de la industrialización provocaron las respuestas. En Inglaterra, la mitad de los afiladores de navajas, en 1842, moría a los treinta años y el cien por ciento, a los cincuenta. La reacción protectora del obrero se manifestó con el movimiento Cartista a partir de 1838. Aunque el Código Penal francés prohibía el paro por aumento de salarios, cincuenta mil obreros participaron en la revolución de 1848 y en 1895 la CGT (Confederación General de Trabajadores) organizó activamente la resistencia sindical. En Alemania, las empresas Krupp dan fe de la expansión industrial: con sólo setenta y dos operarios en 1848, Krupp pasó a doce mil empleados en 1870. Pero paralelamente los trabajadores se organizaron en Der Alte Vabund conduciendo a la gran huelga de 1905 y a las reformas sociales que se plasmaron en la Constitución de Weimar. En tanto que en los EE.UU., la concentración veloz de la riqueza en inmensos monopolios dio origen tanto al sindicalismo de los llamados Knights of Labor con su millón de adherentes en 1869, como a la legislación social de los dos Roosevelts: la Ley Sherman antimonopolio de Teodoro y el Nuevo Trato de Franklin.
La expansión de la industria y del trabajo en el norte desarrollado no es disasociable de la explotación colonial o semicolonial de Africa, Asia y la América Latina, conduciendo a una especie de globalización perversa, a la vez progresista y subyugante. No por nada aplaudió Marx la invasión de México por los EE. UU. en 1847, pues ello arrastraría a los mexicanos semifeudales y agrarios al mundo globalizado de la industria y, al cabo, de la revolución social.
La segunda globalización culminó hacia los inicios del siglo XX, cuando, de acuerdo con Paul Hirst y Graham Thompson, los máximos flujos de capital que se dieron en todo el siglo XX ocurrieron desde y hacia la Gran Bretaña entre 1905 y 1914, representando el 7% del PIB británico. Pero en 1914, las rivalidades coloniales detuvieron en seco, pero con sangre, el proceso de desarrollo.
Las catástrofes y los ‘impasses’ del siglo XX -las dos guerras mundiales, el crack del año 29 y medio siglo de Guerra Fría, más sucesivas ilusiones de economías cerradas, autosuficientes o estatistas, frágiles equilibrios de economías mixtas, taimadas denuncias de la dependencia y la marginalidad, espejismos nacionalistas y neoliberales- toda esta suma de fracasos absolutos y victorias parciales, experimentos y sedimentos, aplazaron el pleno advenimiento de lo que hoy llamamos “globalización” y también de lo que Joseph Stiglitz llama “los descontentos” de la globalización.
Vivimos así una tercera globalización de la era “moderna” -si del Renacimiento europeo, convencionalmente, hacemos partir la modernidad- y como en las anteriores, las realidades económicas se adelantan a las necesidades sociales y a las normas jurídicas, tanto internas como internacionales. Hay una nueva realidad. Falta una nueva legalidad.
Los descontentos no detendrán la globalización de hoy, como los ludditas del siglo XIX no detuvieron la industrialización de ayer. Pero los agravios son reales. No sólo manifiestan ánimos anárquicos e ideologías impermeables, sino descontentos válidos contra la percepción de las crisis ecológicas, el deterioro urbano, la pésima distribución de la riqueza mundial, los enfrentamientos culturales y el simple dolor y desesperación de millones de seres humanos excluidos de los beneficios sociales.
Nos ahogaremos todos -fuertes y débiles- si no le damos legalidad a la realidad, si no les damos la cara a las graves injusticias del mundo en el que vivimos. Siempre he sostenido que no hay globalidad que valga sin localidad que sirva. Las protestas contra la globalización deben empezar por las soluciones locales. Contamos con capital social abundante. Lo desperdiciamos, con o sin globalidad. La globalización nos impone a todos el deber de empezar por casa y darles a nuestros propios ciudadanos una vida tan importante como la educación que reciban y la cultura que hagan valer.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación