Viernes 3 de octubre de 2003
 

Encomio de la cultura clásica

 

Por Héctor Ciapuscio

  Es bueno detenerse a pensar sobre la gravitación duradera de la civilización romana, en Occidente, en el lenguaje contemporáneo, la literatura, los códigos legales, el gobierno, la arquitectura, las artes, la ingeniería. Eso ayuda a poner los pies sobre lo firme. Refiriéndome sólo a lo lingüístico, podría recordar que la lengua latina, racional y pragmática, sintética y exacta, fue enseñada en Occidente durante 2.000 años para ayudar sobre todo a que los estudiantes pudieran entender mejor el propio y otros idiomas. Hay que reflexionar sobre el hecho de que el nuestro, el español, es casi puro latín que evolucionó en veinte siglos. Por otra parte, si alguien puede dudar de su presencia en el mundo actual -tanto en el norte como en el sur- y sobre la oportunidad de evocarlo, piénsese nomás en la multitud de términos que viven en la lengua oral o escrita de nuestros días. Véanse para recordar unos pocos: alma mater, alter ego, habeas corpus, ignoramus, in extremis, ipso facto, persona non grata, per capita, prima facie, quid pro quo, sui generis, sine die, sub poena, viceversa, a. m. (ante meridiem), p. m. (post meridiem), Etc. (et sic de coeteris), i.e. (id est), A. D. (Annus Domini), R.I.P. (Requiescat In Pace)...
En nuestros viejos buenos tiempos los diarios solían emplear citas en latín cuando hacía falta una expresión directa, concisa y evocativa. Había tipógrafos de los que aprendieron el oficio con los curas y la imprenta parroquial y había periodistas formados en aulas donde las referencias de la Roma republicana o imperial eran materia corriente. Ni qué hablar de los políticos, ésos usaban citas clásicas como exocets. Algún taquígrafo legislativo confesó en sus memorias del Congreso que sudaba tinta tratando de recoger correctamente expresiones eruditas en el idioma de Horacio al transcribir discursos parlamentarios de conservadores o socialistas refinados y elocuentes. Hubo hasta proclamas revolucionarias anteriores a la ley Sáenz Peña que se titularon en latín y así pasaron a la historia; bien distintas como piezas literarias, claro está, de los bandos militares posteriores que sufrimos. Son cosas del pasado porque ahora los políticos y los periodistas, olvidados de lo clásico, no tienen a menudo más remedio que expresarse como los ‘bla-bla-blantes’ de la tevé. Notoria excepción entre la gente de prensa pretende ser uno de los autores de aquel famoso comunicado marcial que preludió el ascenso a la Rosada de Onganía. El es, justamente, de los pocos periodistas que se obstinan todavía en florearse con latinazgos y exhibiciones eruditas, pero, infortunadamente, según el tirón de orejas académico que suele propinarle públicamente un impertérrito emérito de Letras, esos despliegues no son a veces otra cosa que pifias y pedantería.
Denunciado alguna vez por un académico sensible, el ayuno de cultura clásica y en particular de su faz lingüística que nos ha sobrevenido se traduce asimismo en errores que vienen cometiendo hasta los buenos escritores y que por eso, justamente, porque ellos deben dar ejemplo de pulcritud literaria, no deben aceptarse. Uno, por ejemplo, citó hace poco a Julio César declarando luego de su triunfo en la batalla de Zela en lugar del correcto “veni, vidi, vici”, un feo “vini, vidi, vinci”. Otro incurrió en el desliz -muy generalizado por otra parte- de escribir “statu quo” en lugar de “status quo” (que es forma abreviada de “status in quo” para significar “el estado en el cual”), una falta delicada en cuanto muestra que se ignora la gramática básica del idioma utilizado. Un tercero se distrajo poniendo “ultima ratio reges” en lugar de “ultima ratio regum” (“el argumento final de los reyes, la guerra”).
No creo que estas cosas sean nimiedades, hacen al decoro del trabajo intelectual y dan pautas del nivel cultural del conjunto. Por otra parte, no pienso, como piensan muchos, que la moderna cultura científico-técnica sea antagónica con la clásica y que no valga la pena esforzarse por preservar a ésta. Hay modos de compatibilizarlas -y con ganancia en goce intelectual, como lo ejemplifica un libro recientemente comentado (“Galileo’s Finger”, del inglés Peter Atkins), en el cual el manejo filológico y literario del autor armoniza maravillosamente con su maestría científica y la realza. Quizá es Inglaterra, justamente, el país donde la herencia clásica sigue mejor iluminando el presente y donde no sólo el latín sino también el griego conservan mucho de su antiguo prestigio como pilares de la cultura. Hay relatos militares sobre oficiales ingleses que se entendían en campañas coloniales con mensajes cifrados en latín para ocultarlos del enemigo. Tenemos también la historia, ésta universitaria e intencionada en cuanto a la pretensión “Torre de Marfil” de la institución, de que al comienzo de la Primera Guerra Mundial un grupo de mujeres patriotas que estaban recorriendo la región para reclutar soldados cayeron en Oxford. Allí se toparon con un caballero en su toga de profesor que estaba leyendo el texto griego de Tucídides. Una de ellas le preguntó: “¿Y qué está Usted, joven, haciendo para salvar la Civilización Occidental?” Parándose en toda su estatura, el caballero miró abajo de su nariz y replicó: “Señora, yo soy la Civilización Occidental”.
     
     
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