Miércoles 29 de octubre de 2003

Mediomundo

Tiempo

Sentarse a la mesa de un buen restaurante no es un gasto sino una inversión. Y la charla que emerge del encuentro la ganancia. Tampoco hay pérdida en las conversaciones que se alargan en la casa de algún amigo. Esas que comienzan a la tardecita y terminan, con los ojos chiquitos, en la madrugada. La vida también cabe en una cena de sábado.

El tiempo adquiere otro cuerpo, una fórmula de constitución milenaria y frágil cuando tenemos algo para intercambiar en las reuniones culinarias. A veces invitamos al silencio. A veces a la risa. A veces a la poesía.

La comida es el contexto donde se escribe y se dice. El paisaje sobre el que nos inspiramos. El mar y la noche. Los ojos de un hermano.

Es absolutamente ordinario y lastimoso, en cambio, perder valiosas fracciones de segundo cerrando una canilla que no funciona porque la "gomita" en su interior se ha desgastado o en una llave que necesita más de tres giros para abrir la puerta. Resulta indignante ver cómo la vida se escapa frente a un semáforo fuera de servicio. También son una cruz los vampiros cotidianos del horario ajeno. "Robamomentos". Intrigantes sin espacio. Ulises navegando en los mares de la nada. Suena obsesivo. Y lo es.

No hay motivos para pensar que ésta es una vida entre muchas y que por lo tanto podemos darnos el lujo de malgastar en estupideces los instantes que la componen. Atenazados en la simple elegancia de las formas y las buenas maneras, el tiempo se escurre de las manos sin remedio. Mejor esgrimir una excusa y huir por la derecha. El tiempo es oro, dicen. El tiempo que transcurre entre la sonrisa y el llanto, en un beso fugaz, en un trago de vino, en una canción de dos versos, es tu tiempo. Tu existencia.

No propongo andar a la velocidad de la luz por las calles y las relaciones sociales sino adueñarse de lo que nos pertenece. Inclinar la balanza hacia lo que más nos gusta en detrimento de lo que aborrecemos.

Es de noche. Estoy cautivado por cientos de páginas y una botella de cabernet medio vacía. Atravieso con hambre nocturna "El primer trago de cerveza", de Philippe Delerm, la novela policial "Vestido para la muerte", de Donna Leon y "El Evangelio según Jesucristo", de José Saramago. Disfruto del movimiento y el sonido de las hojas a un horario desierto. Todos duermen. Hago zapping sobre los textos hasta que me quedo en uno y sin darme cuenta se hace tarde. Me rindo al sueño.

Por lo general semanas después de este tipo de sesiones, justamente en las charlas de camaradas, recuerdo lo que leí. Me alcanza para una cita o un dato pertinente. Gozamos de las anotaciones al margen y nos cruzamos recomendaciones de títulos que inspiran. Otro tanto ocurre con la música y su alfombra mágica y con los buenos filmes que revelan a su audiencia facetas ocultas del alma humana.

El tiempo no es tiempo si has alimentado la chimenea, o si llueve y sientes el aroma de la leña entrando en tu cuerpo. Buceando en tu ropa. El tiempo no examina la textura de tu piel si enloquecido juras amor eterno. El tiempo no tiene trucos una vez que te internaste en los laberintos de la ficción. Si saboreas el aire de la mañana y eres consciente de que un día pasarás.

Puedo conjurar más de un dolor, más de una decepción si leo a Delerm cuando escribe: "¿Demasiado tarde? El futuro lo hacemos nosotros mismos".

Claudio Andrade

candrade@rionegro.com.ar

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