Sábado 18 de octubre de 2003 | ||
En clave de Y A mi manera Como usted y yo sabemos, los diarieros cantan. Cada uno tiene su son. Algunos son secos: diario; otros son estirados: diiiiario; diiiariooo; otros repican: diario- diario. Y todo así. Uno conoce al suyo por el canto. Y después de cantar su papel -papel de diario- ¿cómo se vuelve a su casa? Usted puede suponer que en silencio, él ya cantó lo suyo. Cantó desde la noche joven, hasta el día joven. Pero hay uno, en Neuquén, que es distinto. Volvía de mi diaria caminata por el bosquecito, el lunes feriado del fin de semana largo. Esto hacía que el cotidiano mar de fondo ciudadano no existiera, que pasaran pocos vehículos y entonces, oh placer, sólo estaba el sonido del bosque, el que hacen los pajaritos, las hojas al caer, el crujido de las ramas. Un día casi recién hecho, tipo las ocho y media. Cielo azul, sol brillante, verde. Lindo escenario, y yo por ahí, con el olor de los pinos y el sabor del primer pucho -que no debía fumar-, tan temprano... En eso, siento una voz, una voz de hombre, hermosa y fuerte, cantando en inglés esa maravilla que es "A mi manera". La voz sola, sin el ruido de auto que portara un humano con el volumen a todo vapor. ¿Alguien con una radio? La voz se acercaba, justo en una curva que hacía de telón, sin poder ver cómo venía la melodía, tan potente, tan bien modulada, una melodía que empecé a acompañar. Debo aclarar: no sé nada de inglés, en realidad yo tenía a María Martha Serra Lima cantando en castellano, depositado el significado desafiante de la letra y compartiéndola, porque muchas veces, cuando repaso el camino recorrido -el de mi vida- he dicho no te quejes, Beba; fue a tu manera, y punto. Y entonces, justo a unos metros, aparece una bicicleta con canastito -vacío- y un señor de amarillo con logo rojonaranja, el nuestro. Pero no era sólo un diariero que ya había cantado y vendido lo suyo y volvía a su casa en silencio, sólo añorando llegar. No. El cantaba, a pleno pulmón, con los ademanes de un artista, dirigiéndose a los árboles y a sus colegas los pájaros, que cantaban con él, pero en verdad, creo que estaba en el Luna Park o quizás, era Frank Sinatra en el Madison... Estaba en otra, en otra total, y en su visión la gente lo escuchaba en un maravillado silencio, y así era en realidad, porque a su manera, la realidad era esa. En eso consiste el milagro de crear lo que uno quiere, sólo con un sueño, una voz, una canción y un escenario imposible más monumental: el silencio del bosque, todo el entorno en una precaria tregua de fin de semana, nada más que para que él tuviera su universo servido, recién hecho, fin de un trabajo a toda orquesta... Pasó a mi lado, equilibrado en su bici, perdido en su mundo encontrado, y su voz maravillosa se iba con él y la curva ya me bajaba el telón. Así que no pude menos que mirar ese amarillo que se perdía en el verde, que retener el último destello de sonido y tampoco pude evitar un solitario aplauso, que seguro se unía a la multitud enfervorizada aclamándolo en su espacio mágico, construido con su garganta. ¿Y saben lo que hizo? Paró en seco la bici, y sin apoyar ni la punta del pie, en absoluto equilibrio, me hizo a mí!, una elegante reverencia, apenas insinuada, un brazo en alto, el otro cruzando su pecho amarillo rojonaranja, la cabeza suavemente inclinada. Y giró, siempre sin un pie en la ruta desierta -vacía sólo para él y yo- y su voz se fue con él. Y bajé la cuesta, la ciudad dormida y tranquila a mis pies, con un regalo maravilloso por lo inesperado, un mensaje absolutamente único de cantora alegría. Beba
Salto
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