En clave de Y

Alicia y el cucharón

Humildes o ilustres, los asiduos visitantes al austero despacho de Alicia verán libros, pergaminos y algún retrato. Pero lo que llamará su atención será un sencillo cucharón de madera. Detrás del escritorio, la mujercita enorme les hará saber, golpeando suavemente con el removedor de guisos, que están impacientándola. Ella no pierde tiempo.

No era sólo de timbre que lo usaba. La otra Alicia, esposa de su nieto Luis, cuenta que además del consultorio, el periódico "La Vanguardia" y cuanto mitin la requiriera, la dama tenía cocinando un monumental guiso a fuego lento, con todos los elementos nutritivos e indispensables que como médica conocía, y como socialista consecuente admitía. De modo que para recordarse sus tareas domésticas, ahí estaba el cucharón.

El doctor Luis Justo no hace alarde de tan distinguida abuela, ni desde su puesto en la Universidad del Comahue ni desde la Escuela de Medicina. Hubiera preferido una abuelita, pero el destino le deparó la primera feminista socialista de la Argentina. La vida llegó distinta para los Moreau, exiliados de Francia a Inglaterra -allí nacerá Alicia- y cuando llegue a esta patria nuestra, el siglo XX alumbraba un Buenos Aires de teatros y avenidas. Pero se apenumbraba en los conventillos, las barriadas obreras de La Boca y Barracas, el trabajo agotador de hombres, mujeres y niños.

Armand Moreau guiará esa inteligencia privilegiada y ese corazón comprometido por los mismos caminos que venían de Francia, que tomarán por el rumbo de la docencia y su primer hito político: fundará el Centro Socialista Femenino. Y también la acompañará desde el barrio de Flores a la Facultad de Medicina, ida y vuelta, día a día, porque las mujeres decentes no andaban solas... tendrá su diploma de honor en 1914. Transitará el Hospital de Clínicas y sus barriadas desposeídas, sólo pudiendo atender a mujeres y niños: las médicas no podían tratar a hombres.

Desde el Comité Femenino de Higiene Social escuchará, junto a otras fervorosas políticas, a otra dama maestra, costurera, mamá y poetisa: Alfonsina Storni. Se afiliará al socialismo, que preside su futuro compañero, Juan Bautista Justo. Con él, y Alfredo Palacios, y otros, será la precursora de leyes sobre el derecho de sufragio de la mujer, la limitación de la jornada laboral, la prohibición del trabajo infantil. Todas al cajón de lo frustrado. En esos años, está naciendo, creciendo, sufriendo y soñando, en un pueblito llamado Los Toldos, una nena morocha, hija natural de don Juan Duarte. Se llama María Eva.

Como la Alicia del cuento, la nuestra se caerá por el agujero y transitará los oscuros túneles de la marginalidad, con la misma voluntad e inteligencia, con el corazón caliente y las convicciones en alto que signaron su vida. Y en algún casillero del ajedrez mágico del cambio en la década del 40, se topará con la Reina en persona, con La Señora, y verá con no poca amargura cómo se concretaban los objetivos de su lucha, desde otro lugar, un lugar que Alicia cuestionará desde un implacable socialismo romántico. La llevará, como a tantos, a pasar por el costado de los cabecitas negras, desde el fondo de sus ideales mantenidos hasta el paroxismo.

Por eso estará con la autotitulada Libertadora, para encontrarse después, en este embrujado tablero de ajedrez, al lado de las Madres de Plaza de Mayo, reclamando por los pibes de esas mujeres, tan parecidos a ella cuando fatigaba los adoquines del siglo XX. No fue casualidad: apenas instalada esta otra dictadura, un obispo, de nombre De Nevares, la invitará a una sigilosa reunión en el colegio San José, en la Capital Federal. Serán unos pocos, y concluirán que hay sólo una clase de personas capaces de afrontar el horror que se abate: las madres.

Después vendrá la democracia, y los honores, y la pobreza material y la entrada a la historia, el 12 de mayo de 1.986. El Congreso velará su humilde grandeza.

 Beba Salto
bebasalto@hotmail.com