Martes 14 de octubre de 2003
 

Humo versus desocupación

 

Por Jorge Guala-Valverde (*)

  Viernes 10 de octubre, 8 horas, año 2003; la ciudad de Neuquén inmersa en una densa nube de humo. El sol puede mirarse de frente, sin protección ocular alguna. Desesperación en vastos sectores de la población. ¿Nos estamos envenenando? ¿Qué será de nuestros hijos? ¿Quedará huella en nuestros pulmones de este no esperado intruso? Lo esencial es invisible al ojo humano, dijo Antoine de Saint Exupéry en “El Principito”. “Mucho ruido, pocas nueces”, reza el antiguo adagio popular. También, “No confundir gordura con hinchazón”. O, “No todo lo que reluce es oro”. Así podríamos seguir con una interminable lista de depuradas destilaciones sensitivo-intelectuales de nuestra población promedio.
Resulta inevitable tratar de objetivizar, dentro del alcance humano, la situación concreta. Y es así como rutinariamente lo hace nuestra fundación, donde nos vimos en la obligación de caracterizar, al menos en una primera aproximación, la “calidad” de los humos que imprevistamente nos visitaron el viernes 10 de octubre de 2003 en horas de la mañana.
Resultados: porcentual de partículas de tamaño mayor a 100 micrones: 98%. Partículas de tamaño de entre 10 y 100 micrones: inferior al 1%.
Análisis: las partículas de gran tamaño (mayores a 50 micrones) tienen velocidades de traslación muy bajas, en comparación con la velocidad de los componentes normales del aire (principalmente nitrógeno y, en segundo lugar, oxígeno). En consecuencia, el recorrido libre promedio de estas partículas es despreciable, comparado con el de las moléculas de oxígeno (alimento celular imprescindible). Estos simples hechos muestran que la probabilidad de que las partículas de humo alcancen el interior de los pulmones es ciertamente ínfima. En su mayor parte, dichas partículas quedan atrapadas en tractos superiores de las vías respiratorias (mucosa nasal, principalmente). Y, a no dudarlo, producirán reacciones alérgicas molestas en ciertos individuos predispuestos, lo que está ciertamente muy lejos de generar lesiones irreversibles o fatales.
Pequeñas partículas: todos aceptamos las combustiones domiciliarias (cocinas, calefactores) y también las combustiones con propósito motriz (automóviles, camiones, aviones, trenes). En estos casos, los componentes no deseados de estas combustiones legales (óxidos de nitrógeno, de azufre, dioxinas) carecen de las limitaciones de tamaño y movilidad a que están sometidas las enormes partículas de humo. Por tanto, sus excursiones en el interior de las vías respiratorias de los humanos son de mucho mayor alcance. Llegan a lo más íntimo de los alveolos pulmonares. Y es aquí donde pueden desarrollar su actividad nociva.
Balance: toda actividad productiva implica ciertas transformaciones en el medio circundante. Nada es gratis en la naturaleza. La inteligencia del hombre debe cuantificar los pro y los contra de cada actividad transformadora. Cada vez que movemos un jet consumiendo 10.000 kilogramos de combustible, estamos empleando unos 3.000 kilogramos para nuestro genuino propósito. Los 7.000 restantes son el tributo que debemos pagar a la Naturaleza por no haber sido capaces de burlar (aún) el Ciclo de Carnot. Y, de allí en más, debe el hombre tomar decisiones que son notoriamente políticas (esto es, van más allá de los dictados científicos puros). Y aquí, naturalmente, surge el concepto de balance: ¿a cuántos perjudico ejecutando la transformación elegida? ¿A cuántos perjudicaré al no tomar la decisión elegida?
Del correcto balance de ejecución de obras transformadoras de la estructura del hábitat natural, virgen, impoluto, bucólico, depende, casi linealmente, la relación ocupados/desocupados del enigmático tejido que denominamos sociedad. Finalmente, y dicho sin ambages, atesorar un 50% de desocupados en nuestra sociedad, ¿materializa o no la figura de contaminación ambiental?
Una vez más, lo relevante es invisible para nuestros ojos. “Nada es más difícil que adivinar lo que quieren decir las personas, cuando no dicen lo que quieren decir”. Erwin Scrödinger.

(*) Fundación Julio Palacios
     
     
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