Miércoles 8 de octubre de 2003
 

Las preferencias de los neuquinos

 

Por Ricardo Villar

  Muchos gestos de malestar; algunos auténticos, otros muchos mal disimulados. Hubo preocupación por la ratificación del mandato provincial y por la amplitud del triunfo electoral del domingo 28 de setiembre. Hace algunos años ocurrió algo igual en la Argentina, cuando casi todos decían que no habían votado a un presidente, pero las urnas se llenaron de votos que permitieron una reelección.
Nadie se sorprendió. El resultado estaba cantado, aunque todos los que lanzaban tal sentencia sostenían que no votarían por la lista que llevaba tal candidatura.
Entonces, la conclusión fue obvia: si todos los que dicen que no votarán en tal dirección son sinceros, el protagonista no puede ganar.
Pero el favorito ganó y por un margen tan amplio que le permitió a su partido, además de consolidar su poder político, adueñarse de cuatro de los cinco escaños que le corresponden a ciudadanos neuquinos en la Cámara de Diputados de la Nación. Además, con el aporte de sus aliados, tener asegurado el control de la Legislatura provincial, un espacio que no pudo dominar en esta gestión que termina y que le provocó más de una rabieta, además de ver postergados algunos proyectos muy preciados para él como la reforma del Estado, la modificación de los estatutos de los empleados estatales y docentes, lograr una ley provincial de educación que reproduzca contenidos de la ley Federal y, lo que le quitó el sueño durante este último tiempo, introducir profundas reformas en la Constitución Provincial.
Todo esto anticipó hace pocas horas el reelecto gobernador, lo quiere tener apenas los legisladores juren, si es posible para antes de la próxima Navidad. Decisión política tiene, diputados que coinciden con dichos objetivos, también. Entonces sólo hace falta esperar.
Curioso comportamiento el de la mayoría de los integrantes de la sociedad neuquina. Como nunca, contaron con información suficiente para tener un perfil exacto de sus gobernantes. Tanto en las grandes ciudades como en los pueblos, los comentarios sobre el comportamiento de la mayoría del funcionariado, empezando por la principal figura del elenco, eran y son tan populares como lapidarios. Había, y hay, información desde la evolución patrimonial de muchos de ellos, hasta los problemas familiares que pudieron tener.
Con información tan precisa, cualquier observador externo daría por descontado que una elección la debería ganar otro que expresara valores diferentes a los puestos de manifiesto por los gobernantes que merecían descalificaciones que partían desde todos los ángulos de la sociedad.
Pero las cosas son como son, y no como uno quiere que sean o como uno las idealiza.
Ya está claro que en la sociedad neuquina -y tal vez en Río Negro pase algo parecido, y en el Chaco, Salta, Santiago del Estero o Buenos Aires- se han incorporado conceptos muy claros, que premian estilos y comportamientos que poco o nada tienen que ver con los contenidos éticos que exige un genuino modelo democrático y republicano de gobierno.
Entonces algunos caen en el voto útil sin tener en cuenta lo que saben de los candidatos, otros en la irresponsabilidad de votar lo que le acercan, otros, por aversión a la política, no votan o votan en blanco o de forma que su pronunciamiento sea anulado, y otros muchos votan presionados por el miedo a perder un trabajo, un subsidio y algún tipo de ventajas, no siempre lícita. Hay, sí, un segmento que vota por convicción, tanto a los ganadores como a los que ocupan otros lugares. Pero las clasificaciones descriptas en primer término van engrosando en adherentes, de la misma forma que pierde calidad el sistema de elección.
No debe ser casualidad que la mayoría de los gobernantes locales se preocupa exclusivamente por las cuestiones materiales que se reflejan en estadísticas, a las que rara vez se les incorpora el componente humano. Pocos dirigentes políticos, muy pocos, se refieren a esas cuestiones pero también a la adecuada formación de niños, jóvenes y adultos. Pocos, muy pocos, predican que la escuela debe formar fundamentalmente hombres con capacidad para hacer valer sus derechos y ejercer sus responsabilidades y luego recibir la capacitación laboral. Pocos, muy pocos, inculcan los valores éticos que deben presidir cada acto de la vida del individuo y enseñan que el ejercicio de la democracia no se agota concurriendo a votar cada dos o cuatro años. Es lógico que así sea porque hacer esto es un atentado contra la demagogia y el clientelismo, que constituyen buena parte de su base.
Hacer política es hacer docencia. Y por lo visto, lo que la sociedad viene aprehendiendo de los políticos dominantes, de los exitosos contemporáneos, es justamente lo contrario de lo que debe recibir una sociedad que necesita salir de una crisis integral con el estómago lleno y las neuronas fortificadas, pero también con herramientas y valores que hagan sólido y sostenido su crecimiento intelectual y espiritual.
Aquí siguen reinando algunos conceptos escandalosos: “roban pero hacen”; “salvarse con la política”; “tiene capacidad de gestión...”; “es honesto, pero...”; “come y deja comer...”, y otros por el estilo.
Mientras la conducta social no se aparte de estos dogmas en la provincia neuquina -y seguramente en tantas otras- no habrá ninguna posibilidad de avanzar hacia la vigencia de un sistema democrático y republicano consistente. Habrá cambios de autoridades y, por ahí, hasta de partido en el gobierno, pero el estilo seguirá siendo el mismo, porque la sociedad ha sido formada para que sea así y otro sector quiere que sea así.
El día en que la mayoría de la sociedad despierte y asuma que debe buscar niveles de dignidad que ha resignado, que quiere ser protagonista de su destino, que no debe rendir tributo a nadie para lograr lo que le corresponde, que en una democracia no hay amos y esclavos, ese día comenzará el cambio cultural que muchos reclamamos. Paciencia y constancia; eso no será ni inmediato, ni rápido ni incruento.
Pero hay que seguir trabajando para que llegue, superando los reveses electorales, las censuras, las hirientes subestimaciones y la incomprensión.
Pese a todo quiero ser optimista. Espero que los ganadores no crean que han recibido un respaldo a la impunidad y a todo lo que ella cobija, sino como un crédito u oportunidad para corregir los numerosos y variados abusos y errores que se han cometido en el ejercicio del poder.
     
     
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