Miércoles 15 de octubre de 2003

Mediomundo

Play del Universo

Vivir duele. De esta materia están hechas las satisfacciones y también la posibilidad de sentir en lo más profundo. Cargamos una mochila pesada. Alivianarla con los años es el desafío. Una señal de que estamos acercándonos a cierto grado de sabiduría.

Ocupados con la mente en 18 rollos al mismo tiempo soportamos el temporal y, cada tanto, nos refugiamos de lo que más nos importa. Vivimos preocupados por el dinero cuando, paradójicamente, casi nunca lo tenemos en el bolsillo. A veces somos la billetera de la billetera. Un objeto entre muchos. Preocupados por la salud, nos enfermamos. Preocupados por la pasión, apagamos su llama. Preocupados por el amor, acabamos presos de la nostalgia. Preocupados por la felicidad, sólo quedamos abiertos al hastío.

Aunque pasarse la vida entre una cosa urgente y la otra no es consuelo de nada. Lo sabemos. El verdadero consuelo de la vida, de las cosas que nos ocurren todo el tiempo y que no tienen maldita solución, de todo aquello que está fuera de nuestras manos por mucho que nos empeñemos en solucionarlo, de ese circo cruel, sólo nos consolamos escribiendo poemas, escuchando canciones de The Beatles interpretadas por Rita Lee y leyendo a Manuel Vicent. O, efectivamente, llorando a mares. Llorando a pesar de todo. Llorando a sabiendas de que nada se remedia. Llorar es un acto inocente y liberador.

No somos verdaderamente dueños de los sentimientos que nos circundan, ésos que navegan por debajo de nuestra piel.

El arte es la mano que nos acaricia el alma cansada. Dolorida. El arte de otro es un beso, un abrazo, un acto de entrega. Una promesa. Una dramática confesión de humanidad. El arte es el sexo puro. El orgasmo que nos hace falta cuando todo sale mal.

Y el arte compartido, y abandonado un poco de las vanidades que lo preceden como una corte de tontos idiotas, es un remedio efectivo y afectivo de igual forma.

Me gusta intercambiar poemas. Cruzar frases. Escritos. Palabras. Sueños hechos lírica. Locuras en el cuerpo de una canción. De un blues. De un tango. Saludo por esto la creación del mail -chico veloz- tanto como de la manzana que se comió Eva con sus labios de sirena. Comparto. Sin envidia. Con bastante expectativa. Doy y recibo, espíritu. Energía de la sangre.

Aun si estoy triste -retriste- no importa. Me conjuro. Me bautizo. Aguanto. Una noche de ésas tipeo rabioso algo así como un mal poema de amor y respiro. Respiro al final.

"Es tarde. Los ángeles duermen. Suspiran. No beben. Escuchan canciones de REM. Hablan hasta la madrugada del arte de los besos y las caricias. Duermen. Aman. Entregan el alma si se las piden. Esperan. Sufren. Desean. El ángel pasa su mano por tus mejillas. Arregla tu pelo. Te escruta desde una antena de televisión. Te ama. Yo te amo. Busco. Los laberintos de tus sueños. Y sueño. Entre las latas en conserva y las bebidas gaseosas y los vinos. Te busco en el horizonte lleno de montañas vírgenes. Me imagino. Sueño. Te doy un beso y sigo. Sigo hacia el centro. Al centro de tu paraíso, y abro y deduzco y lloro. Abrimos las puertas, juntos. Despertamos desde la nada y pulsamos el play del Universo. Engañamos a Dios".

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

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