Domingo 5 de octubre de 2003
 

¡Acá estoy!...

 

Por Carlos Torrengo

  Era una cuestión de tiempo.
Estaba en la naturaleza de los hechos.
Y ahora, simplemente sucedió lo previsto: acompañado con música que refleja poder, el kirchnerismo consolida su cabeza de playa en Río Negro.
Y la consolida al margen del PJ provincial. Método, la mentada transversalidad. Socios esenciales del desembarco: el ideológicamente cada vez más flexible y frentista Julio Arriaga y el peronista Eduardo Rosso.
A Kirchner no le “gusta” como está el PJ rionegrino. Lo sabe atrapado desde tiempos bíblicos por patologías de complejo tratamiento. Patologías que sólo le acreditan descrédito y derrotas. Limado de poder.
El presidente suele posar su mirada sobre el peronismo rionegrino. Y cuando lo hace, con la celeridad del rayo llega a una conclusión: así como está, no le es funcional a su proyecto de acumulación de poder.
Semanas antes de asumir, Kirchner se reunió varias horas con Torcuato Di Tella. De la conversación con el sociólogo surgió un libro estructurado vía reportaje. Es cierto: el mecanicismo domina no pocas de las respuestas del mandatario. Y esto no es contradictorio con que el trabajo tenga aportes interesantes en el manejo de ideas.
- Si usted me pregunta cuál es la ideología actual del peronismo, le respondería primero lo que el peronismo es hoy: una inmensa confederación de partidos provinciales con liderazgos territoriales muy definidos- dice Kirchner en un tramo del libro (*).
Desde lo estructural, no hay razones que lapso mediante esa definición haya mudado en mucho. Entonces, siguiendo esa descripción, vale un interrogante: ¿hay en el justicialismo rionegrino un líder con peso significativo como para conversar con Kirchner en términos de poder real?
No lo hay.
Ni siquiera el amigo del presidente, Eduardo Rosso, encarna una eventual proyección de poder como para aspirar a ese sitio. Al menos hoy.
Es más, el poder político de Rosso está íntimamente ligado a la suerte de la administración Kirchner. Está “colgado” del devenir de esa singladura: gloria o derrota, vieja, tirante y exigente ecuación en la política. “El destino del poder siempre está vinculado con esas dos dramáticas palabras”, escribió Tayllerand.
Hacia dentro del PJ, hoy Rosso quizá no contenga más de lo que cosechó en las elecciones. Salió cuarto en Viedma, la cuna de su poder. Y para el manejo del MARA desde vertientes peronistas, sigue teniendo los mismos alfiles con los que llegó a las urnas. No sumó nada.
Pero en la periferia de Kirchner se computan en voz baja otras falencias de Rosso a la hora de conducir política. Entonces, se habla de un estilo gelatinoso, con largos y desconcertantes lapsos de evasión a la hora de las decisiones. Y en esa periferia también se detecta un discurso que hacia dentro de sus fieles, Rosso instrumenta con abundancia de medias palabras.
En el accionar conjunto de todas esas conductas radica el distanciamiento que de Rosso produjo el líder del Movimiento Popular Patagónico, Julio Salto. Socio importante del MARA, Salto se asqueó de un abanico amplio de cosas de Rosso. Desde llamados no contestados hasta decisiones del MARA para las cuales el cipoleño no fue consultado.
Y se sabe que el jueves, mesa de por medio, comenzaron a tejer la distensión.
Y cuando en procura de una referencia de poder Kirchner sigue extendiendo su mirada sobre el conjunto del PJ rionegrino, más desierto.
En esa carpa, la poda de poder tiene fuerza de huracán caribeño. Hay toda una generación de dirigentes comprometida en ese proceso. Tenían algo más de 30 cuando se inició la transición. Hoy, más de 50. En política, jóvenes en cualquier parte del mundo. Pero en Río Negro, estos peronistas arrastran dos décadas de sistemáticas derrotas en manos del radicalismo.
Ya se sabe, Carlos Soria no figura en el interés del presidente. Sólo el eventual triunfo del rionegrino en las comunales de Roca podría amortiguar ese desinterés.
El presidente no ignora tampoco que en el PJ provincial hay apurados por dar fe de “kirchnerismo” de la más noble madera.
Gente que, con Menem en el poder, aplaudió el desguace del ferrocarril en nombre de la eficiencia fiscal. Y ahora aplaude el retorno del ferrocarril en nombre de “eternos valores nacionales y populares”.
Entre los necesitados de dar fe de “kirchnerismo” puro está el presidente del PJ, Juan Carlos Del Bello. Podría llegar a ser un político interesante. Tiene a su favor un espíritu inquieto. Y suma pasión por las ideas.
Pero se traiciona acicateado por la búsqueda de protagonismo. Todo un estilo que lo llevó a equívocos en los que empeñó capital. Porque sólo desde un ataque repentino de ansiedad por aspirar a ser lo nuevo en el PJ rionegrino -en el que se reinstaló hace seis años- pueden explicarse desaciertos de Del Bello.
Como en el ’99, cuando repentinamente se sumó de ‘coequiper’ en una fórmula cuyo líder ya era sinónimo de fracaso en la lucha por la gobernación: Remo Costanzo.
A lo largo de una década, Del Bello fue una pieza de importante rango en la administración Menem. Fungió ideológicamente consustancial a ese proyecto. ¿Por qué ahora, desde el inclaudicable desprecio y rencor que siente por el menemismo, el presidente podría fijarse en Del Bello para dinamizar la articulación del kirchnerismo en la provincia?
Porque Del Bello es un dirigente intelectualmente útil, puede legítimamente argumentarse. Pero sucede que -en términos de Charles De Gaulle- no es fácil seducir al rencor.
Desde la orgánica del PJ provincial, sólo hay un dirigente con el cual el presidente construye lentamente un vínculo muy maduro: Miguel Pichetto. Es un hombre con poder. Le viene de ser presidente del bloque de senadores del oficialismo.
El mandatario sabe que Pichetto no está imbuido de setentismo. Es más, el senador reflexiona ese tiempo desde la sangre y dolor que lo signó. No desde la propuesta de poder por la cual jugó un Kirchner de cabello largo y una novia de vaqueros ajustados, hoy su esposa.
Pero en Pichetto el presidente encontró un sereno y firme interlocutor entre el bloque y él. Semanas atrás, el presidente lo invitó a viajar a los Estados Unidos. Y ya en la mole del poder, lo jerarquizó haciéndolo participar de todos los contactos que mantuvo el mandatario.
Todo indica que el vínculo entre ambos se enjuaga en sinceridad. Una relación en la cual Pichetto se cuida de no cometer un desatino: hablar del PJ rionegrino.
Un peronismo que siente que el kirchnerismo sienta reales en Río Negro, incluso al margen del partido.
- El proyecto que encarnamos se plantará si o sí en todo el país. Si es con el peronismo, mejor; si no igual- sentenció el viernes al mediodía en un almuerzo en Cipolletti uno de los ‘mano derecha’ del presidente, el neuquino Oscar Parrilli.
Antes de hablar hubo que asegurarle que no había periodista en el lugar. ¡Santo inocente don Oscar!... Porque si quiere, el periodismo siempre está....
Tanto como Kirchner en la Rosada...


Carlos Torrengo
ctorrengo@rionegro.com.ar

(*) “Después del derrumbe”, Edit. Galerna: Bs. As, 2003, pág. 126

     
     
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