Martes 21 de octubre de 2003

Palimpsesto

Quiroga

...Y sigue escribiendo. Afuera llueve, y el hombre bajo, menudo, barbado,-mientras termina la sopa-, recuerda aquella bohemia porteña, los amigos escritores, los primeros cuentos dignos del literato maduro que es ahora.

Siente orgullo de su tarea de escritor, de su postura robinsoniana de hacerse a sí mismo y de hacer esta plantación que apenas se dibuja por la visión deshilachada del agua en el horizonte.

"14 horas. Llueve que da gusto desde esta madrugada. Desde mis ventanales veo el paisaje mojado, triste, oscuro. Solo como un gato estoy", repite en la carta del 27 de junio de 1936. En esa carta que intenta extraer el zumo de una vida, el hombre Quiroga ve desfilar las imágenes de su existencia. De a ratos el dolor que siente debajo de su estómago le recuerda que está, que sus garras son una amenaza, al igual que aquel puma que hoy es la alfombra del cuarto de sus hijos, cuarto frío y vacío desde hace tiempo.

Quiroga escribe, en esa argamasa de recuerdos, tinta y papel rememora su instalación, hace más de treinta años, en San Ignacio, Misiones. Sabe que esta tierra dará sentido a su escritura y a sus días. Puede mencionar uno a uno los sufrimientos y los trabajos, los adelantos que año a año realizó para ganarle a la selva.

Ahora, al desgano, al dolor físico, se le suma el de los fracasos amorosos. Hace casi medio año que María Elena, su segunda esposa, se fue río abajo con su hija sin intención de volver a remontarlo. Ese mismo río que él subió desde Buenos Aires con una exalumna y flamante esposa llamada Ana María hace más de dos décadas, y los fotogramas de la vida tenían la estética de los cuentos de hadas. Pronto llegaron los hijos, primero una niña, luego un varón.

Es en ese tiempo cuando van apareciendo sus cuentos ambientados en la selva que tan bien conoce, esos que le darán fama en toda América y llegarán a Europa.

Pero los viejos fotogramas vuelven, tinta y tragedia aparecen como un estribillo, y el recuerdo de Ana María quema tanto que ni la lluvia ni el frío lo amenguan. No la nombrará en su carta, como no la nombrará nunca desde que ella después de cinco años de matrimonio decide poner fin a su vida. Es el derrumbe.

Abandona San Ignacio, el paraíso se había convertido en un infierno, y vuelve a Buenos Aires. Allí recoge los frutos de su consagración literaria; escribe y mucho, aparecen en este período sus "Cuentos de amor, de locura y de muerte" y los "Cuentos de la selva".

Quince años tarda Quiroga en volver a Misiones y radicarse definitivamente con su nueva mujer y su niña. Sin embargo ellas también se fueron y lo han dejado solo frente a esta carta.

Mientras escribe, el hombre no sabe que está enfermo y que sus cartas están marcadas; no sabe (o sí) que hay una escena final esperándolo unos meses después en una fría habitación de un hospital de Buenos Aires.

 

Néstor Tkaczek
ntkaczek@hotmail.com

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