Sábado 25 de octubre de 2003

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El Ballet Río Negro

 

Salto al sur

 

Gaik Kadjberounian: Nació en Armenia y se formó en la exigente escuela de ballet rusa.
A los 23 años llegó al país, escapando de la caída del comunismo. Logró ser un bailarín destacado. Fue dirigido por distinguidos maestros como Zarko Prebil y Vladimir Vassiliev. A los 32 años eligió radicarse en Roca y ser parte del Ballet Río Negro.

  "Cuando no bailo pienso en bailar"

En el escenario tiene fuerza y caráct

er. En una charla informal, también. Si bien su forma de hablar es grave y entrecortada, maneja a la perfección el castellano. Toda su hombría la utiliza para dar un gran salto en el medio de la ruta hacia las bardas patagónicas. Se eleva y cae como una gacela, etéreo. Gaik Kadjberounian hoy es un reconocido bailarín, pero no le fue fácil llegar a serlo. “Nadie me regaló nada. Tuve que luchar muchísimo para lograr llegar hasta donde estoy”, asegura.
- ¿Cómo empezó todo?
- Jamás creí que iba a ser un bailarín. Yo hacía gimnasia artística. A los siete años me eligieron como bailarín para la escuela de danzas clásicas. En esa época iban a los colegios a buscar chicos. Mi mamá estaba preocupada porque a mí no me coincidían los horarios para seguir haciendo acrobacia. Me querían pasar con gente más avanzada, más grande. Entonces, mi mamá averiguó de qué se trataba esa convocatoria de esa escuela de danzas.
- ¿Ella prefería que hicieras danza clásica a acrobacia?
- Sí, a ella le gustaba, y me llevó a la audición, donde había 214 chicos elegidos. Quedamos 16. Pero empecé muy mal, porque como los primeros seis meses eran preparatorios, era algo muy básico para mí, que venía haciendo cosas más sofisticadas en acrobacia. Con mi maestra nos llevábamos mal, porque ella decía que era un vago, porque me quería enseñar y yo me reía. Hasta que llegó la técnica de la barra. Ahí me interesó la danza. Ella mostraba pasos a los chicos y yo le pedía por favor hacerlos, los más complicados. Y bueno, terminé siendo el preferido.
- Siendo una escuela de danzas con raíces rusas, ¿eran muy exigentes, sobre todo para la edad que tenías?
- Estábamos de ocho de la mañana hasta cuatro de la tarde como mínimo. Teníamos danzas, clases de colegio y después, ensayos para los espectáculos de la escuela, que eran de cuatro a siete de la tarde.
- Es una historia común que las madres elijan por sus hijos, en una carrera que empieza de tan chico, como la danza…
- Allá es distinto, en el sentido de que van a los colegios y te eligen y te dan el día de audición. Ahí tu mamá te lleva y ven si quedás o no, pero atraen a los chicos. Acá en Argentina quizás las madres tienen que pensar más si los traen o no. De hecho, por eso allá no se ven con malos ojos los hombres bailarines. Sí las mujeres, porque a los padres no les gusta que sus hijas se pongan malla, etc.
- Tan chico, ¿no te cansabas o aburrías?
- Eran momentos, como te pasa de grande. Pero estás tres días sin bailar y te volvés loco. La danza es como alguien que vive con vos. Hace más de 25 años que bailo, desde que tengo uso de razón.
- ¿Cómo era el contexto social en Armenia?
- Un bailarín como yo en mi país vivía bien. Nunca pensaba en no llegar a fin de mes ni nada. Cuando se cayó el comunismo, de golpe se cortó todo, fue muy difícil sobrevivir en ese contexto. Y tampoco es fácil para un extranjero sobrevivir en otro país. A nosotros con Armen Grigorian (su mejor amigo, quien está encargado del departamento de Danza Española del IUPA) nos tocó una época dura. Pero teníamos dos piernas, dos brazos y familias, y por eso salimos adelante.
-¿Cómo fue tu llegada a Buenos Aires? ¿Hablabas español?
