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Los Solorza, Una familia motoquera
Viven y gozan con la velocidad
Van a doscientos, pero no se consideran locos.
"Cuanto más rápido andás, más
lo disfrutás".
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La pasión por las dos
ruedas parece viajar en los genes de esta familia de motoqueros. |
Estos chicos
no están bien de la cabeza. Algo les falta.
Es lo primero que se le viene a la boca a cualquiera que los observa en
acción.
Viajan a más de doscientos kilómetros por hora y, cuando doblan esas verdaderas
“bestias”, mantienen una de las rodillas y uno de los codos tocando el
asfalto.
El que pensó todo esto no está errado, pero hay un margen para la duda.
Es cuando se los ve llega a los boxes, sonrientes, felices porque lograron
su objetivo.
“Metí un ‘tiempazo’, ahora la moto anda como me gusta, la siento cómoda”,
le comenta a su entorno Marco Solorza con sus frescos dieciséis años,
un físico que parece imposible que pueda dominar semejante aparato que
llega a velocidades escalofriantes y varias fracturas en su cuerpo producto
de andar al límite.
“Loco, te felicito. Salió el tiempo. ¿Yo? Los huesos ya se aflojaron,
recién empiezo a manejar”, asegura uno que vuelve como Delfín Ontiveros,
de veintiocho años y muchas historias.
“Lo que me costó bajar el 1m 12s”, se sincera el tricampeón argentino
Martín Solorza, de dieciocho años, después de marcar un tiempo de clasificación,
pero andando colgado en todos lados.
Ellos están felices, en lo suyo. Si hasta se sorprenden cuando “Río Negro”
le plantea una serie de preguntas que tienen que ver con su mundo, el
de la velocidad. “¿Locos? No creemos, tal vez un poco”, aseguran los tres
unidos por una sonrisa cómplice que busca más banca entre los mecánicos
o Miguel Solorza, casi retirado de las motos porque se dedicó por completó
a la atención en pista de sus dos hijos.
Tampoco podía faltar el eterno Armando Colomo, quien confiesa: “Esto es
pasión pura, sólo con esta definición se puede explicar lo que sentimos
arriba de una moto”.
Linda historia la de estos muchachos que juegan con la velocidad. Encarar
un frenaje a más de doscientos kilómetros por hora se convierte en un
placer. Los que aseguran que el domingo en el autódromo roquense los aficionados
se llevarán una sorpresa con el nivel que tiene en este momento el certamen
argentino de motociclismo de velocidad.
•El miedo: Son humanos, imposible no sentir miedo,
por más que los pilotos de cualquier categoría aseguran que no existe.
“No tengo miedo, sí muchos nervios en el momento de la largada. Después
de una vuelta se pasa todo. Te concentrás en andar lo más rápido posible”,
asegura Marco.
“Para mí lo peor son las largadas, son crueles. Venís en la vuelta previa
meta darle al acelerador. Después te parás en la largada y son cinco minutos
interminables”, según Delfín.
“¿Miedo? Para nada. Sino no estaría arriba de un ‘bicho’ de estos. A veces
pasas que podés dudar en encarar una curva a fondo o darle un respiro
al acelerador, pero no se te cruza otra cosa por la cabeza”, expresa con
autoridad Martín, quien apunta a lograr su cuarto título y ya estuvo entre
los ternados para el Olimpia, con Sebastián Porto nada menos.
•La velocidad: Para todos, algo difícil de explicar
en pocas palabras.
“Cuando más rápido andás, más lo disfrutás”, define Marco.
“La velocidad es bárbara, cuando te deslizás en una curva acelerando es
una sensación increíble”, dice Delfín.
“Me encanta andar a fondo. ¿Qué sentís? Nada. Venís súper concentrado,
mirando la pista. A veces en una prueba podés mirar para atrás, pero en
clasificación es a todo o nada”, según Martín.
Palabra autorizada es papá Miguel Solorza. Tiene el récord en Olavarría.
Marcó 305 kilómetros por hora al final de la recta. “Te das cuenta cómo
venis a la hora de frenar. Siempre cortábamos en el cartel de cincuenta
metros, yo en el de ciento ciencuenta. Recién en ese momento tomé conciencia
de lo rápido que venía”, recordó orgulloso.
