Martes 14 de octubre de 2003

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De madrugada, por el ansiado despegue

Análisis

Para Los Pumas, la adolescencia no queda tan lejos

A las pocas horas de que esta edición esté en la calle, Los Pumas ya habrán jugado con la débil Namibia y conseguido, si un milagro no ocurre en Australia, su primer triunfo en el Mundial de rugby.

Con el debut ya como parte del pasado, para el equipo argentino comienza el mayor desafío: derrotar a los equipos que debe derrotar y doblegar a Irlanda, el rival a vencer, para pasar de ronda Ganar en el encuentro inaugural ante el campeón del mundo y anfitrión formaba parte de un terreno heroico. Los Pumas eran el pato de la boda de apertura, y Australia no se hizo un banquete con ellos. Ahora, toda la patria del rugby repite al unísono: Argentina no jugó como podría haberlo hecho. La impresión primigenia es compartir ese razonamiento. Un puñado de días más tarde ronronea la duda: ¿Fue así realmente?

Esa misma opinión pública esperó el partido con expectativa desbordante, alimentada, tal vez, por esa tendencia propia de la argentinidad de creer que el sol gira alrededor nuestro. Los rivales, parece, nunca cuentan. La tendencia es siempre la misma: mirarse el ombligo, como si la historia la escribiera sólo el lápiz albiceleste. ¿Qué hubiera ocurrido si la Argentina jugaba en su nivel? Pues es imposible saberlo, en especial porque una de las razones por las que Los Pumas no desplegaron sus garras fue porque los wallabies entrenaron, y mucho, para evitarlo. El mérito es de ellos, que defendieron con la sabiduría que suelen tener, aún a costa de resignar -sí, aunque no parezca, así ocurrió- el dominio territorial. En el segundo tiempo, por caso, Los Pumas tuvieron más la pelota. No supieron encontrar la llave del candado wallabie Ernesto Ure, excelso rugbier de antaño, se indignó en la tevé: "En mi época, podía pasar cualquier cosa, pero cuando había un penal Hugo (por Porta) metía los tres puntos". Es cierto, Porta metía los tres puntos, pero Porta era el mejor apertura del mundo, un mérito mayúsculo, desbordante. Y es cierto también que Gonzalo Quesada tal vez hubiera acertado alguno de los tres penales que falló Felipe Contepomi. Ahora bien, ¿No hubiera hecho estragos ante Quesada el enorme octavo australiano, David Lyons, que en todos sus arranques apuntó derecho a la humanidad de Felipe, mejor tackleador que el ex Hindú? Contepomi, tras un par de yerros, comenzó a controlarlo. Fue otro mérito de Eddie Jones, el coach wallabie: nadie esperaba que un habitual suplente como Lyons -el lesionado Kefu es el titular- tuviera un papel central. Apostó a él y acertó. El rugby de hoy también es un duelo táctico, donde los entrenadores tienen importancia medular Mercelo Loffreda es un técnico moderno que ya cuando entrenaba al SIC vislumbraba cómo sería el rugby del siglo XXI. Le tocó ser el capitán de un barco que hasta su llegada parecía el Titanic, oscilando entre el triunfo épico, el escarnio y la catástrofe. Acaso ese sea el mayor mérito de su gestión: navega sobre aguas más calmas. Las batallas entre escuelas de rugby, las sordas peleas de dirigentes son pasado. Ya no hay más golpes palaciegos -recordar a José Imhoff-. Hace sólo cuatro años, Los Pumas dejaban la adolescencia. Aún es tiempo de crecer  

                  Pablo Perantuono

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