Viernes 10 de octubre de 2003
 

Un proyecto chino

 

Por James Neilson

  A mediados del siglo XIX, dos grandes países del Lejano Oriente, el Japón y la China, ambos herederos de lo que en su época de esplendor había sido la civilización más admirable del planeta, se encontraban ante el mismo desafío: ¿cómo hacer frente al poder incontrastable del Occidente encabezado por el Imperio Británico y su pariente, Estados Unidos? Los japoneses reaccionaron con pragmatismo, abrazando todo cuanto les sería útil y descartando lo demás, con el resultado de que muy pronto su país se erigiría en una potencia militar y económica, sin por eso perder contacto con sus particularidades culturales esenciales. En cambio, los chinos, convencidos de su propia superioridad, optaron primero por aferrarse a sus propias tradiciones y después por adoptar una variante del marxismo leninismo, razón por la que a pesar de sus avances recientes la mayoría abrumadora de sus habitantes sigue sumida en la miseria.
Salvando las muchas distancias, en la actualidad la Argentina se ve en una situación similar a la enfrentada por el Japón y la China de un siglo y medio atrás. Como sus homólogos japoneses y chinos de aquel entonces, sus dirigentes pueden decidir abrirse al mundo o cerrarse, aceptar que les es necesario emprender ya un programa de reformas drásticas porque el orden existente no sirve o negarse a cambiar por sentirse comprometidos con el statu quo. Huelga decir que con escasas excepciones, los políticos locales han elegido la segunda alternativa. Luego del fracaso del ensayo aperturista de Carlos Menem y Fernando de la Rúa, el país está en manos de personas resueltas a oponerse a la versión contemporánea de la misma “globalización” contra la cual habían chocado antiguas civilizaciones asiáticas que antes tuvieron muy buenos motivos para creerse las más avanzadas de todas.
Desde que peronistas contrarios a la apertura preconizada por Menem y De la Rúa lograron tomar el poder se han dedicado a sembrar el mensaje de que intentar integrar la Argentina al sistema internacional imperante era una locura, cuando no una empresa criminal, de suerte que les corresponde concentrarse en reparar los muchos daños ocasionados. Puesto que a su entender todas las desgracias habidas y por haber se debieron a la vesania de los menemistas y la ineptitud de sus sucesores de la Alianza, se han negado a reconocer que el default que se celebró con júbilo fue un error histórico de consecuencias históricas, que la pesificación burdamente instrumentada por Eduardo Duhalde fue un robo en escala épica perpetrado por la clase política a expensas de los ahorristas y de los obreros y que los acreedores podrían tener algunos derechos. El que su “verdad” sea distinta de la reivindicada en otras latitudes no preocupa en absoluto a los líderes actuales del país que, convencidos de que el tiempo los favorece, creen que siempre y cuando se mantengan en sus trece el resto del mundo terminará dándoles la razón. Para colmo, están dispuestos a esperar años hasta que por fin esto ocurra.  Según el ministro de Economía, Roberto Lavagna, tendrá que transcurrir un lustro antes de que la Argentina esté en condiciones de disfrutar de crédito en los mercados internacionales. Mientras tanto, vivirá de lo suyo.
No bien los japoneses se recuperaron del choque psicológico tremendo que les fue asestado por la irrupción de las potencias occidentales, iniciaron una serie de profundas “reformas estructurales” jurídicas, políticas, económicas y culturales con el propósito no oculto de modernizarse conforme a las pautas en boga. Haciendo caso omiso de los sentimientos xenófobos de buena parte de la población, el gobierno no vaciló un instante en pedir el asesoramiento extranjero o en enviar a estudiar en Europa o Estados Unidos tanto a jóvenes promisorios como a hombres importantes ya maduros. No es que los responsables de la reconstrucción del Japón fueran cosmopolitas amantes de lo foráneo. Por el contrario, eran nacionalistas resueltos a asegurar que su país retomara su lugar natural entre los más poderosos y más ricos.