•El límite: Como en todo deporte, y más de riesgo, hay un punto.
“El golpe, ese siempre es el límite”, coincidieron los tres.
Pero enseguida agregaron que “vos sabés hasta donde podés llegar. Una
referencia es cuando la moto viene como esquiando, ese es el límite. Un
poco más adelante, sino te acomodás, viene el palo”.
•El golpe: “El algunos casos te das cuenta
que viene el golpe, en otros no”, cuenta Marco, quien sabe bastante de
ir al piso porque es uno de los que no se guarda nada para acelerar.
Delfín comenta que “a mí me pasó la última vez que se presentó la categoría
en Roca. Sabía que se venía el palo, y llegué al frenaje en sexta a fondo.
Salí deslizando por el asfalto, mientras que la moto picaba una y otra
vez. ¿Si tuve tiempo de pensar? Sí. En la moto”.
Martín también aporta lo suyo. “Cuando se puede o te da tiempo, hay que
pelearla. Si vas al piso, tratar de no trabar el cuerpo. Si se puede,
encarar para el medio del campo. Una vez que perdiste el control, no tiene
sentido porfiarla”.
Pero hay algo más. Delfín cada vez que se cae sufre por sus manos. “Es
como si se prendieran fuego. Cuando termino de rodar. Me miro y no tengo
nada. Pasa que se calientan los guantes con el roce del asfalto”, aseguró.
No todas son pálidas. Los tres, como Colomo, el viedmense Gerardo Cabaliere,
el neuquino Sergio Menna o el cincosaltense Luis Pesce, se alistan para
el domingo poder disfrutar de volver a acelerar como local después de
mucho tiempo. Y todos, en su intimidad, sueñan con estar en lo más alto
del podio.
Los autos, debut y despedida
El único con experiencia como piloto de auto, aunque puede asegurarse que fue debut y despedida, es Martín Solorza. El año anterior se subió a uno de la monomarca Gol que le armó su papá con el ex campeón argentino Javier Romera.
"No me olvido más de la prueba en el 'Mosconi'. Dimos como cinco tumbos. Cuando venía para los boxes le comenté a papá que prefería caerme a fondo en la moto antes que volcar con el auto", asegura.
Y después reconoce que "adentro del auto venís atado, es más seguro. Pero me dio la sensación de estar encerrado. Te acordás de todo, pero es interminable. En la moto, lo más probable que te tengan que contar lo que pasó".
"La moto es como un arma"
Armando Colomo y Delfín Ontiveros, aunque hay una buena diferencia de edad entre ellos, coinciden en muchos de sus pensamientos cuando de motos se trata. Ambos comentan que "se siente una satisfacción muy grande cuando sacás a alguien que anda 'loqueando' en la calle y lo llevás a una pista. Hay que saber que esto es como un arma, hay que tenerle mucho respeto y gran cuidado para manejarla".
"Yo cuando veo a un 'pibe' en la calle lo invito a acelerar en la pista. A veces la contestación te deja sin palabras. 'A ver si me cebo y me caigo'. Son unos cagones...", dispara Ontiveros.
En cambio, Colomo asegura que "yo trato de
seguir sumando. Por más que no acepten la invitación, insisto.
En la pista están más seguro, es un peligro menor al que existe
cuando andan en la calle. Eso seguro".
En la calle, sin excesos
“Antes de empezar, me pegué unos palos
bárbaros en la calle. Ahora tengo una “mil”, pero ando “tranqui”, no soy
de cometer excesos. Y si algún día tengo que ir rápido a un lugar, tengo
miego de andar fuerte”. La reflexión pertenece a Ontiveros.
“Yo disfruto cada vez que saco a un motoquero de la calle y lo llevo a
la pista. En este lugar es donde hay que acelerar. Tenés todas las medidas
de seguridad”, apunta una y mil veces “Armandito”, como todos sus discípulos
lo apodan a Armando Colomo.
“Soy de andar en moto, pero tranquilo. Tengo una que no levanta más de
sesenta kilómetros”, asegura Marco.
Raúl Bernal
rbernal@rionegro.com.ar
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