- Llegué a los 23 y sufrí muchísimo no entender ni poder comunicarme. Me llevó casi un año. Yo me vine a Buenos Aires dejando a mi mujer embarazada de ocho meses en Armenia. Tenía que salir o salir de mi país. Fue muy duro estar separado de ella ese tiempo y estar en un lugar ajeno. Veía a Armen hablar perfectamente, que había llegado justo el mismo día que yo, pero un año antes. Y decía ‘¿cómo hizo?’ Pero pude. Pude con el idioma y con mi carrera. De hecho, cuando llegué entré a una compañía donde se bailaba jazz y tap. ¡Yo era el único bailarín clásico!
- ¿Cuál es el balance?
- Aprendí muchas cosas buenas, y las que son malas también se han hecho buenas. Yo bailé lo que hubo para bailar. Sufrí mucho también. Era difícil vivir en Buenos Aires y viajar tanto con el ballet. Extrañar tu país…
- De Armenia a Buenos Aires y ahora a Roca…
- Vine a pasar muchos días a la casa de mi amigo Armen, que hace rato vive acá y trabaja en el IUPA. Hablando en broma con los jefes de la Fundación Cultural Patagonia y de la escuela, les decía “acá tienen un bailarín”. Pero más que broma, la cosa se puso seria… Norberto “Tilo” Rajneri (director de la Fundación) hizo mucho para que yo viniera. Me trajo como primera figura del ballet, apostó por mí. Le estoy muy agradecido a él y a la Fundación. Así que decidí venir, trabajar y vivir tranquilo. Es importante además estar con mi mejor amigo en Argentina. Mi familia está en Buenos Aires, porque mis hijos tienen que terminar el colegio. Los extraño mucho, pero ya llegarán y nos instalaremos todos juntos.
- ¿Qué es lo que más te gusta o gustó bailar?
- “Paganini” dirigido por Vassiliev. Es una obra bellísima y muy difícil. Además, por lo que implica como bailarín que te dirija alguien como Vassiliev, es increíble. Después, “Don Quijote”, donde podés expresar muchísimo como danza de carácter. Hacer el torero es maravilloso. Todas las obras tienen algo que te mueve.
- ¿Por qué bailarines te sacás el sombrero?
- Por Vassiliev, es el más completo como persona, como bailarín, como artista. Después hay grandes artistas o grandes bailarines. En Argentina en estos últimos diez años se ven muy buenos bailarines. Julio Bocca tiene mucha fuerza. Además, ganó un concurso en Moscú, es muy difícil que un extranjero logre ese premio. Tiene técnica, carácter y mucha limpieza en los movimientos.
- Planes actuales…
- Radicarme en la Patagonia con mi familia. Bailar en el ballet y trabajar como profesor dentro del IUPA. Además, crear cosas, como fue el dúo que interpretamos con Armen para el debut del Ballet Español, que se hizo hace unos días atrás. Creamos una coreografía muy sentida. Además, hice de torero, todo desde el clásico y Armen, desde el español. Fue muy bello.
- La edad, el “reloj biológico de un bailarín”, ¿cómo lo vivís?
- Es lo natural. Uno siempre quisiera ser joven, pero no es real. Yo creo que voy a seguir bailando, mínimo, hasta los 38 años. Por suerte, no tuve ni tengo problemas de rodillas, un tema que quizás hace que tengas que retirarte antes. Igual, quizás como bailarín dejás de bailar en un escenario pero crecés de otras formas. Como educador, además se puede dar mucho, con la enseñanza. Por otro lado, a determinada edad podés bailar otras cosas, menos saltos y más actuación. Llego a Roca ahora y no pienso que hice lo máximo que un bailarín puede hacer, porque para un artista nunca se termina el aprendizaje.
- ¿Qué hacés cuando no bailás?
- Pienso en bailar, la mayor parte del tiempo. Disfruto, claro, de estar con mis hijos, mi mujer y mis amigos. Después, me gusta el fútbol, sufrir con el fútbol, porque soy de River.

Nuria Docampo Feijóo
ndocampo@rionegro.com.ar

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