La reacción de la élite criolla ante las desgracias de los años últimos ha sido muy diferente. Sería absurdo procurar compararla con aquella de su equivalente nipona del siglo XIX o de los años que siguieron a la derrota catastrófica en la Segunda Guerra Mundial.  Como una tortuga asustada, se ha replegado en su carapacho con la esperanza de que cuando se anime a sacar la cabeza y abrir los ojos los peligros se habrán alejado.  Aquí ya se habla todavía menos de lo que era el caso tres o cuatro años antes de las reformas políticas pendientes, de lo imprescindible que será contar con un Estado eficaz y por lo tanto firmemente meritocrático, de lo urgente que es mejorar el sistema educativo y enseñar a todos que es su deber ineludible estudiar con más tesón, de la necesidad de poner fin cuanto antes al caos jurídico producido por la decisión oficial de desconocer la validez de una multitud de contratos, de cambios económicos que no se limiten a intentos vanos de restaurar las relaciones sociales de tiempos ya irremediablemente idos. En cuanto al famoso “proyecto” de Kirchner, éste consiste en nada más ambicioso que “construir poder” para sobrevivir los cuatro años de su mandato.
En buena lógica, las consecuencias calamitosas de la ruptura de fines del 2001 deberían haber inspirado un debate auténtico acerca de las causas del fracaso argentino y cómo revertirlo, pero ya es evidente que el país ha preferido ahorrarse una ordalía que para muchos sería penosa. Después de un período dominado por el asco indiscriminado por “los políticos”, la mayoría decidió no sólo perdonarlos sino también votar con cierto entusiasmo por sus representantes más emblemáticos, entre ellos el presidente Néstor Kirchner, aunque ninguno se ha sometido a nada parecido a una “autocrítica”.
Para los más, la reconciliación así supuesta será evidencia de madurez, de la conciencia difundida de que no habrá ni “soluciones” milagrosas ni salvadores ajenos a la corporación política que conocemos. Sin embargo, en el fondo sólo se trata de la reedición de un fenómeno que ya nos es familiar. A muchos, acaso a la mayoría, les cuesta creer que puede darse una relación directa entre la ciudadanía rasa por un lado y “los dirigentes” por el otro, actitud que por la propensión de éstos a subordinar todo a sus propias internas es comprensible. A veces la existencia de este abismo perjudica a los políticos que son considerados miembros de una especie de casta separada del país y por lo tanto pueden ser expulsados en masa, como en efecto sucedía cuando era rutinario sustituirlos por “los militares”, pero en los buenos momentos beneficia a los integrantes menos dignos de la cofradía.
La llamada sociedad civil es sin duda más fuerte de lo que fue hace treinta años, pero así y todo sigue siendo muy débil en comparación con la de los países desarrollados. Por cierto, todavía no es capaz de controlar la calidad de las instituciones, de los funcionarios y de los políticos. Si, como dice Gustavo Beliz, en la década de los 90 la Argentina fue una “narcodemocracia” en la que los funcionarios públicos se dedicaban a la compraventa de leyes, al lavado de dinero y otras actividades igualmente lamentables, fue porque la “sociedad civil” estaba dispuesta a tolerarla a cambio de las mejoras económicas de la primera mitad del decenio aludido. ¿Hemos mejorado a partir de entonces? No existen muchos motivos para creerlo. La actitud acrítica de la mayoría para con el gobierno de Kirchner hace pensar que los mismos mecanismos que aprovecharon de forma insolente los menemistas siguen funcionando como antes en favor del santacruceño y de sus adláteres. Puede que los patagónicos sean más honestos que los riojanos o puede que sólo sean más hábiles: por ahora no hay forma de saberlo, pero por tratarse de productos de la misma cultura política, sorprendería mucho que las diferencias resultaran ser tan notables como Beliz quisiera convencernos porque, a pesar de todo lo ocurrido últimamente, hasta ahora los cambios que se han registrado fueron meramente superficiales.
     
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación