Viernes 3 de octubre de 2003
 

BID: desarrollo,
territorio y sociedad

 

Por Alberto Félix Suertegaray (*)

  El territorio refleja en última instancia la organización de la sociedad que lo habita, mucho más que la naturaleza misma y más allá del peso que ésta tiene en el caso rionegrino. En consecuencia, las disfuncionalidades del territorio son antes disfuncionalidades del conjunto de la sociedad que allí reside.
Es por eso que resulta difícil hablar sobre la economía provincial sin mencionar las instituciones que la constituyen, así como diseñar políticas de carácter territorial sin pensar en los cambios que deben operarse en su estructura socioeconómica. Por otro lado, también sabemos que formular políticas socioeconómicas sin un adecuado tratamiento del componente territorial puede conducir a un crecimiento espacial y socialmente desequilibrado.
Ahora bien, en nuestro territorio las disfuncionalidades de la organización social tienen su reflejo en profundos desequilibrios. Estos desequilibrios, de índole social y económica, vulneran el principio de igualdad de oportunidades y comprometen el crecimiento equilibrado de la sociedad. Las desigualdades se manifiestan en diferentes niveles y se expresan como:
• Diferencia cuantitativa en los niveles de vida y en el acceso a los servicios básicos y superiores.
• Deformaciones estructurales de la población, con sensible disminución de la población activa y con desigualdades marcadas en lo concerniente a las expectativas de vida.
• Patentes desequilibrios de productividad, en los niveles tecnológicos y en el peso político que pueden tener los empresarios.
• Inconsistencia de actividades motrices de las economías regionales que parecen incapaces de sustentar un desarrollo autosostenido de sus sistemas de producción.
• Concentración de la población en las zonas urbanas, con deterioro de la calidad de vida y perturbaciones en el sistema democrático de representación política.
• Estado desarticulado, impotente para concebir e implementar estrategias de desarrollo y entregado a actividades asistenciales y clientelistas.
• Sistemas de educación, salud, seguridad y justicia altamente deteriorados.
• Altos niveles de endeudamiento público y privado.
Todo esto ha desembocado en una creciente polarización social, productiva y espacial que es necesario revertir, pero que se ha visto agravada últimamente por el proceso de desindustrialización que trajo aparejado el modelo de convertibilidad (un dólar = un peso), por las consecuencias traumáticas del abandono caótico de dicho modelo y por la ausencia de políticas públicas claras.
El desempleo y el deterioro del poder adquisitivo de la moneda han hecho impacto en las poblaciones de mayor fragilidad socioeconómica, con sus secuelas de bajos niveles alimenticios y nutricionales en los niños, problemas sanitarios, deserción escolar, marginalidad, etc. Es así como, empujadas por la creciente polarización social, nuestras ciudades parecen ser zonas de destrucción y decadencia en vez de áreas de dinamismo y expansión.
Mientras, el Estado provincial se ha mostrado incapaz para actuar en la coyuntura con metas de más largo plazo, como agente de equilibrio y de distribución social y territorial del ingreso. También está condicionado para emprender obras públicas necesarias, para brindar servicios de carga pública, para sancionar y hacer cumplir las regulaciones que la comunidad demanda en forma eficiente y eficaz y, más aún, para asumir tareas fundamentales en torno de la modernización tecnológica y la creación de infraestructura productiva.
Lo expresado hasta aquí muestra la gravedad del diagnóstico y cuán difícil puede ser encarar acciones para revertir la situación. Río Negro es una provincia con inmensas dificultades pero viable, y se encuentra con la oportunidad de atender a la coyuntura y repensar su futuro. Pero ese futuro es inseparable de la necesidad de remover viejas rémoras y de producir cambios estructurales en la sociedad.
Todo esto debe ser ponderado equilibradamente a la hora de diseñar políticas y de elegir estrategias de carácter territorial. Pero no basta. Para anticipar oportunidades y dificultades es necesario también mirar al mundo, atravesado por profundas transformaciones, motorizado por la revolución tecnológica que afecta dramáticamente la vida cotidiana, con la internacionalización de la economía y los nuevos sistemas de relaciones entre las naciones.
La geografía económica mundial se modifica aceleradamente. Los escenarios en que se desarrollan las actividades productivas y financieras relevantes se hallan fuertemente interrelacionados y muestran una sorprendente dinámica. Nuestros sistemas de gestión no pueden controlar estas variables y sólo nuestra capacidad de anticipación puede lograr orientarlos hacia los objetivos políticos deseados y posibles.
En fin, en un contexto de fuerte polarización socioeconómica, el nuevo modelo de desarrollo territorial debe tratar de superar las disfuncionalidades generadas por un largo proceso de desindustrialización, y la estrategia debe estar estrechamente relacionada con una renovada concepción de la sociedad, a la luz de los cambios mundiales. Creo que las iniciativas deben conectar los sectores de la producción con los de servicios, el desarrollo científico-educacional con el sistema productivo y todo ello con la infraestructura y el equipamiento territorial, pero para recuperar la dignidad deberá favorecerse la madurez natural del hombre como resultado del desarrollo armónico de sus virtudes humanas, buscando maximizar los siguientes criterios:
• Un desarrollo socioeconómico difuso, descentralizado y ligado estrechamente al territorio.
• El crecimiento de la calidad de vida y la igualdad de oportunidades.
• La conservación del medio ambiente y los recursos.
• La integración de la vida política, social y económica.
• La correcta funcionalidad del sistema político territorial.
Es necesaria una política renovada para que las nuevas fases del desarrollo económico y social sean más equitativas y duraderas. Las iniciativas deberán ser muy dinámicas, flexibles y adquisitivas. Es hora del planeamiento estratégico, de buscar nuevas direcciones fijando objetivos sobre metas posibles y alternativas. Se deberá pensar no sólo en las ventajas naturales que proporciona en una región la presencia de recursos, sino en las ventajas competitivas que crea la sociedad con su acción política y el hombre mismo con su conocimiento.
Más adelante, probablemente, las metrópolis regionales tomen el relevo de ciertas funciones hoy localizadas en Buenos Aires y descentralicen decisiones a los centros medios y a los centros locales. Estos, junto a los nuevos polos industriales -algunos en gestación- y a los núcleos científico-tecnológicos, serán los nuevos nodos sobre los que se acumulará, generará y transmitirá la forma moderna de la vida política, económica y social. Se tratará de un espacio de conexiones y flujos, de un verdadero territorio funcional.
La integración del conjunto en un nuevo sistema de relaciones en lo interno y con el entorno, requerirá una reorganización funcional de las redes y de un sistema de comunicaciones y de transporte que incorpore los avances tecnológicos para difundir espacialmente el desarrollo. El diseño de conjunto del sistema territorial brindará entonces la posibilidad de reorganizar espacialmente el subsistema productivo, la oferta de empleo, el equipamiento social y los asentamientos poblacionales.
Finalmente, debería tenerse en cuenta una adecuación del sistema político institucional en un país donde no existen modernos instrumentos que permitan articular políticas sectoriales y jurisdiccionales. De cara al futuro, el territorio debe recuperar su papel social para lograr un desarrollo sostenido de la competitividad con equidad y sustentabilidad.

D. Sc., Cátedra de Economía Social
de la UNC
     
     
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